Rusia es azotada por una interminable cadena de escándalos que este mes derivaron en choques entre el primer ministro Yevgeny Primakov y el enfermo presidente Boris Yeltsin, lo que podría tener serias consecuencias para el futuro del país.
En febrero, la ciudadanía asistió a la renuncia del fiscal general, a operativos policiales de alto nivel en propiedades asociadas con un magnate famoso por sus vínculos con el Kremlin y a la advertencia de Primakov de que llenaría las cárceles de corruptos.
Además, Yeltsin volvió a aparecer desfalleciente frente a las cámaras de televisión de todo el mundo, en el funeral del rey Hussein de Jordania.
Los allanamientos policiales a las oficinas de la mayor aerolínea rusa y al séptimo productor de petróleo del país son considerados parte de una ofensiva sin cuartel de Primakov contra Boris Berezovsky, un magnate muy bien relacionado con las altas esferas políticas.
Funcionarios de seguridad dijeron que trataban de comprobar denuncias de malversación en Aeroflot, controlada por Berezovsky, y por eso allanaron también otras companías de Moscú asociadas con la linea aerea.
En un operativo separado, la policía inspeccionó la sede central de la companía petrolera Sibneft y, al parecer, encontró pruebas de su vinculación con una firma de seguridad sospechosa de espiar a la familia del presidente Yeltsin.
La irrupción fue considerada otro ataque del gobierno de Primakov a Berezovsky, propietario de hecho de Sibneft.
Berezovsky, de 53 años, es el magnate más controvertido de Rusia. Sus ambiciones políticas le generan conflictos con políticos de izquierda y de derecha.
Casado, con seis hijos, fue incluido por la revista Vanity Fair en su lista de las 65 personas más poderosas del mundo. Fue el único ruso que figuró, además de Yeltsin.
Berezovsky tuvo un papel decisivo en la financiación de la campaña de reelección de Yeltsin en 1996, pero los estrechos lazos del magnate con la familia del presidente hacían pensar a muchos que tenía demasiada influencia en el Kremlin.
"Yo lo considero una moderna versión de Rasputín", afirmó el líder del Partido Comunista, Genadi Zuyganov, refiriéndose al religioso que ejerció una influencia magnética sobre el último zar de Rusia, Nicolás II, y su esposa.
Yeltsin lo expulsó del cargo de subsecretario del Consejo de Seguridad en 1997, y amenazó con mandarlo al exilio por "politiquero".
Sin embargo, en abril de 1998 había recuperado el favor del mandatario y fue nombrado secretario de la Comunidad de Estados Independientes (CIS), que agrupa a 12 de las 15 ex repúblicas de la Unión Soviéticas.
Al parecer, Berezovsky advirtió que se había extralimitado en sus críticas al gobierno de Primakov y adoptó una actitud más conciliadora, para lo que afirmó que no estaba en conflicto con el primer ministro.
Sin embargo, la política de "mano dura" de Primakov con su rival demostro que Berezovsky "ya no tiene el peso que detentó hace apenas unos meses", segun Martin Shakkum, líder de la Fundación Reformista y candidato presidencial en las elecciones de 1996.
"Es muy improbable que se convierta en 'promotor de reyes' en los próximos comicios", añadió.
Yeltsin, que cumplió 68 años a principios de mes, se recuperó de una úlcera en un sanatorio rural y, tras ignorar los consejos de los médicos, asistió a los funerales del rey Hussein de Jordania para ratificar de paso que mantiene las riendas del poder.
Pero los rusos, y el resto del mundo, vieron por televisión a un presidente enfermo e inestable. A muchos les recordó los días en que el extinto lider soviético Leonid Brezhnev acudía a su despacho en el Kremlin a pesar de su mala salud.
El esfuerzo del viaje, planeado por Yeltsin para desactivar las intrigas destinadas a hacerlo a un lado como presidente "de medio horario", parece haber fracasado, porque provocó, en cambio, clamorosas demandas de renuncia.
El opositor Partido Comunista e incluso antiguos partidarios de Yeltsin dijeron que debe dimitir por razones de salud y pidieron elecciones presidenciales antes del 2000.
El líder comunista Zyuganov declaró que el "borrachín", como suele llamar a Yeltsin, debía marcharse porque los interrogantes sobre su capacidad de gobernar resurgieron tras su operación cardíaca para implantarle cinco conductos artificiales y una posterior neumonía.
Yeltsin ha demostrado ser incapaz para afrontar la crisis económica, por lo que cayó en picada en las encuestas de opinión y 90 por ciento de los rusos desaprueba su actuación.
Las publicitadas medidas anticorrupción de Primakov le subió algo el puntaje, pero su amenaza de llenar las prisiones y las desaforadas acciones policiales demostraron que las campañas al estilo soviético no dan respuestas a los verdaderos problemas.
Muchos analistas coinciden que el rumbo del gobierno postcomunista de Rusia condujo más a la segmentación y la limitación de sus actividades que a cualquier otro cambio sustancial en su organización.
La Rusia postsoviética ha seguido funcionando muy al estilo de la Unión Soviética, pero en escala más reducida y ostensiblemente peor.
"Es obvio que el sistema político de Yeltsin se está derrumbando", declaró Geogi Derluguian, catedrático de Sociología de la Universidad del Noroeste en Chicago.
"Es dificil pronosticar qué deparará el futuro al sistema político ruso, si bien un colapso total al estilo del Congo es dificil en un país nórdico como Rusia", dijo a IPS.
"Los problemas son más serios a largo plazo. Es imposible revitalizar el viejo régimen de Yeltsin entre 1993 y 1997 porque fue construido sobre arena (la distribución de la ayuda occidental por magnates tenebrosos) y nadie sabe qué lo reemplazará", apuntó Derluguian. (FIN/IPS/tra-en/sb/kb/ego/mj/ip/99