El agudo ingenio de Jaime Garzón, alias Heriberto de La Calle, Dioselina Tibaná, Godofredo Cínico Caspa, Nestor Elí y John Lenin, resultó mortal. Cuatro disparos, tan certeros como sus dardos de humor, segaron su vida.
A Garzón, el político, el abogado, el mediador de paz, el periodista, el componedor de almuerzos y tertulias con los dueños del poder, pero sobre todo, el humorista anarquista, lo asesinaron el viernes 13.
Murió a manos de una organización criminal a la que se le atribuyen varios magnicidios, centenares de masacres y miles de asesinatos, todos impunes.
En este país, campeón de la violencia, donde el humor es una recurrente válvula de escape, asesinaron al bufón.
"Jaime Garzón fue tal vez el único caso en Colombia del auténtico bufón. Jugó ese papel como ningún otro. Se atrevió a hacerlo o tuvo el talento de hacerlo", afirmó Cambio que, al igual que Semana, le dedicó la portada y el informe central. Se trata de las revistas más importantes de este país.
El crimen y la multitudinaria protesta popular que generó ocupó primeras planas de todos los diarios nacionales y centenares de reseñas y columnas de opinión durante la semana siguiente.
El día que murió Garzón, los canales privados de televisión, transmitieron 12 horas continuas, en las que se programaron los vídeos de los programas "Zoociedad" y "Cuac, el noticiero", espacios en los que Garzón y sus múltiples personajes eran protagonistas.
La sección de entrevistas de Heriberto De la Calle, el lustrabotas que caracterizó en el último período, a los destacados personajes de la política y la actualidad nacional, salió de los archivos del noticiero CMI (el de mayor audiencia) para ser retransmitida en decenas de programas póstumos.
Todos los ex presidentes, liberales y conservadores, a los que Garzón imitó y ridiculizó con maestría, se pronunciaron.
Mientras Alfonso López Michelsen (1978-1982) convocó a una manifestación de protesta pacífica, Julio César Turbay (1982-1984) se lamentó del crimen y de que no lo hubiera imitado con naturalidad.
Desde Washington, César Gaviria (1990-1994) lo recordó como su amigo y cómplice en el gusto por los relojes. Aunque no lo dijo, trascendió que fue Garzón el que bosquejó su discurso de posesión como secretario general de la Organización de Estados Americanos.
Garzón no era un payaso, ni un cuenta chistes. El mismo había definido su función como "una práctica conceptual de decir la verdad, en un país en el que nadie dice la verdad".
Y cuando la decía, con la crudeza de un espejo, sus contertulios estallaban de risa.
Risa nerviosa, seguramente, en los círculos de elite que frecuentaba y convocaba, y risa revanchista en sus audiencias masivas de radio y televisión, que se sentían encarnados en personajes que reflejaban el alma popular.
Nestor Elí, el portero del destartalado edificio Colombia, Dioselina, la cocinera del palacio presidencial, John Lenin, el estudiante revoltoso, o Heriberto, el lustrabotas mordaz de lenguaje desabrochado y soez.
El filósofo Manuel Hernández habló de "su conocimiento de la resistencia social por el humor" y su "desenfrenado desafío a los de siempre, mediante la forma sarcástica de aprender a imitarlos en el sentido profundo, es decir, de meterse en el alma de los otros, mágicamente, por la apropiación de sus gestos".
"Garzón asumió su condición de bufón. Supo controlar su dignidad. No se plegó", dijo a IPS el antropólogo y cineasta Lisandro Duque.
"El suyo era un humor ideologizado que combinaba contenido político y desdoblamiento semántico de las palabras. El hacía chistes por el placer inteligente de hacerlos, independientemente de hacia dónde disparara su carga ideológica", agregó.
El dramaturgo Aníbal Tobón destacó la utilización de la actuación al servicio de la política en el sentido más amplio. "El suyo no era el show de Benny Hill, con sus doble sentido sexual. Tal vez era, en el nivel de la actuación, lo que Fontanarosa en la caricatura", dijo a IPS.
