La compañía teatral argentina De La Guarda continúa este verano boreal en Londres el romance amoroso que comenzó hace dos años con el público de Gran Bretaña, con una obra que mezcla circo acrobático, actuación pura y delirio.
El espectáculo comienza en una habitación a oscuras. Figuras suspendidas en el aire se ven por brevísimos instantes y vuelven a desvanecerse en las sombras. Una luz azul es encendida para dar el efecto de un titilante cielo nocturno.
Pero justo cuando el público está inmerso en el silencio una figura vuela a través de la lona que cubre el escenario y se inicia el caos.
De la Guarda afirma que su propósito es ampliar las fronteras del teatro, confundir las expectativas de los concurrentes y al mismo tiempo desmantelar los límites que existen entre el actor y el espectador.
"Nos gustaría hechizar al público, sacudirlo hasta la locura y meternos bajo sus ropas", explican los directores artísticos de la companía, Pichon Baldinu y Riqui James.
Se trata de una proeza que el grupo cumple sin mayor esfuerzo porque muchas veces los espectadores se marchan visiblemente asombrados tras el espectáculo.
La obra contiene imágenes inolvidables como dos niñas corriendo verticalmente sobre una pared, amantes abrazados mientras flotan en el aire o actores que se arrastran entre desprevenidos espectadores para plantarles besos furtivos en las mejillas y luego desaparecer en el caos de la muchedumbre.
A pesar o quizá debido a su anárquico estilo, De La Guarda congregó entre sus espectadores a estrellas como Madonna, Leonardo Di Caprio e incluso un nervioso Harrison Ford que voló por el aire junto con un intérprete del espectáculo mientras el público fascinado seguía sus evoluciones.
Sin embargo, a pesar de su encanto salvaje, hay un mensaje serio debajo de la fulgurante superficie del espectáculo: la desesperada necesidad de hablar por una generación marcada tanto por la Guerra de las Malvinas como por la dictadura militar en Argentina (1976-1983).
Contra esa reminiscencia sombría, los creadores de la compañía buscan reflejar el agotamiento del país con su herencia, así como su exaltación ante la perspectiva de un futuro mejor. El supremo objetivo de la compañía es sacudir al mundo en torno suyo y desafiar el status quo.
De la Guarda fue fundada por James y Baldinu cuando ambos todavía estudiaban en la Escuela de Arte Dramático de Buenos Aires. Ninguno finalizó el curso porque sentían que la escuela tenía muy poco que ofrecerles.
Sus primeras actuaciones tuvieron lugar en los lugares más insólitos que la pareja pudo encontrar, en las calles de los pueblos por los que viajaban, en discotecas y hasta en las horas pico de Buenos Aires, se mostraban decididos a llevar su espectáculo a personas que normalmente no van al teatro.
Su inconformismo no les valió las simpatías del ámbito teatral argentino, y muchos los acusaron de no hacer teatro, sino circo sensacionalista.
No obstante la compañía se mantuvo en sus trece y se distanció alegremente de la tradición teatral del país a la que consideran sin interés y anticuada.
Su trabajo llamó la atención de la comunidad de festivales internacionales y en 1995 un promotor francés contrató a la compañía para que actuara en un certamen en Nantes. Allí se anotaron su primer triunfo internacional.
Siguieron más invitaciones y De La Guarda comenzó a recorrer su camino con firmeza. Sus actuaciones generan extáticas reacciones, especialmente en Argentina donde el público le brinda la oportunidad de apelar a temas políticos y económicos.
Paradójicamente, esas divisiones se ven reflejadas incluso en la compañía. James apuntó que "siempre nos peleamos cuando hablamos de política o cuando discutimos sobre la realidad de nuestro país".
En muchos sentidos, la solidez de la compañía se basa en que se niega a pontificar sobre los numerosos problemas argentinos y, por el contrario, prefiere transportar al público hacia otra dimensión, un lugar de anarquía maliciosa. (FIN/IPS/tra-en/ba/ak/ego/aq/cr/99
