El presidente Saddam Hussein es "una fiera que debe ser mantenida en su jaula", dijo hoy el primer ministro británico, Tony Blair, confirmando que el líder iraquí sobrevivirá a esta guerra y probablemente estará también en su puesto para la próxima.
"Los próximos pasos dependen de la respuesta de Saddam a la acción militar", advirtió Blair, pero no habló de derribarlo.
Blair realizó su declaración cuando Saddam había ya aparecido ante las cánaras de televisión aclarando que no cedería ante el ataque, cuyas primeras víctimas no parecen ser los miembros de la temida Guardia Republicana, sino los civiles de siempre, sin voz ni voto.
De no verla en vivo y en directo, toda la escena mundial parecería el producto de una imaginación sin freno, de Washington a Bagdad, de Londres a Moscú.
Cuando apenas comenzaba el tercer bombardeo -y probablemente el último antes del Ramadán (ayuno musulmán)- el viceprimer ministro iraquí, Tariq Aziz, se refirió con tono irónico tanto a Blair como al presidente estadounidense Bill Clintom.
El bombardeo y sus víctimas, dijo Aziz a los periodistas en Bagdad, tienen menos que ver con las armas iraquíes que con los problemas políticos de Clinton, a quien la mayoría opositora del Congreso quiere despedir de su trabajo.
Aziz, segundo en la jerarquía iraquí, parecía tranquilo al referirse a los problemas de Clinton: el fracaso de su esfuerzo diplomático en Israel y las acusaciones parlamentarias de perjurio, obstrucción de la justicia y abuso de poder.
En Moscú, en tanto, un diputado propuso una resolución que pidiera a Mónica Lewinsky -sujeto declarado del deseo de Clinton y origen de la crisis presidencial- que hiciera algo para calmar la ansiedad del presidente.
En Bagdad, el tráfico nocturno apenas se redujo un poco el jueves (víspera del dia de descanso semanal musulmán), como si los misiles crucero que caían sobre la ciudad fueran un efecto climático especial, o una oleada de robos.
Aziz exhibió un aire de sorna cuando dijo que Gran Bretaña participa en el ataque por una mezcla de nostalgia por un pasado perdido y afán de aprovechar las migajas de la acción "como una pequeña rata junto al elefante".
También reiteró las denuncias contra el jefe de la misión de la Organización de las Naciones Unidas en Iraq, el australiano Richard Butler, a quien acusó de coordinar su trabajo con Estados Unidos y no con su empleador, el Consejo de Seguridad.
Al menos ante las cámaras, ni Saddam ni Aziz parecían los dirigentes aterrorizados de un régimen en llamas.
Blair, en cambio, parecía ansioso de convencer a sus interlocutores -y tal vez a sí mismo- no sólo de la justicia de sus acciones -y las de Clinton- sino también del apoyo que éstas tienen en el mundo.
El primer ministro británico también argumentó que los desacuerdos internacionales, notoriamente los de Rusia, China y Francia, se refieren a la acción militar anglo-norteamericana, pero no al régimen de Bagdad, que nadie defiende.
En efecto, nadie defiende a Saddam: un personaje a quien nadie saludaría en público, pero que permanece incólume, con su asombroso record de violaciones a los derechos humanos, masacres y agresiones.
En 1980, invadió a su debilitado vecino Irán, con el respaldo tanto de Estados Unidos como de la entonces Unión Soviética, iniciando una de las guerras más feroces de que se tenga memoria.
Ocho años y más de un millón de muertos después, a poco de finalizar el conflicto y sin que ninguno ganase, Saddam exploró el terreno para recuperar Kuwait, antigua y rica provincia del sur, separada de Iraq por el régimen colonial británico.
Aparentemente, una señal equívoca de la embajada de Estados Unidos en Bagdad precipitó la invasión en 1990, que culminó un año más tarde con una masiva operación militar encabezada por Estados Unidos y que finalizó con una derrota absoluta de Bagdad.
Absoluta, pero no tanto como para expulsar a Saddam Hussein quien, aunque sometido a humillantes exigencias e intervenciones externas, bombardeos esporádicos y un embargo mundial, siguió dirigiendo su país.
El embargo económico, en cambio, derriba todos los días a diez por ciento de los niños iraquíes neonatos, según datos proporcionados en Roma por organizaciones de ayuda humanitaria.
A Clinton, por su parte, puede que lo derribe su debilidad de carácter y la intransigencia de sus adversarios, pero no sus decisiones militares. Sin duda, lo perseguirá siempre el fantasma de la coincidencia de los ataques con las deliberaciones del Congreso.
En Washington, el Congreso siguió considerando la suerte del presidente, mientras los aviones descargaban misiles sobre las ciudades iraquíes, mientras Aziz se burlaba y el mundo iniciaba un nuevo período de tensiones.
El líder demócrata en el Congreso, Dick Gephard, protestó airadamente por este tipo de debate, que se realiza mientras los pilotos estadounidenses arriesgan gallardamente su vida lanzando misiles a la distancia contra Iraq.
Y, como suele ocurrir, nadie protestó por los muertos y heridos en tierra, excepto algunos miles de manifestantes civiles que – como se sabe- no tienen misiles. (FIN/IPS/ak/ff/ip/98