Luego de los estragos causados por las lluvias e inundaciones del fenómeno climático de El Niño, Chile empieza a sentir el impacto de su réplica, La Niña, que llega acompañada de amenazas de sequía.
La Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), que agrupa a los empresarios del sector, advirtió que en agosto se comenzarán a sentir los efectos de La Niña en los cultivos, pero ya existen problemas por el uso y ahorro del agua de los embalses.
Y es que las "niñerías" de uno y otro género no sólo afectan la producción agrícola, sino también la producción de energía hidroeléctrica, además de las implicaciones ambientales y sociales de estas alteraciones climáticas.
Los cuatro años de sequía que antecedieron la irrupción de El Niño en 1997 dejaron sin embargo buenas lecciones en el país para enfrentar en mejor pié a La Niña, cuyos efectos se prolongarán, según los expertos, hasta el primer semestre de 1999.
El Niño llegó oportunamente en 1997 con abundantes lluvias para reponer las reservas en los embalses de riego, particularmente en la Cuarta Región de Chile, unos 500 kilómetros al norte de Santiago, la más afectada por la sequía.
Pero al poco andar el fenómeno cobró caracteres críticos, al provocar aluviones e inundar tierras y ciudades en los estériles parajes del norte del país, no habituados a regímenes de intensas lluvias y nevadas.
En el centro y sur del país los impactos fueron también dramáticos en términos de anegamientos de calles y viviendas en las ciudades, aunque para la agricultura El Niño representó un beneficio en términos generales.
El hermoso espéctaculo de floraciones en el desierto de Atacama y el paso inédito de una tormenta tropical por Santiago en febrero, durante la tenporada de verano, estuvieron entre las novedades que el fenómeno aportó hasta comienzos de este año.
Abundantes lluvias otoñales en mayo llevaron a suponer que El Niño seguiría haciendo de las suyas en 1998, pero ese fue más bien el toque de retirada para dar paso a un invierno que se caracteriza por la escasez de precipitaciones.
Durante este año han caído en Santiago 73,6 milímetros de agua, según las estadísticas metereológicas al 28 de julio, mientras que a la misma fecha de 1997 la pluviosidad marcaba 415,3 milímetros de agua caída en la capital.
En un año normal, según la tasa que se establece del promedio de los últimos 30 años, Santiago registra a la altura del 28 de julio un índice de agua caída de 209,4 milímetros.
El sur de Chile, habitualmente lluvioso, es también atacado por La Niña en 1998, como lo muestra la ciudad de Valdivia, a 835 kilómetros de Santiago, donde el agua caída hasta el día 28 llegaba a 632,7 milímetros.
El año pasado los pluviómetros consignaban para Valdivia un volumen de agua caída de 1.449,2 milímetros, superior al promedio del año normal, de 1.163,8 milímetros para la fecha referencial.
La Niña implica menos lluvias y, en invierno, desata por añadidura temperaturas más bajas, lo cual adelantará para agosto la floración de los árboles en zonas productoras de guindas, manzanas, duraznos, damascos, nectarines y otras frutas.
El fenómeno, según la SNA, provocará igualmente demoras y eliminación de siembras de cultivos tradicionales, como el trigo, y la posibilidad de que en la zona central se pierdan unas 8.000 hectáreas de producción de este cereal.
La ganadería de secano, es decir en tierras que reciben las lluvias como único riego, se verá también perjudicada por La Niña, con bajas en la productividad de leche y carne, de acuerdo a estudios del organismo empresarial.
Manuel Peñailillo, dirigente de pequeños agricultores no adscritos a la SNA, estima en cambio que la escasez de agua no traerá consecuencias dramáticas, salvo en actividades que dependenden exclusivamente de las lluvias.
Durante la sequía, los pequeños agricultores incorporaron tecnologías de riego para el aprovechamiento de los pozos y la construcción de pequeños tranques, que les permitirán enfrentar el fenómeno de La Niña, señaló Peñailillo.
El ministro de Agricultura, Carlos Mladinic, sostuvo igualmente que no habrá impactos graves para el sector, ya que los embalses de agua para riego están llenos, según dijo, por lo cual se esperan problemas sólo puntuales en áreas de secano.
No obstante el optimismo del ministro, ya se han desatado conflictos entre agricultores y las empresas generadoras de electricidad por el uso del agua de los embalses en las regiones Séptima y Octava.
Ambas regiones sureñas, distantes entre 300 y 600 kilómetros de Santiago, contienen el mayor potencial hidroeléctrico del país, pero a la vez son grandes productoras agrícolas y ganaderas.
En la Séptima Región, el propósito de la generadora Colbún de utilizar aguas del río Maule para llenar su represa y aumentar la disponibilidad de electricidad provocó protestas de los agricultores ante la Comisión Nacional de Energía.
Lo mismo ocurrió en la Octava Región, donde la empresa Endesa está utilizando en gran escala las aguas del lago Laja, el mayor embalse natural del país, para mantener operativas tres centrales hidroeléctricas.
La Asociación de Canalistas del Laja, que regula el uso de las aguas del lago para riego, señaló que el embalse bajó su disponibilidad de agua ya en 10 por ciento y que están seriamente comprometidos cultivos en unas 100.000 hectáreas de suelos agrícolas. (FIN/IPS/ggr/ag/if-en/98