ARGENTINA: Bioy Casares, un escritor que era feliz

"Yo no creo que llegar a la vejez sea una ventaja, pero mientras envejezco me voy salvando de la muerte", reflexionaba hace poco el escritor argentino Adolfo Bioy Casares, uno de los más grandes y originales de su generación, muerto este lunes a los 84 años.

"Le gustaba la literatura". Con esa frase llana e impersonal quería ser recordado el autor de "El sueño de los Héroes" y "La invención de Morel".

Su apego a la vida lo retuvo de este lado en dos internaciones de los últimos meses, pero en la tercera confesó a su asistente "no puedo más" y murió.

El gusto por la lectura y el gozo que le provocaba escribir fueron quizás las razones que explican una felicidad rara entre los más sufridos escritores de su época. "La vida me gusta mucho", dijo exultante al salir del hospital en enero, tras una breve internación por una infección respiratoria leve.

Ni la muerte de su hija Marta o la de su esposa Silvina Ocampo le quitaron la sonrisa eterna. "Si me traen un contrato para vivir 100 años más lo firmo sin mirar las condiciones", confesó al cumplir 80. "Prefiero vivir de cualquier manera a no vivir", decía tratando de evitar a toda costa el tema de la muerte.

Con Bioy se apagó la llama de una generación de escritores enriquecida por Jorge Luis Borges -su entrañable amigo-, Julio Cortázar, José Bianco, Victoria Ocampo y Silvina Ocampo, entre otros. Ni él ni la crítica incluyen en ese grupo a Ernesto Sábato, único sobreviviente de aquella época.

Bioy se distinguió de todos no sólo por la originalidad de su obra fantástica -que no encontró aún un escritor que recoja ese legado esquivo-, sino por su vocación para la felicidad, su alegría permanente, su conversación agradable y educada que no conocía del exabrupto, el enojo ni la polémica.

Quizás fue esa característica de su personalidad, unida a su historia familiar, lo que lo erigió en un autor "aristocrático" para la crítica de los revolucionarios 70 en América Latina. Pero nada de eso parecía afectarlo. Escribía porque era su deseo, no lo hacía para la crítica, ni para el mercado. Sólo por placer.

"Nunca en la vida la hoja en blanco me produjo miedo. Sé que ante ella voy a tener algo para decir. Soy feliz porque voy en la vida de un tema al otro", contaba a los 80 el autor de "Dormir al sol", laureado con el Premio Cervantes de literatura en 1990.

"La felicidad es escribir historias. Escribirlas implica un considerable esfuerzo. Sin embargo, he sido afortunado: ese trabajo siempre me resultó en algún punto gozoso", recordaba el escritor, que se divertía largamente bromeando con Borges.

Seguro de sí mismo pero nada soberbio, Bioy solía reírse de sus peores libros. En su casa, acostumbraba terminar algunas veladas de escritores riendo a carcajadas mientras intentaba leer a sus ilustres amigos los peores párrafos de algunos se los seis libros suyos olvidables, anteriores a "El sueño…".

La vocación literaria de Bioy surgió en su adolescencia, cuando su padre, muy afecto a la literatura, lo alentó a publicar una primera novela. "Cuarenta años después supe que él mismo había pagado la edición", recordaba después sin rencor.

Pero fue su esposa, la poeta y pintora Silvina Ocampo, la que lo convenció de olvidarse de aquella indecisión existencial sobre estudiar Derecho o Filosofía y Letras, para abrazarse de lleno a la literatura en una época en la que no existían los escritores profesionales.

La relación cotidiana con Borges, con quien se reunía a cenar casi cada noche, fue sin dudas también una influencia ineludible.

El autor de "El Aleph", 16 años mayor que Bioy, era para el joven y novato narrador "la literatura viviente". "Tenía ese tacto secreto para hacerme sentir un par", decía Bioy de su amigo.

Juntos escribieron numerosos prólogos, antologías, y una serie de cuentos con el seudónimo de H. Bustos Domecq. Bajo ese nombre simbiótico crearon el personaje de Isidro Parodi, un detective que resolvía enigmas desde la prisión.

"Vamos, no sean idiotas", les recriminaba Silvina Ocampo cuando los oía bromear y reír hasta el infinito, en los prolegómenos de la escritura. "Nos reíamos tanto que siempre terminabamos preguntándonos qué hacer para darle verosimilitud a los personajes", contaba Bioy.

En sus últimos años, Bioy seguía escribiendo y leía a autores jóvenes. Reconocía que disfrutaba mucho de ellos, pero no creía haber notado una influencia suya en nadie. Sin embargo, la nueva generación lo tiene como un referente insoslayable.

Humilde a la hora de los reconocimientos, Bioy recibió numerosos galardones y, al igual que Borges o Sábato, fue mencionado una y otra vez como candidato al Nobel de la Literatura, pero nunca lo obtuvo. "Me gustaría que me lo dieran, por supuesto", confesaba sin falsa modestia.

Con Sábato no lo unía una relación amistosa, aunque, a diferencia de otros escritores de su generación, Bioy siempre fue un hombre distante de toda polémica. Simplemente, cuando se lo consultaba por escritores o amigos de su época, Bioy -como muchos críticos- lo ignoraba.

Cuando cumplió 80 años, casi ningún crítico literario eludió – ni siquiera por respeto- la tentación de decir que Bioy era el 'último gran novelista argentino vivo".

Este martes, tras conocer la noticia de la muerte de Bioy, Sábato lamentó "no poder decir algo importante" y se disculpó por no poder tampoco "aclarar" su vínculo con él. Sábato nunca había podido ingresar a ese cerrado círculo de eruditos que fueron Borges, Bioy, o las Ocampo.

Entre sus obras más recordadas además de "La invención…", "El sueño…" y "Dormir al sol", aparece "El diario de la guerra del cerdo", "Plan de evasión", "La trama celeste" . En los últimos años superó los 20 libros entre novelas y cuentos con "Un campeón desparejo", "Memorias" o "En viaje".

Pero él no consideraba cerrada su producción, ni mucho menos creía haber dicho todo. De tanta felicidad que le causaba, su oficio lo mantenía vivo. "Todavía tengo que escribir un buen libro", solía decir Bioy, en un guiño que le hacía a la muerte para que le diera más tiempo. (FIN/IPS/mv/dg/cr/99)

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