VENEZUELA: Purgatorio indígena sudamericano cumple 500 años

La llegada de Cristóbal Colón por primera vez a costa firme de América del Sur, al río Orinoco y al territorio de la actual Venezuela fue todo una misma cosa aquel 1 de agosto de 1498.

Quinientos años después, los indígenas descendientes de quienes salieron a recibirle con frutas, bebidas fermentadas y casabe (tortillas de mandioca) bloquearon una carretera internacional para exigir reconocimiento de sus "derechos ancestrales".

El quinto centenario del primer arribo de europeos a su territorio pasa en Venezuela prácticamente desapercibido, entre las angustias por la crisis económica agudizada por la caída de los precios internacionales del petróleo y el comienzo de la campaña para las elecciones generales de fin de año.

Colón, en su tercer viaje, iniciado en Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo de 1498, navegó hacia el suroeste hasta que avistó, el 31 de julio, una isla en la que vio tres montes juntos y a la que llamó, por ello, Trinidad.

Al día siguiente se topó con el delta del Orinoco y llamó a la zona primero Isla Santa, y después Tierra de Gracia. Luego recorrió la mayor parte de la costa noreste de Venezuela y torció finalmente hacia La Española, enseña el historiador venezolano Pedro Reixach.

Otro hallazgo del almirante fue constatar que la aguja magnética de su brújula no se inclinaba hacia el norte sino hacia el noreste, por lo que lanzó entonces la tesis de que la Tierra no tiene forma de esfera, sino de una pera.

Los venezolanos graban desde su escuela primaria que Colón no sólo llamó aquellas comarcas "tierra de gracia", sino que se explayó comentando que en aquella zona bien pudo estar el paraíso terrenal.

Rica en perlas como era la zona, los indios allí encontrados pronto conocerían el infierno: sumergirse incesantemente a órdenes de los conquistadores para extraer los tesoros (isla de Cubagua, 1500-1550). A sus descendientes les ha correspondido vivir en un purgatorio.

El caso más reciente es el de 800 indígenas kariña, pemón y akawaio que casi en vísperas de este quinto centenario bloquearon la carretera que en el sureste venezolano lleva hasta Brasil y es la arteria principal para el comercio bilateral y el turismo en aquellas míticas comarcas.

Los indígenas protestaban contra los daños a sus paisajes y cultivos por el tendido de una conexión eléctrica hacia Brasil, favorable a la reserva forestal Imataca, al sur del delta del Orinoco, y por su "ancestral derecho" a disponer de tierras suficientes para sostener sus modos de vida.

Es, apenas, el caso más reciente. Hace un mes, las comunidades yucpa y barí (de familia caribe) que ocupan la noroccidental Sierra de Perijá, fronteriza con Colombia, pidieron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que les ayude a detener la explotación de carbón en su zona.

La explotación carbonífera está a cargo del grupo Petróleos de Venezuela (PDVSA), propiedad del Estado venezolano que, heredero del derecho español, es dueño y señor del subsuelo.

Por ese mismo derecho, el rey Carlos III entregó en 1783 a la comunidad kariña "Jesús, María y José", en Aguasay, llanuras del oriente, lotes de tierras que, 200 años después, deben ser ejidos municipales según un Ayuntamiento que además decretó extinguida la etnia en su zona.

Detrás de Colón llegaron a las costas venezolanas, en 1499, Alonso de Ojeda y Américo Vespucio, por quien lleva el nombre el continente. En el área del lago de Maracaibo encontraron indígenas añú viviendo en palafitos y, evocando a Venecia, dan a la zona el nombre de Venezuela (pequeña Venecia).

Hoy, la comunidad añú reúne a unas 3.000 personas junto a la laguna de Sinamaica, amenazada de salinización luego de que trabajos para usar el tributario río Limón en labores de acueducto y riego alteró el ecosistema. Los añú están en riesgo cierto de desaparecer.

Los miles de yabarana que había en el estado de Amazonas (extremo sur) el siglo pasado fueron intensamente empleados en las explotaciones de caucho hasta entrada la actual centuria. El último medio siglo han perdido tierras en manos de religiosos, colonos y ante otras comunidades.

El censo de 1992 registró apenas una gran familia de 318 yabaranas, de los cuales 134 ya no hablan el idioma, y su esperanza de no extinguirse depende de las campañas de organizaciones no gubernamentales como Survival International, con sede en Londres.

En Venezuela, país de 23 millones de habitantes, existen unas 30 etnias indígenas ubicadas en zonas de frontera y que cuentan con unos 315.000 individuos. Sus relaciones con el Estado y el resto de la sociedad se han guiado por una legislación que data de comienzos de siglo.

En el haber está su creciente organización en movimientos reivindicativos, de afirmación cultural e incluso en partidos políticos. Dos han iniciado actividades en el estado de Amazonas, bajo nombres que sin embargo respetan la disposición constitucional de no discriminación sobre bases étnicas. (FIN/IPS/jz/mj/pr hd/98

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