Los titulares de los periódicos de Indonesia reflejan cada día la inestabilidad y la violencia que azota a varias partes de este país asiático un año después del caos desatado por la crisis financiera.
"Milicias matan a 25 en Timor Oriental", "Aumentan víctimas fatales en Aceh", "Choques raciales cobran 43 vidas", "Violencia religiosa agrava enfrentamientos", "Soldados disparan contra manifestantes" y "El presidente exhorta a la calma" son sólo algunos ejemplos.
Hace un año, la tormenta política creada por los reclamos estudiantiles de reforma y la presión de líderes opositores y otros grupos políticos forzaron a Alí Suharto a abandonar la presidencia luego de 32 años en el poder.
Su caída dio paso a una serie de reformas políticas pero también a una ola de violencia que las turbas enardecidas descargaron sobre la minoría china, a la que acusaron de enriquecerse a expensas de los indonesios nativos.
Disturbios, saqueos e incendios intencionales de tiendas y viviendas chinas, e incluso ataques y violaciones a mujeres de origen chino provocaron un éxodo de esa minoría.
Se calcula que más de 1.000 personas murieron debido a los sangrientos disturbios producidos en Yakarta y otras partes, según informes de prensa.
Además, se estima que unos 25.000 empresarios huyeron del país, llevándose consigo al menos 500 millones de dólares.
Muchos de ellos volvieron posteriormente, pero están preparados para irse de nuevo si la situación se agrava mientras la nación se prepara para su primera elección democrática en cuatro décadas, el 7 de junio.
Por temor sobre su seguridad, muchos chino-indonesios envían sus familias a Singapur o Hong Kong, ignorando las exhortaciones del presidente Bacharuddin Jusuf Habibie a permanecer en el país y ejercer su derecho al voto.
Aerolíneas y agentes de viaje informaron sobre un aumento en el número de reservas para vuelos hacia el exterior este mes. Además, muchos países advirtieron a sus ciudadanos que es peligroso visitar Indonesia debido a posibles disturbios durante y después de las elecciones parlamentarias.
Un año después de la renuncia de Suharto y la institución de reformas políticas, la violencia se ha transformado en un hecho cotidiano en toda Indonesia.
Aún hay fuerzas de seguridad desplegadas en Maluku, en el este del archipiélago, para impedir nuevos enfrentamientos entre cristianos y musulmanes. Decenas de ellos murieron desde que estalló la violencia sectaria en la provincia, a comienzos de este año.
Mientras, los soldados tienen órdenes de disparar contra los civiles que porten armas en la problemática provincia de Aceh, que lucha por el autogobierno.
La violencia en Timor Oriental es otro dolor de cabeza para Yakarta. Indonesia y Portugal firmaron este mes un acuerdo marco sobre el futuro de la antigua colonia portuguesa, sangrientamente ocupada por Yakarta en 1975, pero persisten los choques armados entre grupos partidarios y opositores de la autonomía.
Aunque la economía indonesia, que experimentó al igual que el resto de Asia su peor crisis en tres décadas, muestra algunos signos de recuperación y la población se dispone a probar su madurez política en los comicios, la incertidumbre es palpable.
Incluso el presidente de la Comisión General de Elecciones, Rudini, reconoció que el organismo está preparado para "estrategias en caso de que fracase la elección".
Mientras la nación se agita, Suharto vive confortablemente en su casa de Yakarta, sin perturbarse por las recientes acusaciones de una revista estadounidense de que él y su familia amasaron una fortuna de 15.000 millones de dólares durante sus 32 años en el poder, cargo que el ex dictador niega.
El gobierno inició una investigación sobre su fortuna, pero dados los estrechos vínculos entre Suharto y el presidente Habibie, su antiguo protegido, la ciudadanía no espera que se conozca la verdad. (FIN/IPS/tra-en/ci/ral/mlm/ip hd/99