La reposición de "La Muerte de un Viajante", la clásica pieza teatral de Arthur Miller sobre la vida y tragedia de la clase media de Estados Unidos, impacta al público de Nueva York.
El éxito actual de la obra, estrenada originalmente en 1949, quizá sea un indicio de que la confianza en el auge económico de este país está sólo a flor de piel.
Brian Dennehy encarna a Willy Loman y Elizabeth Franz a su esposa, Linda. El público colma el teatro y se ve reducido a llorar por la destrucción de la vida del protagonista a manos de una economía capitalista insensible y de sus propias ilusiones de lo que hace falta para triunfar en la vida.
La actualidad de la obra no se debe sólo al perenne tema de las relaciones familiares, sino también al tocante drama de un hombre abrumado por cambios y fuerzas que no puede comprender ni controlar.
En una escena, Dennehy, un actor muy corpulento, implora a su joven y pequeño jefe, Howard, que no lo despida del trabajo después de 34 años de dedicado servicio a la compañía.
Pero la firma, después de todo, es un negocio, y no puede mantener más a un vendedor que no está en condiciones de seguir el paso de la competencia.
"Es un negocio, chico, y todo el mundo debe tirar de su propio peso", le dice Howard a Willy, quien evoca la época pasada cuando en los negocios existía respeto, camaradería y gratitud.
"Hoy, todo es cuestión de sumar y seguir, y no hay posibilidad de apelar a la amistad o las relaciones personales. ¿Te das cuenta de lo que quiero decir? Ya no me conocen más", dice Willy.
Ese golpe final para Willy es un momento muy significativo, no sólo para la llamada "clase ansiosa" de los empleados de mediana edad con traje y corbata, cuyas carreras en los años 90 se ven amenazadas por las restructuras corporativas, sino también para los demás trabajadores de clase media.
Ese grupo también se encuentra en los mercados emergentes de Asia, Rusia y América Latina, que recientemente descubrió el lado oscuro y despiadado de la economía de mercado.
"Observo a neoyorquinos muy sofisticados y exitosos que no se preguntan en lo absoluto quiénes son, de dónde vienen y cómo son sus vidas… disueltos en lagrimas, prontos para irse a casa", comentó Dennehy en una entrevista.
Previsiblemente, la producción que comenzó en febrero, exactamente medio siglo después del debut de la obra, barrerá este año con los premios Tony, el galardón máximo del teatro de este país.
La actuación de los dos protagonistas resulta incandescente en su intensidad. El diario The New York Times la calificó de "angustiante" y prodigó elogios al desempeño de las otras dos figuras principales, Kevin Anderson como Biff, el hijo mayor de Willy, y Ted Koch como Happy, el menor.
La pieza abarca un período de 24 horas que comienza cuando Willy, representante de ventas de una compañía de Nueva Inglaterra, interrumpe su recorrido habitual y vuelve a su casa de Brooklyn por la noche.
Su esposa le da la bienvenida mientras arriba, en el dormitorio de los "chicos", Biff, que está de visita tras una ausencia de muchos años, habla con Happy de épocas pasadas y de la creciente desorientación que nota en su padre.
Willy es un hombre quebrado, perseguido por el fantasma de su hermano fallecido Ben (Allen Hamilton), un magnate que hizo su fortuna en Africa ("¡William, cuando me interné en la jungla tenía 17 años y cuando salí 21 y, por Dios, era rico!").
También está atormentado por recuerdos de 20 años atrás, cuando la popularidad de Biff en el colegio secundario y sus proezas en fútbol parecían augurar un gran futuro.
Willy fue muy devoto a Biff, y su entusiasmo y participación en los éxitos de su hijo mayor en el colegio no difieren mucho de aquellos actuales en que los "padres futbolistas" dedican a sus hijos "momentos de calidad" en los suburbios de los años 90.
Sin embargo, algo no anduvo bien, y Biff rechazó no sólo a su padre sino también una carrera en los negocios. En forma abrupta se marchó de Brooklyn en busca de los espacios abiertos del oeste donde, para la desazón de su padre, trabajó con sus manos.
La traición de Biff, cuya causa se descubre sólo más tarde en la obra, hirió profundamente a su padre. A pesar de sus buenas intenciones, los dos sólo pueden estar pocos minutos en una misma habitación sin reñir, porque enseguida comienzan a echar sal sobre viejas heridas.
Su conflicto confunde a Happy, quien a pesar del anterior favoritismo de Willy por Biff, está decidido a seguir los pasos de su padre, o mejor, perseguir el sueño de su padre: "El único sueño que puedes tener es emerger como número uno".
El enfrentamiento también es una fuente de desesperación para Linda, quien trata de mantener unida a la familia y, sobre todo, darle esperanzas a Willy de un futuro mejor.
A pesar de la determinación y fortaleza emotiva que interpone en la lucha, y Franz la convierte en un torneo desgarrador, no puede tener éxito.
Dirigida por Robert Falls, la producción es oscura y llena de presagios.
El escenario y las luces sugieren el anónimo mundo de los grandes edificios de apartamentos que se erigieron demasiado rápido en torno a la pequeña casa de Loman, aislándolo para siempre de un pasado más cálido y optimista, cuando los sueños de Willy aún estaban vivos.
Es un mundo que, con excepción de un vecino, Charley (interpretado por Howard Witt), es totalmente indiferente a los sufrimientos de la familia.
Según Falls, uno de los temas principales de la obra, que los valores que Willy quiere imponer a sus hijos -buen aspecto, popularidad, una sonrisa y zapatos relucientes- no llevan al éxito pero siguen siendo muy actuales.
"Sobre todo, vivimos en una sociedad que es más descartable que nunca. El hecho es que siempre estamos buscando lo más nuevo, candente, (eso significa que) vas a ser desplazado en algún momento por un tipo más joven y atractivo que tú", apuntó Falls.
Miller, que escribió la pieza cuando tenía 33 años, explicó que su intención era protestar contra la crueldad del capitalismo moderno.
En 1949, Estados Unidos estaba experimentando una prosperidad sin precedentes, así como la consolidación de una economía dominada por grandes compañías impersonales que absorbían negocios locales y familiares.
Medio siglo más tarde, un proceso similar se está llevando a cabo a escala mundial, mientras la competencia entre las compañías estadounidenses es aun más despiadada.
Quizá esa sea otra razón por la que "La muerte de un Viajante" no ha perdido su agudeza.
"Invertí 34 años en esta firma, Howard, y ahora no puedo pagar mi seguro de vida. ¡No se puede comer la naranja y desechar la cáscara, un hombre no es una fruta!", exclama Willy. (FIN/IPS/tra- en/jl/mk/ego/aq/cr/99)