NIGER: La vida sigue tras el golpe de Estado

La comunidad internacional condenó el golpe de Estado que asesinó al presidente de Níger, Ibrahim Ba'are Mainassara, pero la vida en este país africano acostumbrado a pasar de una crisis política a otra no sufrió grandes cambios.

Cuando Mainassara fue asesinado el día 9 en el aeropuerto internacional de Niamey, el noticiero de la televisión estatal lo calificó de "desafortunado accidente".

Esa noche, los restaurantes y clubes nocturnos de la capital estaban, como siempre, llenos. El día siguiente, el gobierno suspendió la constitución y el Parlamento y las demás instituciones políticas fueron disueltas, pero sin que hubiera señales de tensión.

Desde que entró en vigor la democracia en 1992, este país desértico de 10 millones de habitantes está acostumbrado a las crisis políticas.

Los nigerinos ni siquiera pestañearon cuando, pocos días después del asesinato de Mainassara, el comandante y jefe de la guardia presidencial Dauda Mallam Wanke asumió la jefatura de Estado.

Por otra parte, la comunidad internacional condenó lo que calificó de asesinato y golpe de Estado. Francia, la antigua potencia colonial de este país y su principal fuente de asistencia financiera, suspendió la ayuda.

Los gobernantes de otros países africanos, temerosos de sufrir ellos mismos un "desafortunado accidente", manifestaron su desazón. En Gambia, el golpista Yaya Jamma lo calificó de "acto bárbaro", y en Liberia, el antiguo guerrillero Charles Taylor dijo que era un "paso atrás para la democracia".

Pero en Níger, sindicatos, grupos estudiantiles, dirigentes tradicionales y partidos de oposición concordaron que Wanke actuó en aras de la nación.

Incluso la coalición de partidos que respaldaba a Mainassara, la Convergencia por la República, declaró que "la voluntad de las nuevas autoridades es iniciar un proceso de reconciliación".

Dos días después de ser asesinado, Mainassara recibió las exequias de un jefe de Estado, con todos los honores correspondientes a su cargo.

Entonces, el comandante del ejército coronel Moussa Moumouni Djermakoye habría exigido la investigación del asesinato. Pero unos días después suavizó su posición, luego de reunirse con Wanke, y aceptó la cartera de Defensa en el nuevo gobierno de unidad nacional.

Según observadores, no hubo tanta unanimidad en esta dividida nación, que cuenta con al menos 15 grupos insurgentes, desde que Mainassara tomó el poder mediante un golpe militar en 1996.

El general Mainassara derrocó al gobierno democrático y sustituyó la constitución por un sistema presidencialista. El líder convocó a elecciones y se convirtió en presidente gracias a un fraude generalizado.

La oposición nunca reconoció la legitimidad de Mainassara e intentó frustrar su gobierno, y logró obstaculizar su gestión. El presidente fue perdiendo gradualmente la popularidad, especialmente por derrochar los escasos recursos del país.

Cuando fue asesinado, los empleados públicos estaban en huelga porque no habían recibido sus salarios en seis meses. Mainassara les había dicho que no había nada que él pudiera hacer porque el país estaba en bancarrota.

Los comicios locales de febrero se tornaron violentos cuando partidarios de Mainassara interrumpieron la votación en las zonas en que su líder estaba perdiendo. El día antes del asesinato, la Corte Suprema anuló convenientemente el resultado en esos distritos.

Ahora los nigerinos esperan que Wanke siga el ejemplo del general Abdulsalami Abubakar quien, al frente del gobierno de Nigeria, el gran vecino al sur de este país, tiene previsto entregar el poder a un presidente electo el 29 de mayo.

Mainassara fue gran aliado del dictador de Nigeria, el general Sani Abacha, quien oficialmente murió de causas naturales, aunque muchos creen que también sufrió un "desafortunado accidente".

Wanke prometió celebrar elecciones en noviembre y entregar el poder a un gobierno civil en el último día de este año.

Aunque Wanke no se convierta en un dictador más, de todas maneras tendrá dificultades para hacer funcionar un gobierno democrático.

Níger fue uno de los primeros países en subirse a la ola de la democracia que pasó por Africa casi una década atrás, pero aún no pudo dominarla. La discusión democrática se empantanó en cuestiones como el derecho consuetudinario y los derechos humanos.

Así mismo, la situación se complica cuando los políticos sacan a relucir la carta de la tensión étnica existente en este país, que exacerba la rivalidad entre las comunidades hausa y zarma, mientras las demás minorías se sienten marginadas.

La inestabilidad política también pone en riesgo el frágil acuerdo logrado entre el gobierno y los dirigentes rebeldes del norte que representan a las minorías tuareg, toubou y árabes, ya que Francia suspendió los fondos que ayudaban a reintegrar a los insurgentes a la sociedad.

El ejército está políticamente dividido, y algunos observadores temen que si la inestabilidad continúa, los distintos grupos podrían separarse del todo. Así es como comenzó la guerra civil en otros países africanos, como República Democrática de Congo y Sierra Leona. (FIN/IPS/tra-en/dh/mn/aq/ip/99

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