"Sus chistes no eran sobre negros, ni sobre niños, ni sobre sexo. Su blanco favorito eran los políticos y la farándula , dos poderes que en Colombia se confunden con frecuencia", agregó.
El mismo Garzón había considerado que su propuesta, elaborada en equipo con los también periodistas Eduardo Arias y Antonio Morales, suponía un salto en la forma como este país considera el humor.
"Los colombianos estaban acostumbrados al humor de los hechos, el que le repite el cuento de 'había una vez un borrachito…'. Es como si usted toda la vida ha leído Condorito", el personaje chileno de historietas, "y de pronto le entregan un libro de Quino", el argentino que creó a Mafalda.
"Jaime fue profundamente colombiano, con ese genuino talento que rompió tantas barreras de discriminación. Pero como todos los no privilegiados de su generación, la apabullante mayoría, tenía una ansia desesperada de reconocimiento social", dijo el historiador Juan Carlos Florez.
"Fue capaz de desafiar el entorno adulador que le rodeaba. Anarquista hasta el final, no se dejo meter en un molde. Con su muerte tratan de cerrar el círculo de la violencia, empujarnos a la guerra civil. Ojalá no lo logren", escribió Florez en Elenco, una revista de farándula y televisión.
Garzón procedía de una familia de clase media, de fuerte influencia católica.
Creció en La Perseverancia, un barrio de tradición obrera en pleno centro de Bogotá, del que nunca se alejó, pues, cuando escaló los altos círculos sociales, se afincó en La Macarena, el área vecina considerada bohemio.
Por la casa del humorista pasaron ex comandantes guerrilleros, el poderoso ex embajador de Estados Unidos Miles Frechette y el ex fiscal general Alfonso Valdivieso, así como jóvenes divas de la farándula, por las que tenía debilidad.
Entre chiste y chanza, Garzón logró poco tiempo atrás que Julio Mario Santo Domingo, presidente de uno de los más poderosos grupos económicos del país, cediera su avión privado para que periodistas y personalidades viajaran a Costa Rica en gestiones de paz.
Graduado de bachiller, fue maestro en una escuela del sur pobre de la ciudad, donde puso su ingenio al servicio de la pedagogía.
Formado en la facultad de Leyes de la Universidad Nacional, acabó enrolado, por breve lapso, en un frente del insurgente Ejército de Liberación Nacional.
Por los azares de sus vínculos con los medios de comunicación y la publicidad acabó siendo coordinador de giras del candidato conservador a la Alcaldía de Bogotá, y hoy presidente, Andrés Pastrana.
Por esa trayectoria, cuyo signo dominante era la crítica y su caracterización mas frecuente la de bufón, su asesinato desató un contrapunto que a él le hubiera gustado.
El editor de El Tiempo, el diario más influyente, Francisco Santos, atribuyó el crimen a sectores militares de extrema derecha. El comandante de las Fuerzas Armadas, general Fernando Tapias, pidió entonces que Santos probara sus dichos o se llamara a silencio.
Pero no parece fácil acallar los rumores que provocó este "odioso ataque contra la libertad de expresión y la paz civil", como calificó el crimen Federico Mayor Zaragoza, director del Fondo de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura.
La fría estadística indica que 52 periodistas fueron asesinados en Colombia durante la última década, según la organización internacional Reporteros sin Fronteras, que pidió al gobierno asignar la investigación a la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía.
"Mataron la sonrisa. No más" y "En Colombia no se vive, se muere", decían las pancartas cargadas por quienes asistieron al sepelio del humorista.
Fueron consignas de desesperanza y desconcierto, en medio del fervor popular manifestado en los poemas espontáneos y en los velones encendidos en altares levantados en distintos puntos de la ciudad, en memoria de Garzón, el humorista. (FIN/IPS/mig/mj/ip hd cr/99