El secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Kofi Annan, advirtió que si las crisis en Iraq y Kosovo no se resolvían pronto habría "razones para esperar lo peor en 1999". Dos días más tarde, Estados Unidos empezó el bombardeo contra Iraq.
El caos que envuelve a varios países señala los desafíos que la ONU enfrentará el próximo año. Sus últimos esfuerzos diplomáticos, en Afganistán, Africa central, Angola, Iraq y Kosovo, se fueron a pique sin remedio al acercarse el fin de 1998.
El ataque de Estados Unidos y Gran Bretaña contra Iraq iniciado el día 16 demostró el creciente distanciamiento de Estados Unidos de la ONU, justo cuando el apoyo de Washington es esencial para el foro mundial.
Varios hechos, desde la deuda de más de 1.000 millones de dólares de Estados Unidos con la ONU, hasta la oposición de ese país a la creación de un Tribunal Penal Internacional, revelan que Washington está más dispuesto que nunca a la acción unilateral y a desairar a la ONU.
El cambio de actitud de Washington no parece probable en este momento, cuando se prepara el juicio político contra el presidente Bill Clinton por iniciativa del Partido Republicano, un duro cuestionador de la ONU.
La consecuencia inmediata es que la ONU comenzará 1999 con una nutrida agenda de crisis mundiales y escaso apoyo de Estados Unidos para enfrentarlas.
Uno de los problemas más desalentadores es la crisis financiera internacional, que comenzó en Asia sudoriental en julio de 1997 y se propagó este año a Rusia y parte de América Latina.
Annan identificó la crisis financiera como uno de los principales desafíos del año entrante, y prometió que la ONU discutirá las posibilidades de reformar la "arquitectura financiera" mundial.
Pero los países más influyentes del Norte industrial y el Fondo Monetario Internacional parecen menos dispuestos que nunca a permitir que la ONU se involucre en decisiones financieras mundiales.
El año 1999 se presenta difícil incluso en las áreas de la diplomacia y las negociaciones de paz, en las que la ONU tiene una autoridad considerable.
Africa central siente el impacto de la interminable guerra civil de la República Democrática del Congo (RDC, ex Zaire), en la que participan varios países de la región.
Angola, Chad, Namibia y Zimbabwe respaldan al presidente de la RDC, Laurent Kabila. Mientras, Burundi, Ruanda y Uganda apoyan a los rebeldes, que primero intentaron derrocar a Kabila y ahora concentran su ofensiva en el centro del país, rico en minerales.
La ONU había logrado que todas las partes involucradas se comprometieran a un cese del fuego informal.
Pero en la RDC actúan docenas de facciones armadas, desde las ex milicias genocidas de Ruanda hasta grupos armados antiugandeses, y el foro mundial cree que no será posible lorar una tregua duradera sin la presencia de fuerzas internacionales de paz.
Un alto funcionario de la ONU, que no quiso ser identificado, estimó que sería necesaria un contingente de 15.000 integrantes para mantener el acuerdo de cese del fuego.
Las operaciones de mantenimiento de la paz que la ONU cumple en la actualidad emplean menos de 17.000 soldados. Lograr que el Consejo de Seguridad acepte la creación de una fuerza de 15.000 hombre solo para un país, la RDC, será una ardua tarea.
Ese desafío es menor, sin embargo, si se compara con la necesidad de dirigir la atención mundial al baño de sangre en Angola, donde por segunda vez en esta década los rebeldes de la Unión Nacional por la Total Independencia de Angola (UNITA) desconocieron un plan de paz promovido por la ONU.
Annan se dio por vencido y admitió que Angola volvió a entrar en guerra, luego de los años de paz que siguieron al pacto de 1994 firmado en Lusaka, Zambia.
Los expertos creen unos 30.000 rebeldes conservaron sus armas desde 1994 y que la UNITA se dispone ahora a ponerlos en acción contra el ejército de Angola, ya bastante exigido por sus compromisos en la RDC y en Congo-Brazzaville.
La lucha obligó a la Misión de Observadores de la ONU en Angola a concentrarse en zonas "más seguras" como la capital, Luanda. El centro del país es un campo de batalla sin control donde combaten las fuerzas del gobierno y la UNITA, como lo habían hecho desde la independencia de 1975 hasta 1994.
Las últimas batallas obligaron a unos 400.000 angoleños a abandonar su hogar, por lo que los funcionarios de la ONU advirtieron que es inminente una crisis humanitaria.
Antes del bombardeo anglo-estadounidense a Iraq, Annan consideraba que allí se había logrado un gran triunfo diplomático. Los hechos de este mes en Iraq demuestran, al igual que el proceso angoleño, lo limitada que es la autoridad de la ONU si no tiene el apoyo de las principales potencias mundiales.
La mayoría de los 15 integrantes del Consejo de Seguridad, incluyendo a China, Francia y Rusia, miembros permanentes al igual que Estados Unidos y Gran Bretaña, se resistieron este año a la voluntad estadounidense de atacar nuevamente Bagdad, y exhortaron a anular las sanciones impuestas a Iraq desde hace ocho años.
Annan recorrió cautelosamente un camino intermedio, prometiendo a Iraq que si cooperaba con los inspectores de armamentos de la ONU habría una "completa revisión" de las sanciones que se le impusieron y de otros asuntos de su interés.
La respuesta de Iraq fue mantener ocasionales altercados con los inspectores, pero siempre retrocediendo a tiempo para complacer a quienes lo apoyaban en el Consejo de Seguridad y evitar el ataque de Estados Unidos.
Ese ciclo de diplomacia lenta y crisis intermitentes se rompió bruscamente el día 16, cuando Clinton lanzó el ataque de misiles, tras las críticas a la actitud del gobierno iraquí en un informe presentado por el jefe de inspectores de armas de la ONU, Richard Butler.
En un instante se fueron por la borda meses de diplomacia en Iraq, la promesa de revisión de las sanciones y toda esperanza de cooperación entre China y Rusia, que apoyan a Iraq, y los dos países atacantes, Gran Bretaña y Estados Unidos.
La insistencia del embajador de China ante la ONU, Qin Huasu, en que no había "ninguna excusa ni pretexto para usar la fuerza" y el retiro de los embajadores de Rusia en Londres y Washington, anuncian tiempos difíciles para el Consejo de Seguridad en los próximos meses. (FIN/IPS/fah/kb/ceb/mp-ff/ip/98