Una semilla de injusticia pone en riesgo la imagen del fútbol como el deporte más democrático e igualitario, y por eso tan popular.
La sobrevaluación de los goleadores, inflados por los medios de comunicación, siembra desigualdades y niega la naturaleza colectiva y solidaria del fútbol. La hinchada y el mercado van produciendo una división dentro de la cancha.
Grandes rematadores, como Ronaldo, Romario, Batistuta, Salas o Bierhof, acaparan la gloria, ya no limitada a los hinchas, y los contratos millonarios de publicidad.
Son los nuevos "pop stars". Ganan millones de dólares por jugar al fútbol y publicitar calzados, bebidas, productos lácteos o servicios bancarios, mientras colegas que trabajan más duro y les sirven los goles, se reducen a simples colaboradores en la cancha y en la publicidad.
Un partido se gana en el mediocampo, sentencia Joao Havelange, quien durante 24 años comandó la Federación Internacional del Futbol Asociado (FIFA), corroborando la acción de los directores técnicos que cada día congestionan más ese sector de la cancha. Pero las recompensas van todas a los delanteros.
La injusticia se hace más contundente en el tratamiento que reciben los jugadores de hinchas y comentaristas. Las fallas del goleador, como perder un gol, son toleradas con justificaciones como "falta de suerte" o "mala racha que pasará".
Las del portero o de un defensa, en cambio, pueden costarles la carrera e incluso la vida. El defensa colombiano Escobar fue asesinado de 12 tiros, responsabilizado por un gol contra en la Copa del Mundo de Estados Unidos en 1994.
Pese al riesgo, es tan grande la tentación de un gol, que surgió un tipo de portero que se aventura a ejecutar penales y tiros libres. El paraguayo Chilavert es el caso más notorio de esa subversión de funciones, aunque no el único.
No hay dudas de que el gol es el gran momento del fútbol, cuyo valor aumenta con la escasez. Pero un espectáculo de 90 minutos no puede limitarse al segundo mágico en que el balón penetra en el arco. Hay partidos emocionantes que terminan cero a cero.
El brasileño Garrincha, quien mereció el epíteto de "alegría del pueblo", no era goleador sino un desarticulador de defensas, capaz de provocar carcajadas con sus gambetas. Sus herederos, como Denilson, aunque fundamentales para el espectáculo, ya no tienen lugar como titulares en el seleccionado nacional.
Lo que más anhela un amante del fútbol son bellas jugadas, señaló el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro "El fútbol a sol y sombra".
La tendencia a reducir un partido a sus goles responde a la obsesión por resultados, que caracteriza a la sociedad industrial en su fase final. La competitividad final es todo, los medios no cuentan, aunque sean empleos, la vida de la gente.
La "ideología de resultados" conspira contra el espectáculo. "Jugar feo, pero ganar" era la consigna de Brasil en 1994 en Estados Unidos. El equipo triunfó entonces, pero hoy es menos recordado que el de 1982, que perdió jugando bonito en España.
Los mejores no siempre ganaron las copas mundiales. La historia del fútbol celebra a seleccionados como el de Hungría de 1954, Holanda de 1974 y Brasil de 1982 en desmedro de los campeones de esos años. Puskas, Cruyff, Zico y Sócrates marcaron la historia, aunque sin ganar la Copa.
La admiración que conquistó el fútbol brasileño, como una marca de calidad, no se debe sólo a la cantidad de goles o a las copas que ganó, sino principalmente a su estilo, a la estética del juego en cualquier parte de la cancha.
Los grandes conductores de equipos y seleccionados juegan generalmente en la defensa o el mediocampo, como el uruguayo Obdulio Varela, el alemán Beckenbauer, el brasileño Didi o el italiano Baresi. Pero su papel clave perdió brillo últimamente, ante el culto a los goleadores.
Esa injusticia tal vez sea un atractivo adicional del fútbol, que conforme al capitalismo actual, está dominado por las grandes apuestas financieras, las loterías, los negocios de fortunas rápidas. Además, la polémica alimenta la popularidad de este deporte, según Havelange.
Pero la actual Copa del Mundo de Francia parece apuntar a una corrección en busca de equilibrio. Les fue mal a los seleccionados que dependieron de un goleador, como Italia de Vieri, Chile de Salas o Argentinta de Batistuta y salieron mejor las que compartieron la gloria de los goles entre muchos. (FIN/IPS/mo/ag/cr/98