AMERICA LATINA-EUROPA: "Estos" y "aquellos" años 60

Los años 60 latinoamericanos pueden mirarse no sólo como un negativo fotográfico de la década actual, sino también en contraste con los movimientos que en la misma época sacudieron Europa.

"En realidad, situar en 1968 la revuelta juvenil latinoamericana es bastante forzado. El 68 no se diferenció mayormente en esta región del 67 ni de los primeros años 70", señala el historiador uruguayo Carlos Demasi.

"Es cierto que en 1968 ocurrió la masacre de Tlatelolco en México, donde al menos 200 manifestantes estudiantiles fueron acribillados por la policía, y estallaron movilizaciones juveniles en América del Sur, sobre todo en Argentina, Brasil y Uruguay, pero no fue ese un año bisagra como sí lo fue en Europa", agrega.

Investigadores latinoamericanos que trabajaron sobre la revuelta de los 60 observan que hay un punto básico de coincidencia en los movimientos de protesta registrados en aquella década en el subcontinente y en Europa: la irrupción por primera vez en la historia de la juventud como sujeto.

Pero más allá de eso, y aunque también haya otros rasgos generacionales en común, "los protagonistas de los hechos y el contexto político, social y económico difieren" entre una región y otra, destaca por su lado el argentino Martín Caparrós, coautor de una vasta investigación sobre los movimientos guerrilleros en su país y en América Latina en los años 60 y 70.

El "Mayo francés" y las revueltas juveniles que casi coincidentemente se dieron en Italia y Alemania, ocurrieron en sociedades prósperas, de relativa abundancia, donde los problemas sociales no eran acuciantes.

"Cuando Francia se aburre", fue el título de un artículo que el diario Le Monde publicó el 15 de marzo de 1968, una semana antes de que la facultad de Nanterre, en la periferia de París, fuera ocupada por estudiantes dirigidos por quien sería una de las figuras emblemáticas de Mayo, Daniel Cohn Bendit.

"Muy otro era el contexto latinoamericano de la época. Brasil y Argentina estaban bajo regímenes militares, y en Uruguay, la guerrilla tupamara ya actuaba. La prosperidad había quedado atrás hacía por lo menos diez años", recuerda ahora Cohn Bendit.

"Esas características en América Latina funcionaban como agravantes y hacían más urgente la acción. En Europa las motivaciones eran más de opresión existencial. Nuestra generación sentía que ya no podía más de vivir encorsetada en parámetros culturales que le marcaba una clase dirigente vetusta desde todo punto de vista", agrega.

Conh Bendit observa, no obstante, que el "contexto de la época era el mismo en todas las regiones: era el inicio de la globalización de la información. La radio y la prensa comenzaban a transformarse al influjo de la primacía de la imagen y de los medios electrónicos".

La liberación sexual, la ruptura en los modos de comportamiento, estuvieron entre los rasgos culturales fuertes que marcó a la generación del 68 a uno y otro lado del Atlántico.

"Pero Mayo fue vivido sobre todo como una gran fiesta, como un gran ejercicio de catarsis colectiva, de liberación en las costumbres, y ese fue su gran aporte. En América Latina todo era más serio, más grave", reflexiona el ex líder estudiantil.

Cuba y el Che Guevara, asesinado un año antes en Bolivia, "no tuvieron influencia directa sobre Mayo, pero sí después. Sobre todo en Alemania e Italia, hubo después de 1968 una evolución peligrosa, con el surgimiento de grupos de guerrilla urbana inspirados de los latinoamericanos", subraya Cohn Bendit, actual diputado europeo del Partido Verde de Alemania.

"Cuando la esperanza de una revuelta solidaria se desmoronó, aparecieron en Europa todo tipo de tentaciones tercermundistas estructuradas en torno de las ideas de guerrilla heredadas del Che, del mito de la revolución vietnamita y del antiimperialismo", recuerda.

"Dany el rojo", como se lo conoció en la época, precisa que él no estuvo entre quienes en aquellas jornadas de revuelta miraron hacia América Latina, sobre todo hacia Cuba y hacia el "ejemplo del Che", para "inspirarse".

"La de Francia fue una eclosión juvenil extraordinaria. Luego se volvió a la rutina. En América Latina fue un proceso que trascendió al 68", puntualiza Alfredo Errandonea, ex director del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de Uruguay.

En la misma línea se ubica otro investigador uruguayo, Jorge Landinelli, para quien en América Latina "no es difícil encontrar las raíces del 68 en una prolongada maduración del movimiento estudiantil universitario", que luego entroncaría, al punto de confundirse con la izquierda organizada.

Si bien los años 60 latinoamericanos se caracterizaron también por la irrupción de una izquierda "alternativa" a los partidos tradicionales de ese signo, esencialmente el Comunista y el Socialista, se trató sobre todo de una ruptura metodológica, a partir de una opción de los primeros por la "acción directa".

"La ruptura se dio sobre todo allí, en esa dicotomía entre izquierda 'revolucionaria' e izquierda 'reformista', pero no hubo en América Latina una verdadera contraposición ideológica entre ambas, como sí se dio en Europa al influjo de grupos de corte más bien anarquista que influyeron de manera decisiva en los 60", opina Caparrós.

Hubo que esperar los primeros años 80, con el fin de las dictaduras, para que hicieran carne en América Latina en grupos de izquierda reivindicaciones libertarias como el derecho al aborto y el reconocimiento de las minorías sexuales, o preocupaciones por temas como el ambiental, que en Europa o Estados Unidos "prendieron" en los 70.

Sin embargo, caída del Muro de Berlín y del socialismo real mediante, con su secuela de derrumbe de las "grandes ilusiones transformadoras", los años 90 pueden interpretarse, en todo el planeta, como el reverso de los 60.

"En el lado positivo de la balanza puede decirse que los 60 y los 70 fueron, en todo el planeta, años de efervescencia cultural, de debate, de apogeo de un cierto pensamiento crítico que sería bueno recuperar aunque sea en parte, visto el clima de descreimiento y de consenso acrítico hoy reinante", dice Caparrós.

En el negativo, la "pasión" revolucionaria de las décadas pasadas condujo a "impasses, a callejones sin salida y también a tragedias que no hay por qué repetir ni añorar", agrega.

Muchos de los participantes en los movimientos de revuelta juveniles de los 60, tanto en América Latina como en Europa, reivindican también como un "aporte" de esos años su posicionamiento respecto al poder.

"Como generación hicimos una opción por los contrapoderes sociales que luego mantuvimos, aunque hayan sido muy numerosos, también en América Latina, los que cambiaron su atuendo militante por una tarjeta American Express", dice a IPS un ex guerrillero uruguayo.

"Existen -eso sí- enormes dificultades para transmitir nuestra experiencia a los más jóvenes, que nos ven como dinosaurios, aunque admitan que muchas de las conquistas sociales que pautan hoy su vida y que ellos ven como naturales, fueron logradas en los 60 y 70", señala.

"Pero quienes participamos de aquellos años tenemos menos dificultades para vivir en esta época de incertidumbre que nuestros mayores, crecidos en tiempos de mayores certezas. Nosotros debimos 'matar' (superar) a nuestros propios padres y liquidar consensos sociales duros. Eso está en nuestro haber", concluye el antiguo guerrillero. (FIN/IPS/dg/ff/ip-cr/98

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