"Todo tiempo pasado fue mejor", repiten los "carnavaleros" de Uruguay, aludiendo a una fiesta que ha perdido parte de su público pero que sigue siendo la más popular de este país.
"La muerte del carnaval" ha sido anunciada repetidas veces en Uruguay en los últimos tiempos, en virtud de la evolución y la diversificación de los gustos de la población.
La fiesta "ya no es lo que era" y hoy sólo quedan restos, se dice, de aquellas luces que en los años 30, 40 y 50 deslumbraban a visitantes extranjeros, al punto que hay varias canciones de estrellas famosas que la evocan.
Sin embargo, lo cierto es que se prevé que este año sean más numerosos los habitantes de Montevideo que concurran a las festejos carnavaleros.
Un sondeo realizado por el diario El País señala que 41 por ciento de la población de menores ingresos y 27 por ciento de los más ricos se dijeron dispuestos a asistir este verano austral a la mayor cantidad posible de espectáculos.
El carnaval continúa atrayendo a multitudes de uruguayos cada año, que se agolpan en las noches en los "tablados", como se les denomina a los escenarios en que se presentan murgas y conjuntos de "lubolos" (de la comunidad negra), de parodistas, de humoristas y de revistas.
Se calcula que actualmente van a los 22 tablados municipales o privados de Montevideo unas 25.000 personas por jornada, lo que suman varias centenas de miles los asistentes a los distintos espectáculos.
En comparación, la fiesta lleva más público en poco más de un mes que los dos campeonatos anuales de fútbol, la otra gran pasión de los uruguayos.
Por su duración, unos 40 días -desde comienzos de febrero hasta mediados de marzo-, el carnaval del Uruguay sigue siendo el más "importante" del planeta.
Conmemorado desde mediados del siglo XIX, el carnaval tomó su forma actual a inicios de esta centuria, cuando comenzó a perder su antigua característica de fiesta "bárbara" y policlasista para convertirse en un "mero espectáculo", según escribe el antropólogo Daniel Vidart en su libro "El espíritu del carnaval".
Para Vidart, el carnaval uruguayo de hoy es, a diferencia del brasileño, esencialmente algo "para ver", hecho por "otros" (los distintos conjuntos) y no por la gente.
Las únicas dos excepciones a ello son las "Llamadas", el desfile al ritmo del candombe de los conjuntos de la comunidad negra uruguaya, en el que se mezcla el público, bailando y tocando el tamboril, y los desfiles en los barrios montevideanos.
Esos desfiles, a los que se les llama "corsos", están pautados por la participación de carrozas y cabezudos, durante los cuales el público suele intervenir con "guerras de agua" o tirando serpentinas y papel picado.
Abandonados durante largo tiempo, en particular durante la dictadura militar (1973-1985), que los prohibió para evitar concentraciones populares, los corsos barriales han comenzado tímidamente a renacer en los últimos años.
El rasgo "contemplativo" del carnaval uruguayo fue también apreciado por el periodista holandés Henk Harding, quien filmó este año la fiesta vernácula para la televisión de su país.
"En Uruguay la gente paga un ticket y va a ver un show. En Holanda, en cambio, es una fiesta callejera y gratuita, en la que la gente sale a las calles, se disfraza, y, por el clima frío, traslada los festejos a pubs y restaurantes", dijo Harding al semanario montevideano Brecha.
"Nuestra fiesta no es una obra de teatro para ir a mirar, sino que es un lugar para ir a jugar, algo similar a lo que sucede en Brasil", agregó.
Pese a todo, de acuerdo a un informe publicado por la revista Tres, el carnaval uruguayo constituye todavía un buen negocio.
Lo es en primer lugar para todos los que se mueven en su entorno, como los propios integrantes de los conjuntos, los propietarios de los escenarios comerciales y los vendedores de alimentos y bebidas.
Tres señaló que sólo por venta de entradas se recaudarán este año cerca de un millón de dólares.
A ello hay que sumar los derechos pagados por la televisión por la transmisión del desfile inaugural del carnaval y el de las Llamadas, y la venta de localidades para ambos espectáculos.
Los gastos son también cuantiosos. Se estima que cada conjunto cobra en promedio 500 dólares por actuación, por lo cual para poner en funcionamiento un "tablado" de viernes a domingo, a razón de cinco grupos por noche, los organizadores deben desembolsar unos 7.000 dólares.
Los 11 "tablados" comunales cuentan con una subvención de 100.000 dólares entregada por la alcaldía de Montevideo y de 200.000 concedida por la Junta Departamental (legislativo) de la capital.
Las murgas son de lejos los conjuntos que más atraen a los espectadores uruguayos.
Surgidas en 1906, gracias a un elenco español de zarzuela que para pagar sus gastos en Montevideo debió salir a las calles y cantar, se generalizaron a partir de la segunda década del siglo, al punto de convertirse en la base del carnaval vernáculo, junto a las comparsas y el candombe.
Las letras de sus cuplés (canciones que convinan varios ritmos) evocan, en general en tono irónico, la actualidad política y social, tanto nacional como internacional.
Este año, muchas de las murgas dedicaron temas al escándalo sexual del presidente estadounidense Bill Clinton o a las polémicas que se están dando en el país de cara a las elecciones de fines de octubre.'
Los parodistas atraen, por su lado, sobre todo a mujeres y jóvenes, ya que reúnen en sus elencos a bailarines y actores con aire de "galanes", mientras los conjuntos de "lubolos" tienen un eco particular entre la comunidad afro, que se eleva a más de 100.000 personas en una ciudad de algo menos de 1,5 millones.
Según las previsiones, el Teatro de Verano, ubicado junto a la rambla costanera de Montevideo, se verá colmado cada noche cuando se inicie la ronda final del concurso de agrupaciones carnavaleras, que este año se desarrollará a mediados del presente mes. (FIN/IPS/dg/dm/cr/99