El gobierno, la banca privada, los gremios de empresarios y el Banco Central de Venezuela se lanzaron esta semana en una veloz carrera tras las tasas de interés, disparadas por el fantasma de una nueva crisis financiera.
La tasa "overnight" (de un día para otro) interbancaria se situó entre 150 y 170 por ciento este viernes y a la última oferta de los títulos de estabilización monetaria, bonos de muy corto plazo que emite el Banco Central para secar liquidez, no se presentaron oferentes.
Las tasas pasivas (que remuneran los ahorros) comenzaron a ofertarse sobre 60 por ciento (el doble de la inflación anual) y las activas, que se cobran por los préstamos, recorren una banda de entre 58 y más de 90 por ciento.
"Al colocar una tasa interbanacaria en 150 y de préstamos a empresas o consumidores en 90 por ciento, los bancos sencillamente dicen 'no queremos prestar ni un centavo", observó a IPS el experto financiero José Grasso.
Eso es consecuencia "sencillamente de la iliquidez en las instituciones", dijo Grasso, presidente de la firma consultora Softline, mientras otras fuentes calificaban de "simplemente extravagante" el alza, pues en enero las tasas más altas apenas pasaban de 20 por ciento.
"Varios bancos quebrarán si se sostiene el alza de las tasas", advirtió el presidente de la Cámara de Comercio de Caracas, Germán García, "pues la cartera demorada podría aumentar drásticamente".
Sin embargo, el presidente de la Superintendencia de Bancos, Francisco Debera, llamó a la calma, al indicar que el sistema bancario está sano. Detalló que la morosidad en el pago de los créditos se situó en mayo en un muy manejable 3,1 por ciento, mientras que en 1993 alcanzó 29 por ciento.
En diciembre de 1993 la crisis de liquidez del sistema bancario llegó a extremos que obligaron a intervención, en 1994-1995, de una veintena de bancos, en lo que representó una crisis sistémica que afectó a 60 por ciento de los activos del sector.
Fue la peor crisis financiera en la historia de Venezuela. Afectó a millones de ahorristas, destapó escándalos de corrupción y fue financiada por el Estado con 8.000 millones de dólares, entonces equivalentes a 16 puntos del producto interno bruto (PIB).
La nueva situación, si bien diferente, ha desatado una carrera para evitar que se repita la crisis y atender sus efectos nocivos más nítidos. Así, caen en picada la compra de viviendas, autos y electrodomésticos y el consumo con tarjetas de crédito.
"El pago del auto me tiene loco. Me presto aquí y pago allá, a veces me atraso con otras cosas", dijo en una encuesta de prensa el médico Miguel Michelángeli. "Voy a devolver todas mis tarjetas de crédito", se lamentó el arquitecto Rafael Marín.
Además, el alza de las tasas induce a la parálisis a pequeñas y medianas empresas que dependen del crédito y sectores como el automotor, que se expandieron en 1997 gracias a las compras a crédito y deben cerrar ahora líneas de producción por falta de demanda.
Aunque menos vertical, también se registra una caída en el consumo de alimentos por efecto de la incipiente recesión. Las ventas de leche en polvo cayeron entre 10 y 15 por ciento en los últimos 45 días, el pan, 15 por ciento, y los quesos en proporción aun mayor.
La baja en la demanda pesará sobre el comportamiento global de la economía y en las posibilidades de recuperación, así como las alzas en las tasas inciden sobre la inflación, justo en el último – y electoral- año del quinquenio del presidente Rafael Caldera.
El origen inmediato del mal se ubica en la caída vertical de los precios del petróleo, que redujo más de 5.000 millones de dólares -un tercio de lo previsto- los ingresos por ventas de hidrocarburos para 1998.
Como consecuencia, el déficit fiscal se agudizó (dos de cada tres petrodólares que ingresan van al Tesoro público) y cerrará en cuatro puntos del PIB, la inflación no podrá contenerse por debajo de 30 por ciento y se eleva la presión de los demandantes de dólares sobre las reservas del Banco Central.
Esas reservas, 18.900 millones de dólares al cierre de 1997, son ahora de 14.763 millones, después de que en la primera semana del mes, el Banco Central "quemó" 560 millones de dólares para sostener al bolívar ante la desbandada demanda de divisas.
Los expertos de la entidad admiten en privado que las reservas pueden bajar en diciembre hasta los 12.000 millones de dólares, lo que es un nivel holgado al superar un año de importaciones, pero incumple el compromiso con los organismos multilaterales de mantener su nivel en 15.000 millones.
El instituto emisor, confrontado al dilema de cuidar sus reservas e impedir que el dólar se dispare -medida de alto impacto inflacionario por el alto componente importado de lo que Venezuela consume- optó por medidas para restringir la liquiidez.
Pero "la economía es como un cuero seco, que si se la pisa por un lado se levanta por el otro. Las tasas de interés suben para que la gente no salga a cambiar sus bolívares", dijo el ministro de Planificación, Teodoro Petkoff.
El bolívar, que se cambia libremente alrededor de 550 unidades por dólar, está 30 por ciento sobrevaluado, según analistas, pero el gobierno teme que una disparada de precios alrededor de una devaluación liquide los esfuerzos del ajuste que lanzó hace dos años.
"Si la tasa de cambio sube excesivamente, comienzan los rumores de devaluación. Si no, empiezan a caerse las reservas internacionales. Se requiere una dosificación cuidadosa y la situación no debería extenderse demasiado", indicó Petkoff.
Tras subrayar en todos los tonos Petkoff y la ministra de Hacienda, Maritza Izaguirre, que el gobierno no decretará una devaluación, esta semana las especulaciones cambiarion de rumbo para anticipar un igualmente desmentido control de cambios.
Buscando calma, moderación y comprensión para la inestable situación y para las eventuales medidas que puedan adoptarse, el ministro del Interior, Asdrúbal Aguiar, invitó este viernes a sendas reuniones a los editores y dueños de los principales medios de comunicación. (FIN/IPS/jz/mj/if/98