El volcán Guagua Pichincha, al oeste de la capital de Ecuador, volvió a causar preocupación en los habitantes tras una fuerte explosión que recordó la necesidad de mantener medidas de prevención ante una posible erupción.
La explosión del domingo 29 generó una nube de vapor y ceniza en forma de hongo que alcanzó seis kilómetros de altura, visible desde distintos barrios de Quito y poblados aledaños al volcán, aunque los científicos afirman que no implica un aumento en su actividad.
Alcinoe Calahorrano, representante del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional en el equipo de control del volcán, explicó que esta explosión se debió a una acumulación de agua que no fue liberada en explosiones anteriores.
Desde el 2 de agosto se han registrado tres explosiones de pequeña magnitud por semana promedio, pero ésta fue la mayor de los últimos meses. El temblor comenzó cerca de las ocho hora local y se mantuvo hasta las nueve.
Con muchos volcanes sin actividad sobre su territorio continental, los ecuatorianos creían que las erupciones eran parte de la historia o estaban reservadas a la Islas Galápagos.
Para los habitantes de Quito, el volcán Guagua Pichincha era una montaña con la que convivían sin temor, ya que la última erupción, atribuida por la Iglesia Católica a la ira de Dios, se produjo en 1660.
Desde 1981, cuando el Instituto Geofísico comenzó su control, el Guagua Pichincha permanecía tranquilo. Sin embargo, el 29 de septiembre del año pasado los geólogos detectaron un aumento acelerado de los movimientos sísmicos en su zona de influencia.
Según los estudios, se trataba de una mayor presión provocada por el aumento de la actividad de los gases que se generan en el interior del volcán. Eso fue acompañado por un crecimiento en la frecuencia de las explosiones de vapor.
Esa realidad puso de manifiesto que el Guagua Pichincha entraba en labor de parto y que la posibilidad de una erupción ya no era producto de la imaginación.
Con el asesoramiento de geólogos del Instituto Geofísico, el alcalde de Quito, Roque Sevilla, decidió declarar el "alerta amarilla" y tomar precauciones para prevenir los efectos de una posible erupción.
Se incrementaron los estudios y controles del volcán con la ayuda de técnicos extranjeros, y los habitantes almacenaron alimentos y agua para enfrentar una eventual erupción.
El Municipio quiteño instrumentó una labor informativa sobre las posibilidades reales de la erupción, cuáles serían sus efectos concretos, qué era necesario para prevenirse y qué haría la alcaldía al respecto.
Según los técnicos del Instituto Geofísico, la erupción afectaría directamente un área de cinco kilómetros al oeste del volcán. La lava se dirigiría al poblado de Lloa, en la falda del Guagua Pichincha, cuyos 2.200 habitantes deberían ser evacuados.
Tras la erupción se formaría una nube pesada con alta cantidad de gases tóxicos (gas carbónico, dióxido de azufre, ácido sulfídrico, hidrógeno y flúor) que afectarían a Lloa y a otros dos muy cercanos, Mindo y Nono.
"Quito no tendría ese problema porque entre el volcán y la ciudad hay varias montañas mucho más altas que forman una pared que cubre la capital, pero sentirían los efectos de una segunda nube de ceniza que se forma tras la nube de gases", aseguró el director del Instituto Geofísico, Hugo Yépez.
La nube de ceniza se levanta y se desplaza a sectores más alejados del volcán, por lo que, dependiendo del sentido del viento, podría cubrir la ciudad y oscurecerla durante uno o dos días.
Las toneladas de ceniza que caerían sobre la ciudad podrían colapsar las alcantarillas y contaminar fuentes de agua potable, lo que causaría desabastecimiento de agua por algunos días.
"También provocaría problemas respiratorios y en la piel de las personas y los animales, por lo que se recomienda que todas las casas estén totalmente cerradas y las endijas que pudieran dejar entrar la ceniza se cubran con nylon y cinta adhesiva gruesa", señaló el alcalde Sevilla.
Además, las personas deberán usar mascarillas para respirar en la eventualidad de tomar contacto con la ceniza.
Aunque tras la última explosión muchos habitantes creyeron que el momento de la erupción estaba cerca, todavía se mantiene el "alerta amarilla" que significa que la erupción puede ocurrir dentro de semanas o meses.
Cuando, según los controles, falten pocas semanas o días, las autoridades decretarán el "alerta naranja".
Si los expertos determinan que la erupción ocurrirá, con seguridad, en cuestión de pocos días u horas, se declararía el "alerta roja". En ese momento se paralizarían todas las actividades de la ciudad y la policía se encargaría que todas las rutas de entrada a Quito sirvan solamente de salida.
A pesar del sensacionalismo de ciertos medios, la mayoría ha brindado información de lo que sucede con el volcán día a día para mantener la prevención.
Se podría decir que los quiteños se han convertido en expertos, pues, en general, conocen al dedillo los nombres de las distintas explosiones que ocurren en el Guagua Pichincha, manejan los términos geológicos y conocen los estados del volcán.
Existe una coordinación entre el Municipio de Quito y la Policía Nacional para que los habitantes de las zonas más riesgosas sean trasladados a albergues apenas se declare el "alerta naranja".
Además, se hicieron trabajos para mantener en buen estado el sistema de alcantarillado con el fin de prevenir el efecto de la ceniza y cubrir las fuentes de agua potable abiertas para evitar la contaminación.
Yépez consideró que el proceso en el que entró el Guagua Pichincha hace un año es irreversible y concluirá con una, aunque esta puede ocurrir dentro de semanas, meses o años.
"El final puede demorar años, pero, según la tendencia, se está más cerca que lejos, por eso no habrá ningún descuido en los estudios. Estamos en la mira del mundo científico, pues este es uno de los pocos volcanes que ha sido vigilado durante dos décadas en su proceso preeruptivo", dijo Yépez.
Después del alerta inicial y las precauciones tomadas por los habitantes de Quito y los alrededores del volcán, muchos comenzaron a ser escépticos sobre la posibilidad de una erupción. Sin embargo, cada explosión les recuerda que conviene mantenerse alerta, para poder seguir viviendo bajo el volcán. (FIN/IPS/kl/mj/en dv/99