Un tercio de los niños, niñas y jóvenes que deberían acudir a la escuela en Venezuela están fuera del sistema escolar, en el que suenan las alarmas porque parte del problema es que, sencillamente, los programas son muy aburridos.
El informe 1998 de Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) mostró que mientras 495 millones de niñas y niños acuden a la escuela básica en los países en desarrollo, dejan de hacerlo 130 millones, 21 por ciento del total.
Venezuela "lamentablemente aporta a esa cifra negativa dos millones de niños, niñas y jóvenes, entre los 10 y los 24 años, fuera de toda escolaridad", dijo a IPS el experto Leonardo Carvajal, durante años presidente del Consejo Nacional de Educación, asesor del Estado.
La cifra debe contrastarse con la población total, de 23 millones de personas, que crece a un ritmo de dos por ciento mientras la escolarizada está prácticamente estancada entre 6,7 y 6,8 millones de estudiantes, al sumar todos los niveles, casi desde comienzos de la década.
El problema "ha crecido como una mazorca de maíz que se desgrana, principalmente con los dos choques culturales: el del primer grado de la enseñanza regular y el del séptimo, al llegar al cual el niño o la niña, entre 12 y 14 años, encaran fracasos académicos o económicos".
"Yo me voy de la escuela porque afuera consigo cosas que me dan dinero", comentó a IPS Aníbal Ch., de 13 años, alumno de séptimo grado en el colegio público "Pablo Vila", en el límite entre el sector urbano formal y un cinturón de miseria del suroeste de Caracas.
"Cuando ellos dicen 'cosas que me den dinero' generalmente hablan de integrarse a la buhonería (venta ambulante) o como ayudantes de algún oficio, pero puede que también estén hablando de sumarse a alguna red de venta de droga", comentó Lucila Márquez, maestra de Matemática.
Ocurre, sobre todo, que "la escuela no enseña cosas que podamos usar pronto y en la casa hay muchas necesidades", comentó Arlenys, una adolescente de 14 años que se apresta a dejar la escuela para trabajar en un pequeño negocio de comidas en su familia.
"Muchas estamos cansadas de programas aburridos y 'geometrías' que no necesitamos. Y cuando llegas a quinto año (fin de la enseñanza media) ir a la universidad es como sacarse la lotería", agregó Arlenys.
Según Márquez, "hay de todo: algunos muchachos no tienen siquiera para pagar el pasaje. Sus familias sencillamente no pueden. Algunas muchachas quedan embarazadas y deciden retirarse. Y acabo de tener el caso de un alumno de 16 años que se retiró para trabajar, porque embarazó a su novia".
El Ministerio de Educación ordenó que ninguna alumna sea rechazada con motivo de su embarazo. "Pero con el parto pierden clases y si salen raspadas (reprobadas en los exámenes), entonces las pueden rechazar por repitientes (del año lectivo) o ya no quieren seguir", coincidieron los consultados.
La educación, y dentro de ella la escolaridad, es una de las bajas en la guerra que Venezuela ha perdido en materia socioeconómica. El producto interno bruto (PIB) ha descendido constantemente durante los últimos 20 años, mientras crecieron la población, la inflación, el desempleo y el subempleo.
El impacto "ha sido muy duro en la educación secundaria. Si en la básica estamos en un rango no inaceptable, de 89 por ciento (llegan a la escuela 89 de cada 100 niños en edad escolar), en la media presentamos un enorme desfase", observó Carvajal.
Estudios comparativos del gobierno, recordó Carvajal, dan cuenta de que en los años 70 la escolaridad en la enseñanza media en Venezuela era de 33 por ciento, frente a 39 por ciento en Chile, 22 en México y 42 en Corea del Sur.
En los 90, Corea del Sur llegó a 87 por ciento, Chile a 74, México a 53 y Venezuela dio el insignificante paso de llegar a 35 por ciento. "El desplome es total, aún si sólo nos comparamos con nosotros mismos: sólo un tercio de los adolescentes va a la escuela secundaria", sostuvo el especialista.
Cuantos diagnostican el problema en Venezuela apuntan a su raíz socioeconómica como base de una solución de fondo, pero a la vez coinciden en que puede pasar generaciones antes de que el país alcance indicadores de prosperidad para su economía y calidad para su vida cotidiana.
Entretanto "hay cosas que pueden hacerse para frenar la deserción. Una muestra es el programa de Bibliotecas de Aula para los seis primeros grados de enseñanza básica, aplicada el último quinquenio: libros más variados que el único de texto, estimulando a leer más y diferente", dijo Carvajal.
Para la educación media, Carvajal motorizó desde el Consejo Nacional de Educación un programa "para que los alumnos y alumnas vean el queso a la tostada (encuentren el jamón al sandwich) y dediquen 40 por ciento de su tiempo a pasantías en empresas para aprender asuntos prácticos".
"Ese programa se ensayó con éxito en escuelas de Aragua, Lara y Carabobo -tres estados industriales en el centro del país- y 60 empresas que aceptaron participar: los nueve alumnos que optaron luego por ingresar a las universidades más exigentes, lo lograron", narró Carvajal.
A su juicio, el programa puede funcionar "como imbricación entre teoría y práctica, ancla escolar, servicio al sector productivo y factor democrático: tiene sentido si se vuelve obligatorio para todos los alumnos de todas las escuelas, aún las privadas donde estudian los más ricos", dijo Carvajal.
Otro programa, desarrollado en barrios del suroeste de Caracas por fundaciones privadas, se ha dirigido a reinsertar en 21 núcleos escolares a 350 muchachos desertores del sistema, rediseñando para ellos programas, horarios y ritmos de aprendizaje.
La deserción, resume Carvajal, se alimenta de tres realidades: la socioeconómica, la sicológica del adolescente y la pedagógica. "Es un problema de recursos, pues el país destina a educación cinco por ciento o menos de su PIB, la mitad de lo que un país industrializado", apunta.
También de cómo se invierten: la educación superior consume en Venezuela la mitad del presupuesto del sector y Carvajal propone que la asamblea que este año debe redactar una nueva Constitución establezca allí que en cambio dos tercios deben destinarse a la enseñanza básica y media.
Pero además "están los programas, que nuestros muchachos tienen toda la razón del mundo en llamar aburridísimos. La escuela debe abandonar esa estúpida pretensión de querer enseñarlo todo, y la educación secundaria comenzar en serio a formar para el trabajo", concluyó Carvajal. (FIN/IPS/jz/eg/ed la/99