Francisco Flores, quien asumió hoy la presidencia de El Salvador, deberá hacer frente a las demandas del sector productivo, que se declara en quiebra, y de la población, que clama por mejores condiciones de vida, y a un pronóstico reservado de la economía.
Eso no es todo. Flores deberá acentuar la modernización del estado que inició su antecesor Armando Calderón Sol con la privatización de varias empresas y mejorar la seguridad pública, en un país que presenta la mayor cantidad de muertes violentas de América Latina sin estar en guerra.
El sector más próspero de El Salvador es el financiero, que está en expansión, pero otras áreas de actividad, como la agricultura y la industria, están en retroceso o estancados.
Por eso, los industriales aconsejan al nuevo mandatario, elegido por la derechista Alianza Republicana Nacionalista, como lo fue Calderón Sol, dinamizar la economía mediante el apoyo a la producción y a la pequeña empresa, señaló el presidente de la Cámara de Comercio, Luis Cardenal.
La industria reclama condiciones adecuadas para encarar una reconversión que le permita competir con las empresas extranjeras en el mercado local y, a la vez, diversificar las exportaciones.
Los agricultores piden, por su parte, mayor inversión pública en áreas rurales, acceso al crédito e intereses acordes con su situación.
Todas las demandas de los sectores productivos se cruzan con el clamor generalizado por superar las condiciones de pobreza que afectan a 60 por ciento de la población rural y a 40 por ciento de la urbana.
Agencias como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) o el Fondo Monetario Internacional (FMI) han establecido claramente que la superación de la pobreza exige un crecimiento económico anual no menor a seis por ciento anual.
La economía de El Salvador, según las proyecciones nacionales, crecerá este año tres o cuatro por ciento. Los organismos internacionales creen que el aumento será sólo de 1,5 por ciento.
A esto se unen los malos augurios de organizaciones locales sobre el estado de la economía salvadoreña, que entre 1992 y 1995 mostró un despegue asombroso, con tasas de crecimiento de seis y 7,5 por ciento.
El último augurio conocido es del Colegio de Profesionales en Ciencias Económicas, en cuya opinión el auge económico comenzado en 1992, al finalizar la guerra, está por concluir y el crecimiento volverá a los niveles previos a aquel año.
Con el fin de la guerra se produjo una inversión que estaba retenida y se manifestó una demanda insatisfecha, pero ese fenómeno se agotó en 1996, cuando el producto interno bruto creció sólo 1,8 por ciento.
El presidente del Colegio, Santiago Ruiz, señaló que la reactivación de la construcción y el comercio, por ejemplo, obró a favor de la disminución de la pobreza, pero otros factores intervinieron en sentido opuesto.
La incorporación de los desmovilizados del ejército y de la guerrilla a la población económicamente activa aumentó la cantidad de desempleados y la concentración de ingreso bloqueó el combate contra la pobreza.
Varios economistas advierten que la inflación de cero en mayo, considerada por el gobierno como un logro, puede ser indicador, no de bonanza, sino de recesión.
Los precios caen o no registran variación debido a que muchas empresas se deshacen de sus inventarios, porque la capacidad de compra de la población se ha deteriorado, señaló el economista independiente Juan Héctor Vidal al diario La Prensa Gráfica.
Vidal advirtió que el gobierno de Flores debe corregir esa situación, pues de lo contrario se incrementará el desempleo y caerá la inversión. (FIN/IPS/mso/ff/if/99