Las tensiones entre senadores del Partido Republicano estadounidense durante el juicio político al presidente evocan un chiste divulgado en Internet: "Si Bill Clinton hubiera sido el 'Titanic', habría hundido al iceberg".
Durante todo 1998, los republicanos, que son mayoría en el Senado y la Cámara de Representantes, parecían ser el iceberg que hundiría el segundo período de gobierno de Clinton, acusado de mentir a la justicia acerca de su relación con Mónica Lewinsky, una ex becaria de la Casa Blanca.
Sin embargo, mientras el juicio contra Clinton en el Senado, por perjurio y obstrucción de la justicia, entra en su tercera semana, son los republicanos los que parecen más afectados por la experiencia.
La iniciativa de juicio político perjudicó al partido Republicano, opinaron 43 por ciento de las personas consultadas por la revista Newsweek, que realizó su encuesta, divulgada esta semana, entre votantes de ese partido. Sólo 12 por ciento sostuvieron que lo favoreció.
El Senado rechazó este miércoles una moción del Partido Demócrata para archivar el proceso y aprobó, tras un áspero debate, la convocatoria de tres testigos: la propia Lewinsky, el asesor presidencial Sidney Blumenthal y el abogado Vernon Jordan, un amigo de Clinton.
Los 55 republicanos, encabezados por el senador de Mississippi Trent Lott, votaron por continuar el juicio y citar a los testigos, mientras 44 de los 45 demócratas sostuvieron la posición contraria.
Los senadores han votado durante todo el proceso como bloques partidarios, y esto indica que será muy difícil que se reúnan los dos tercios (67 sufragios) necesarios para sacar a Clinton de la Casa Blanca.
Un año después de que comenzara el escándalo por las evasivas de Clinton sobre su relación con Lewinsky, los 45 senadores demácratas aparecen unidos y apoyados por la opinión pública.
Aunque la mayoría republicana apoyó en forma unánime las mociones triunfantes este miércoles, está, en cambio, dolorosamente dividida y buscando una salida decorosa para concluir el proceso.
Numerosos senadores republicanos cuestionaron abiertamente la necesidad de testigos antes de la votación, temiendo que el juicio pueda prolongarse durante varias semanas más.
Esos temores incluyen la preocupación de varios republicanos sobre su futuro político personal. Dieciocho de los actuales integrantes de la mayoría del Senado aspiran a ser reelegidos en los comicios del 2000, y 13 de ellos serán candidatos en estados donde Clinton ganó cómodamente su propia reelección en 1996.
A su vez, los dirigentes del partido de todo el país urgen a sus senadores para que encuentren una salida de la ciénaga del juicio político. "Estamos hartos de esto", afirmó esta semana el gobernador de Texas, George W. Bush, un potencial candidato republicano a la presidencia en el 2000.
Incluso Pat Robertson, ex aspirante a la presidencia y uno de los principales líderes de la derecha cristiana que controla las bases republicanas, admitió la semana pasada que no había posibilidades de destituir a Clinton y que por lo tanto el juicio debía archivarse.
En las elecciones de noviembre de 1998, los republicanos, que venían siendo favorecidos por una tendencia histórica de crecimiento en el parlamento, perdieron seis bancas en la Cámara de Representantes, en gran parte a causa del rechazo de los votantes al juicio político.
El presidente republicano de la Cámara, Newt Gingrich, abandonó ese cargo tras el revés electoral, y su sucesor, Rob Livingstone, del mismo partido, anunció su renuncia un mes después, cuando se supo que sus infidelidades conyugales iban a ser divulgadas por la prensa.
Las bajas políticas del conflicto se han producido, por lo tanto, en el campo republicano, tomado entre dos fuegos: el de los conservadores cristianos empeñados en derribar a Clinton, y el de los votantes indignados por esa ofensiva contra un presidente popular.
No parece que este panorama vaya a cambiar a corto plazo. En una encuesta de la cadena de televisión CNN, el diario USA Today y la empresa Gallup, cuyos resultados se dieron a conocer esta semana, dos tercios de los consultados opinaron contra la citación de testigos y a favor de la clausura del juicio.
En otras palabras, la votación de la mayoría de Senado este miércoles ubicó a los republicanos en contra del deseo de la mayoría, tal como había ocurrido cuando la Cámara de Representantes aprobó la realización del juicio a Clinton, el 19 de diciembre.
El presidente recibió durante 1998 el apoyo de dos tercios de las personas interrogadas en casi todas las encuestas, mientras los índices de aprobación a los republicanos cayeron a menos de 30 por ciento, un nivel similar al que tuvo ese partido en ocasión del escándalo de Watergate, entre 1972 y 1974, que costó la Presidencia a Richard Nixon.
El problema no se limita a las encuestas. Incluso quienes apoyan a los republicanos tienen dificultades cuando se les pide que definan cuál es la agenda del partido, más allá del intento de destituir a Clinton.
Hace dos semanas, recolectores de fondos republicanos alertaron que sin propuestas políticas concretas habrá un nuevo retroceso electoral el año próximo.
Sin embargo, la derecha cristiana y otros grupos conservadores que predominan en las bases del partido están decididos a continuar la ofensiva contra Clinton.
"Un juicio, como yo lo entiendo, es una búsqueda de la verdad y no debe ser desvirtuado por la búsqueda de una estrategia de salida", declaró Henry Hyde, quien encabezó la promoción del juicio político en la Cámara de Representantes.
Varios senadores republicanos se mostraron muy preocupados, antes de la votación de este miércoles, por la posibilidad de que el proceso concluyera sin citación de testigos, y la decisión previa de la Cámara de Representantes se volviera indefendible, poniendo en peligro el futuro de su partido en ese foro.
La otra cara de la moneda es que el apoyo en bloque de los republicanos a la prolongación del proceso haga aparecer al Senado tan crudamente sujeto a las líneas de acción partidarias como la Cámara, sin que ello garantice de ningún modo que Clinton pueda ser condenado.
Lo irónico es que la mayoría de los presidentes estadounidenses que duraron tanto en sus cargos como Clinton, quien ya comenzó su séptimo año en la Casa Blanca, se debilitaron políticamente a esta altura de su mandato, pero el juicio político parece haber fortalecido al actual presidente.
Clinton debe lidiar con un Congreso dominado por sus opositores políticos, y esto significa que este año y el próximo serán difíciles, aunque permanezca en el cargo.
Sin embargo, la campaña republicana en su contra ha hecho a Clinton más popular que nunca, dejando a sus rivales divididos y concentrados en el juicio, mientras el presidente ocupa el centro del escenario político con sus iniciativas de reformar el sistema de pensiones y reforzar el sistema educativo.
Aun si el Titanic se hunde, dejará una marca permanente en el iceberg. (FIN/IPS/tra-en/fh/kb/ego/mp-ff/ip/99)