Los abusos de su marido y el rechazo de su familia llevaron a Tia a fugarse de su casa rural en Camboya hacia el anonimato de Phnom Penh, donde terminó trabajando como prostituta en uno de los distritos de "luz roja" de la capital.
Dos semanas más tarde, la mujer fue atacada por un cliente. En su minúscula habitación, trató de aliviar el dolor de las laceraciones, del labio partido y del ojo amoratado, y se sintió muy sola.
"No tenía a nadie con quien hablar. No sabía nada del VIH (virus de inmunodeficiencia humana) y estaba muy preocupada por eso. Ignoraba como podría sobrevivir en este lugar", dijo Tia, de 28 años, con los ojos fijos en una mancha de la pared.
Decidida a que otras prostitutas del distrito de Tol Kok no sintieran el mismo aislamiento, Tia y un puñado de compañeras decidieron que el vecindario necesitaba una organización formal donde las mujeres pudieran discutir los problemas con sus pares.
El resultado fue el Sindicato de Prostitutas de Camboya. Desde que abrió sus puertas en enero, las trabajadoras más antiguas dividen su tiempo entre los burdeles de la vecindad y las mujeres que recurren a ellas para hablar.
Pero los propietarios de burdeles se muestran poco complacidos con su presencia, que ahora cuenta con el apoyo de 200 integrantes.
Si bien el sindicato no fue acosado por ahora, la última ola de represión policial en la industria de la prostitución llevó a la clandestinidad a muchas afiliadas, o las obligó a mudarse a otras partes de la ciudad.
No obstante, si la flamante organización sobrevive, ayudará gradualmente a que las mujeres aprendan sus derechos incluso en una industria que muchos miran con desprecio, señalaron activistas humanitarios.
"El sindicato trabaja muy bien", afirmó Kyen Sereyphal, directora de la Asociación Camboyana de Desarrollo Femenino, que brinda asesoramiento y asistencia financiera al sindicato.
"Antes las mujeres se sentían inermes, aisladas de la sociedad. Ahora comenzaron a hablar. Las muchachas se dieron cuenta que deben mantenerse unidas para proteger sus derechos", explicó.
La oficina del sindicato se encuentra en una casa de madera sobre una de las calles más transitadas de Tuol Kok, y casi no se distingue de los burdeles que la rodean por todas partes.
Los viernes por la mañana, las afiliadas, maquilladas y adornadas con joyas, se agrupan en la habitación escasamente amueblada y decorada con artículos de diarios y carteles que explican cómo se transmite el VIH.
La docena de afiliadas más antiguas conducen debates sobre el cuidado de la salud, sobre todo de la prevención del VIH y el sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida). También discuten sobre derechos humanos.
"Primero se habla de VIH. Paso a paso se trae el tema de los derechos humanos, que tenemos los mismos derechos que la gente que no está en la prostitución, que los hombres…, y muchas mujeres no se dan cuenta de esto", dijo Chan Dina, de 25 años de edad, vendida a un burdel a los 15.
En los días que no hay reunión, Chan Dina y otras compañeras educadoras recorren los burdeles munidas de literatura sobre sexo seguro.
Aunque otros organismos de ayuda visitan Tuol Kok para hablar del VIH con las muchachas, Chan Dina cree que el mensaje es mejor aceptado si proviene de compañeras de trabajo.
"El sindicato es muy importante", apuntó. "Otras organizaciones vienen aquí por una hora o dos, pero nosotras estamos todo el tiempo y somos colegas. Se sienten más cómodas con nosotras".
La preocupación por el sida es prioritaria para el sindicato porque el 40 por ciento de las prostitutas del país es portadora de VIH.
Sin embargo, el sida no es la única amenaza. Las mujeres vienen a las reuniones con relatos de golpizas y abusos. Los dueños de los burdeles con frecuencia las acusan de no ganar suficiente dinero y las castigan obligándolas a trabajar las 24 horas del día o encerrándolas sin darles comida, dijo Tia.
Si bien el sindicato no puede ofrecerles protección física, las alienta a llevar la cuenta de sus ingresos como una modesta medida de protección.
Aunque en los últimos años se prestó mucha atención a la suerte de las prostitutas, según Kien Sereyphal, no hubo mejorías apreciables en sus vidas, sobre todo porque su número aumenta constantemente.
La prostitución aumentó desde que el país hizo la transición del comunismo al mercado y a la democracia pluralista al inicio de los 90.
Tuol Kok floreció con la misión de paz de la Organización de las Naciones Unidas, y atrajo a mujeres como Chan Dina, que dejó el burdel donde trabajaba en el norte del país para trasladarse al distrito capitalino durante los preparativos para las elecciones de 1993.
Algunas mujeres fueron vendidas como prostitutas por amigos, otras fueron engañadas con empleos ficticios por traficantes. Activistas humanitarios calculan que un tercio de las trabajadoras sexuales tienen menos de 18 años de edad.
Existe una ley contra el tráfico de mujeres, que castiga el proxenetismo y a los propietarios de burdeles con penas de cárcel de 10 a 20 años, pero nunca fue aplicada con seriedad.
Cuando las muchachas son golpeadas, las autoridades no hacen nada. El año pasado el dueño de un burdel del norte apaleó hasta matarla a una prostituta frente a testigos, pero un tribunal desestimó el caso porque el hombre estaba protegido por autoridades militares, denunciaron activistas.
"El reconocimiento del derecho de las mujeres todavía no es sólido", dijo Kyen Sereyphal. "Sí, está escrito en la Constitución, pero no se aplica. Debemos cambiar la actitud de la sociedad".(FIN/IPS/tra-en/db/js/ego/aq/hd-pr/99)