El análisis convencional no basta para explicar el fracaso en Estados Unidos de los derechistas del opositor Partido Republicano, que no lograron destituir mediante el juicio político al presidente Bill Clinton.
La batalla del juicio político que duró 13 meses y finalizó el viernes en el Senado con la absolución de Clinton de los cargos de perjurio y obstrucción de la justicia, debe ser comprendida en un amplio contexto como una de las llamadas "guerras culturales" del país, cuyos orígenes se remontan a los años 60.
Fue entonces que la generación posterior a la segunda guerra mundial comenzó a desafiar la autoridad tradicional, una actitud que al principio se canalizó con los movimientos por los derechos civiles y contrarios a la guerra de Vietnam que, en sí mismos, allanaron el camino a la liberación femenina, la aparición del "multiculturalismo" y los derechos de los homosexuales.
Para los "conservadores culturales", en su mayoría blancos y también varones, que ahora dominan el Partido Republicano pero no representan más del 25 por ciento del electorado, los años 60 marcaron el principio de la decadencia moral del país.
De alguna manera, la supervivencia de Clinton, la cual se debió al sólido y constante apoyo de dos tercios del público, demostró hasta qué punto los movimientos de aquella época transformaron el orden social en los últimos 30 años.
No es que la generación del 60 aprobara la conducta de Clinton, por el contrario, la mayoría de sus exponentes manifestaron disgusto por su actitud de mosquita muerta y su pretensión de engañar al público.
En cambio, las encuestas de opinión mostraron que dos tercios de los electores consideraban que su conducta, si bien reprobable, no merecía el juicio político y mucho menos la destitución.
Esa posición coincidió con las conclusiones de un amplio sondeo sobre los valores morales estadounidenses, realizado por el diario Washington Post y la Universidad de Harvard.
La sociedad estadounidense es ahora significativamente más tolerante con grupos que han padecido discriminación o con prácticas como los matrimonios interraciales o las relaciones premaritales, que prácticamente eran tabú hace cuatro décadas.
El sondeo comprobó que Clinton se benefició de esa tolerancia, lo que enfureció a sus perseguidores, que expresaron su exasperación e incluso su desprecio por la negativa del público a volverse contra el mandatario, quien mintió acerca de su relacion con Mónica Lewinsky, una ex becaria de la Casa Blanca.
En la opinión de los detractores de Clinton, la batalla del juicio fue mucho más allá de las aducidas razones políticas. Como lo definió Tom DeLay, principal orquestador del proceso en la Cámara de Representantes, el aspecto crucial del tema fue el "relativismo moral contra la verdad absoluta".
O como expresó otro defensor del ala derecha, el ex juez federal Robert Bork, el juicio político pretendió lograr aquello que la derecha cristiana y sus seculares compañeros de ruta buscaban desde hace mucho tiempo: "aniquilar el relajamiento moral de los años 60".
Para los historiadores sociales, como George Lakoff, de la Universidad de California, el juicio movilizó a conservadores partidarios del modelo patriarcal de "padre de familia severo" que prevaleció durante la Depresión (1929), la segunda guerra mundial (1939-1945) y los años cincuenta, en contraposición al concepto de "padre permisivo" que nació en los 60.
Para muchos derechistas, Clinton, el primer presidente del país surgido de la generación posterior a esa guerra, encarna esa era permisiva. Nacido en una familia pobre y complicada, logró una educación elitista, eludió el servicio militar y se manifestó en contra de la guerra de Vietnam (1965-1975).
Clinton fumó marihuana, sus amistades siempre traspasaron la barrera del color y, personalmente, se aprovechó de la revolución sexual.
Lo que más rabia provoca a la derecha cristiana es que, de muchas maneras, Clinton debería ser uno de ellos, porque es un bautista sureño procedente del centro del "cinturón bíblico", dice sermones tan bien como un evangelista y acude a la iglesia todas las semanas.
Para sus enemigos, esa pose es el colmo de la hipocresía, la cual solo les inspira más ira y rectitud personal. Pero otros observadores ven a Clinton desde una perspectiva diferente.
Su participación en el movimiento antibélico, por ejemplo, y tanto su negativa de hacer el servicio militar como el hecho de que fumara marihuana (aunque lo niega), fueron cuidadosamente circunscriptos de manera que no interfirieran con sus ambiciones políticas a largo plazo.
En efecto, algunos sugieren que Clinton está culturalmente cerca de Elvis Presley, otro chico del campo procedente de una familia deshecha.
Las contorsiones pélvicas de Presley y la popularización de los ritmos negros y la música "blues" desató la primera guerra cultural en los años 50, cuando cristianos blancos trataron de prohibir su musica porque subvertía el "estilo americano".
Ya sea un producto del "rock 'n roll" de los años 50, o de los psicodélicos 60, el éxito personal y político de Clinton, no obstante, fue visto claramente por los "conservadores culturales" como una amenaza mortal a la esencia misma de la fibra moral de la nación.
Tras ganar el control del partido en 1994, esas mismas fuerzas empujaron a los republicanos, muy a pesar de sus intereses politicos, a montar lo que fue la madre de todas las guerras culturales.
Como los juicios por brujería en Salem de 1690, y la era de McCarthy a comienzos de los años 50, la realización del juicio político mostró "la inclinación estadounidense a transformar una lucha de poder convencional en una cruzada que es impenetrable a cualquier lógica política", dijo un comentarista.
En los últimos 30 años, esas guerras se libraron en torno a un amplio espectro de temas esencialmente morales y culturales, que abarcaron incluso el sexo en las películas de Hollywood, el derecho a abortar, las designaciones en la Suprema Corte y la financiación gubernamental de exhibiciones artísticas y de museos
Esas controversias que generaron debates nacionales relativamente reducidos fueron ganadas casi siempre por la derecha, que es muy ducha en movilizar sus seguidores fundamentalistas cristianos.
Pero en cuestiones más amplias, como el aborto, la derecha fue dominada por grupos de intereses opuestos, o no pudo convencer a los legisladores que esos asuntos realmente le interesan al electorado.
El juicio político encaja más en esta última categoría, y la jerarquía republicana y sus patrocinadores están preocupados, y las encuestas les advirtieron que muchos votantes están indignados de que el partido los arrastrara a semejante odisea.
Si bien los líderes republicanos quieren cambiar rápidamente de tema, a los recortes fiscales, por ejemplo, la derecha sufrió una aplastante derrota y, como ocurre después de cada cruzada moral en que la cacería no fue fructífera, hay cuentas que ajustar. (FIN/IPS/tra-en/jl/kb/ego/aq/ip/99)