IPS: ¿Y qué sucederá con nuestra "reconcialiación nacional"? ¿Se cerrarán las heridas heredadas de la dictadura del general Augusto Pinochet?
MAX-NEEF: No hay reconciliación si no hay redención. Y la redención se logra redimiéndose, valga la redundancia. Eso significa reconocer, pedir perdón. Sin eso no va a haber reconciliación.
IPS: Y mientras las instituciones o personas involucradas no lo hagan, no va a pasar nada…
MAX-NEEF: Obviamente, sin eso no es posible. Pretender el olvido en cosas atroces es estúpido, no funciona. El ser humano no está estructurado para olvidar esas cosas, aunque hubieran ocurrido hace 400 años. Y eso es lo que hay que aprender.
Nos dicen "olvidemos, miremos para adelante". Y, ¿quiénes dicen miremos el futuro? Precisamente instituciones que se justifican exclusivamente en términos del pasado. Las instituciones militares viven en función del pasado. Todos sus rituales tienen que ver con el pasado, son dueños del pasado, el pasado las justifica.
Pero esas mismas instituciones son capaces de decirnos a nosotros "no, miren nada más que el futuro y olviden el pasado". ¿Cómo se entiende eso? O sea, hay pasado para unos y no para otros.
IPS: ¿Usted cree, así como vamos, que Chile se va a poder democratizar en las próximas décadas?
MAX-NEEF: Espero que sí. No podría afirmarlo, pero espero que sí. Lo único que yo sé es que el periodo para recuperarse de procesos en que la democracia ha sido brutalmente avasallada, toma mucho tiempo. Las dictaduras generan hábitos, y es lo que alegóricamente puede llamarse "el pinochetito que cada uno de nosotros tiene adentro".
Eso es duro decirlo, pero es verdad. Y eso demora, suele demorar más de lo que dura una dictadura. Vemos que en Europa todavía hay -aunque no son muy trascendentales- manifestaciones de neofascismo.
IPS: ¿Y qué va a pasar con las minorías étnicas en Chile? ¿Serán revindicadas? ¿Podrán lograr lo que ellos quieren?
MAX-NEEF: ¡Ay ay ay!, otra vez es cuestión más de deseo que de algún tipo de certeza. Yo creo que en general, el chileno no conoce ni entiende nada a la población originaria. Para mí, el problema va más allá de una cuestión de política de gobierno o de políticas de Estado.
Para el chileno común y corriente, el mapuche, por ejemplo, es grandioso cuando está en un discurso de sobremesa y se habla del pasado. Entonces el chileno se siente orgulloso de que tuvo una etnia que luchó ininterrupidamente por casi 400 años. Pero ahora, para él, el mapuche es flojo, es borracho, es ignorante, es tonto.
Según el contexto que usted lo ponga, el mapuche pasa de ser un héroe olímpico a ser una persona absolutamente deleznable. Y eso es producto de una elemental ignorancia.
Pregunte cuánto saben los chilenos de los mapuches, cuál es su cultura. ¿Cuántos son los chilenos que han tenido deseos de aprender su lengua, el mapudungún? ¿Por qué todavía ahora se está discutiendo la posibilidad de que haya educación bilingüe? ¡Estamos ya en 1999!
Han habido solamente unos pocos experimentos en esa materia, en los cuales nuestra Universidad Austral de Valdivia tuvo un papel protagónico, porque tenemos gente notable como María Catrileo. Pero para la sociedad en general no, el mapuche es un ser absolutamente desconocido.
El rapa-nui (de Isla de Pascua) es un ser exótico, interesante porque baila algo parecido al ula-ula y tiene una música bonita y todo el mundo conoce una canción. Y sobre el aymara (del extremo norte de Chile), hay una ignorancia total y completa. Y no hablemos de los restos de pueblos que quedan en el extremo sur.
Los chilenos no se conocen a sí mismos. Así de simple. Por eso es comprensible que las políticas de estado sean incompletas, insuficientes, incoherentes e ineficientes. (FIN/IPS/ggr-dc/ff- ag/dv/99