Los dirigentes políticos tailandeses estaban convencidos a principios de esta década de que el país se uniría a Corea del Sur, Singapur y Taiwan como nueva economía industrial, pero la crisis estallada a mediados de 1997 lo puede hundir en la pobreza.
Esa advertencia está contenida en "A Siamese Tragedy: Development and Disintegration in Modern Thailand" (Una tragedia siamesa: Desarrollo y desintegración de la moderna Tailandia), un libro en que el sociólogo Walden Bello aboga por un cambio radical en las políticas de desarrollo del país.
Bello pide más atención a las necesidades de la comunidad, reducir las arraigadas desigualdades de ingreso y trazar un camino intermedio entre el Estado y la economía de mercado.
El sociólogo predice un estallido de movimientos populares dirigidos a forzar a las elites del país a anteponer los intereses de la población a los propios, bajo la amenaza de ser expulsadas del poder.
Bello es conocido por "Dragons in Distress" (Dragones en apuros), un libro de 1991 en el que identificaba la explotación sistemática de la mano de obra, el ambiente y el sector agrícola como motor del rápido crecimiento económico logrado por Corea del Sur, Singapur y Taiwán.
Pese a su imagen de centros de fabricación de automóviles y productos electrónicos, esos países no invertían en el desarrollo de sus recursos humanos y tecnológicos, una omisión que afectaría su futuro crecimiento, advirtió entonces el autor.
Bello también es un firme opositor de las políticas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional en el sudeste de Asia que, según afirma, estuvieron inspiradas ideológicamente por Estados Unidos para "disminuir el papel del Estado en las economías en desarrollo" y abrir mercados al capital estadounidense.
"A Siamese Tragedy", escrito por Bello junto con los investigadores Shea Cunningham y Li Kheng Poh, también considera equivocado el camino escogido por los dirigentes políticos tailandeses para el desarrollo de la agricultura.
El sector agrícola pagó con su empobrecimiento el precio del desarrollo industrial, mientras la clase dirigente se enriquecía a expensas de los trabajadores y de los ciudadanos comunes, y el proceso fue coronado por la falta de desarrollo de recursos humanos calificados.
Tailandia, cuya caída fue la señal para la retirada del capital extranjero de Asia sudoriental y para el comienzo de la crisis internacional, puso énfasis en un principio en la exportación de recursos naturales, como la madera, para obtener los ingresos necesarios para financiar el crecimiento industrial.
Esta fase comenzó a finales de los años 50, cuando el gobierno militar de Sarit Thanarat, bajo la supervisión del Banco Mundial, remplazó el fuerte control gubernamental por la iniciativa del sector privado como guía de la economía.
La segunda etapa, que tuvo lugar a mediados de los 80, fue la de la industrialización orientada a la exportación, que creó una imagen internacional de Tailandia como el próximo "tigre" del sudeste asiático.
Con tasas anuales de crecimiento que promediaban ocho por ciento, el país vivió, en efecto, una "fiebre del oro" y era uno de los favoritos de los inversores extranjeros, observó Bello.
Ese alto crecimiento enriquecía a las elites políticas y comerciales en detrimento de los intereses a largo plazo de Tailandia, señaló el experto. El mayor impacto se descargó sobre el ambiente, pues las autoridades no reprimieron la acción depredadora de los inversores extranjeros.
Los años 80 y primeros 90 fueron un momento de auge de la industria de la construcción y del sector automovilístico, y el excesivo consumo en Bangkok causó la contaminación del aire y del agua en la ciudad.
Mientras, la población rural sufrió las consecuencias de una represa faraónica construida por empresas del Estado para atender las crecientes necesidades de electricidad de los nuevos ricos urbanos.
Bello afirma que los gobernantes descuidaron deliberadamente e incluso empobrecieron al sector agrícola, para pagar el costo del crecimiento urbano y asegurar la estabilidad política, manteniendo bajos los precios de los alimentos.
Cada vez que los agricultores intentaron organizarse para exigir reformas en el sistema agrario y mejores precios o asegurar sus derechos democráticos, fueron brutalmente reprimidos por los sucesivos regímenes militares, que esgrimieron el pretexto de combatir "la insurgencia comunista".
La marginalización de los campesinos se observa claramente en el hecho de que, aunque la contribución agrícola al producto interno bruto cayó de 26,9 por ciento en 1975 a 10,4 en 1995, todavía absorbía más de 64 por ciento de la fuerza de trabajo del país a mediados de los 90.
El empobrecimiento del sector rural también implicó la creación de una gran reserva de mano de obra barata disponible para la industria.
Pero el trabajo en las florecientes factorías del país no fue mejor que el de los agricultores, en lo que se refiere a ingresos y calidad de vida.
La falta de capacitación tecnológica de los trabajadores fue uno de los principales perjuicios causados por la elite tailandesa a los intereses a largo plazo del pueblo tailandés, según Bello.
Si bien se establecieron en Tailandia varias empresas automovilísticas y electrónicas extranjeras, la transferencia de tecnología fue escasa y el país se volvió dependiente en esa área de Japón, señaló el autor.
Tailandia también presenta un bajo índice de inversión en actividades de investigación y desarrollo tanto en el sector privado como en el público, otra razón por la que no capacitar a su mano de obra en ninguna área industrial importante.
Aunque Bello trata el tema varias veces en su libro, falta un análisis más profundo del contexto político y cultural en que fueron impulsadas esas políticas económicas.
Tailandia tiene una democracia relativamente más desarrollada que la de muchos de sus vecinos del sudeste de Asia, pero continúa siendo una sociedad extremadamente elitista y autoritaria, especialmente en las esferas política y cultural.
La represión de los movimientos democráticos durante varias décadas produjo una cultura de impunidad entre los miembros de la clase dirigente, que se consideran por encima de la ley.
Bello confía en el vigor del movimiento de organizaciones no gubernamentales para desafiar a la clase dirigente y perseguir el sueño de una sociedad igualitaria, solidaria y ecológicamente sustentable. (FIN/IPS/tra-en/ap-dv/ss/ral/at-ff/if/99