Los trabajadores de General Motors (GM) pusieron fin a su huelga de 54 días, pero el acuerdo a que llegaron reveló la existencia de factores de perturbación para el futuro de las relaciones laborales en Estados Unidos.
Los obreros de las fábricas de autopartes de Flint, Michigan, no protestaban por mejores condiciones de trabajo, sino para conservar sus empleos. La huelga, que terminó el miércoles y costó 2.000 millones de dólares, fue la manifestación de un conflicto político.
Para los empleados de GM, el paro significó un enfrentamiento al proceso de toma de decisiones imperante en la economía actual, que influye sobre el destino de los flujos de inversión y por lo tanto determina el crecimiento o la quiebra de las empresas.
General Motors detonó el conflicto al incumplir un compromiso contraído hace tres años con los trabajadores de Flint, cuyas inmensas prensas estampan partes de la carrocería para casi todos los vehículos de la empresa. Ese compromiso involucraba nuevas inversiones para garantizar el futuro de la planta.
Durante décadas, los empleados de Flint trabajaron a un ritmo acelerado para terminar antes e irse a casa. La empresa quería jornadas de ocho horas completas, y prometió que en ese caso invertiría en nueva maquinaria para hacer la planta tan rentable como las de México o Brasil.
Pero esa inversión no se materializó nunca, y los trabajadores decidieron iniciar su protesta, que además implicó la paralización de otras 12 fábricas dependientes de sus productos.
La huelga fue una batalla por conservar el empleo. Los sindicatos de la planta de Flint saben muy bien que sin nuevas inversiones laentar la producción de vehículos en México, de 300.000 a 600.000 en el año 2006.
El profesor de la Universidad de California Harley Shaiken explicó que "la productividad de los trabajadores mexicanos es similar a la de los estadounidenses, así que los inversionistas obtienen productividad de primera clase con una fuerza de trabajo que tiene un nivel de vida propio del mundo en desarrollo".
Unos 150.000 trabajadores de Estados Unidos, Canadá y México se vieron impactados por la huelga de Flint, pero asumieron las demandas como propias.
Incluso en México, donde los salarios son 10 veces más bajos que en Michigan, los empleados temen que la empresa pueda encontrar un lugar más barato para construir su próxima planta.
El acuerdo anunciado esta semana implica una inversión de 180 millones de dólares en nueva maquinaria para la planta de Flint y la promesa de no cerrar ni vender otras fábricas ubicadas en esa misma localidad y en Dayton, Ohio, antes de enero del 2000.
A cambio, los sindicatos acordaron cambiar las reglas de trabajo y lograr un 15 por ciento de aumento en las metas de fabricación de autopartes.
Trabajadores de otros lugares del mundo se preguntaban por qué sus colegas de Estados Unidos tardaron tanto en asumir la defensa de los empleos.
Yoon Youngmo, dirigente de la Confederación Sindical de Corea del Sur, visitó Estados Unidos hace unos meses y comentó que la actitud de los trabajadores de este país les dificulta a ellos asumir la lucha para proteger los puestos de empleo.
"Nos dicen: 'Miren a Estados Unidos, allá los sindicatos no andan tratando de detener los despidos, y son los más avanzados del mundo' ", dijo el dirigente coreano.
La organización de Youngmo lleva dos años de dura lucha para defender los puestos de trabajo, en especial tras la aplicación de un plan de austeridad para enfrentar la crisis asiática que genera alto desempleo.
El plan fue elaborado por el Fondo Monetario Internacional, que lo "recomienda" a lo largo y ancho de Asia y América Latina. La posición de Estados Unidos, reflejada en las recetas del Fondo y el Banco Mundial, es que estos países deben atraer inversiones generando condiciones favorables para el capital.
Allí donde los salarios son altos, como en Estados Unidos o Corea del Sur, el desempleo es utilizado como herramienta para que los trabajadores tengan expectativas más moderadas.
La defensa del empleo en Flint o Seúl no son casos aislados. Este mes, los trabajadores de la compañía telefónica de Puerto Rico pararon 48 horas contra la privatización que eliminará numerosos empleos, y en Rusia los mineros del carbón protestan contra el gobierno, que decidió el cierre de numerosas minas.
Los trabajadores de Estados Unidos siempre se consideraron como una excepción, ajenos a los conflictos de clase que tensan las relaciones laborales en otros países. Pero ahora descubren la realidad: el capital fluye hacia los lugares donde hay mayores ganancias, y los países compiten para atraer esos capitales. (FIN/IPS/tra-en/db/mk/lc-ml/lb/98