El hambre que sufren diez millones de personas y los consecuentes saqueos resucitaron el polémico proyecto de trasposición de las aguas del río Sao Francisco para transformar el nordeste de Brasil, sometido a periódicas sequías.
La obra, que costaría por lo menos 850 millones de dólares, es una promesa incumplida del presidente Fernando Henrique Cardoso, planteada en las elecciones de 1994. Ahora resurge como prioridad para un probable nuevo período de gobierno encabezado por el propio Cardoso de 1999 al 2002.
La actual sequía, atribuída al fenómeno de El Niño, produjo numerosos saqueos de supermercados, camiones e incluso escuelas que ofrecen merienda a sus alumnos. Un amplio movimiento de solidaridad recoge alimentos en el resto del país para enviarlos a los 1.209 municipios afectados.
Ese clima de conmoción nacional le dio vida nueva a la vieja idea de utilizar parte del flujo del Sao Francisco, uno de los grandes recursos hídricos de Brasil, para hacer perennes varios ríos del nordeste que secan durante el período sin lluvias.
Las aguas desviadas recorrerían 2.100 kilómetros en cuatro de los nueve estados del nordeste, permitiendo abastecer un área donde viven seis millones de personas e irrigar por lo menos 333.000 hectáreas agrícolas.
La idea es desarrollar el agroindustria en la región, en especial la fruticultura, generando cerca de 1,2 millones de empleos.
Con el nuevo impulso al proyecto resucitó también la polémica. La más fuerte resistencia se concentra en el estado de Bahía, donde se ubica la mayor parte del Sao Francisco, denominado "río de la unidad nacional" porque une el nordeste con el centro-sur de Brasil.
El principal líder político de Bahía, Antonio Carlos Magalhaes, presidente del Senado e interino del país esta semana, por ausencia de Cardoso en visita a España, Suiza y Portugal, se manifestó contra el proyecto, "hasta que se compruebe que no habrá daños" a su estado, por estudios detallados.
Bahía perderá recursos hídricos que pueden ser necesarios para la ampliación de su área irrigada, siguiendo una experiencia exitosa que transformó uno de sus municipios, Juazeiro, en importante polo de desarrollo de la fruticultura.
Las objeciones ambientales constituyen otro obstáculo. El secretario de Agricultura bahiano, Pedro Barbosa, teme daños ecológicos graves.
Desviar más de 80 metros cúbicos por segundo reducirá el flujo del río a tal punto que afectará la generación de energía en las siete centrales hidroeléctricas impulsadas por sus aguas, según José Teodomiro de Araujo, dirigente del Comité Ejecutivo de Estudios Integrados de la Cuenca del Sao Francisco.
Cada metro cúbico excedente restará 2,6 megavatios en la capacidad de esas centrales. Eso, sumado a la energía necesaria para elevar las aguas a 160 metros de altura representarán una pérdida importante para el nordeste, evaluó Araujo.
Los 70 metros por segundo anunciados en la última versión del proyecto serán insuficientes para la irrigación y no se justifican para abastecimiento humano, porque para eso los estados beneficiados disponen de agua suficiente, razonó.
La irrigación pretendida exigirá 280 metros cúbicos por segundo, un décimo del flujo promedio del Sao Francisco. Pero ese flujo es muy irregular, alcanza hasta 11.000 metros en el período de lluvias y baja a 600 metros en septiembre, el mes más seco, añadió. Las represas lo regularizan parcialmente.
Con las aguas del Sao Francisco, políticos y técnicos favorables al proyecto estiman que se podrá convertir el nordeste en el mayor productor frutícola del mundo. Chile exporta más de 1.000 millones de dólares en frutas, con menos de 200.000 hectáreas irrigadas, argumentan.
El clima semiárido, que aleja las plagas, la tierra barata y su fertilidad favorecen la actividad, que puede multiplicar la productividad de otras áreas del país. En un valle del estado de Rio Grande do Norte, por ejemplo, se produce 130 toneladas de banano por hectárea, casi el doble de América Central.
El problema sería evitar los errores del pasado, por razones políticas. En el nordeste ya se consumieron miles de millones de dólares en obras contra la sequía, en especial represas.
Pero éstas se hicieron en tierras de grandes terratenientes, aumentando la desigualdad social y la pobreza de los campesinos marginados, recordó Celso Furtado, ex ministro de Planificación y fundador en 1959 de la Superintendencia del Desarrollo del Nordeste que pretendía dar otro destino a la región.
El agua conservada se destinó más a la ganadería y no para la irrigación, que podría beneficiar las capas más pobres. Esa distorsión se debe al poder político de los terratenientes que siguen con fuerza en el actual gobierno del presidente Cardoso, observó Furtado. (FIN/IPS/mo/mj/en dv/98