Brasil opone un enfermo sistema de a la propagación del dengue, el avance de la malaria sobre las cenizas del norte amazónico y el asedio de la fiebre amarilla a varias ciudades.
Hay casi 150.000 casos de dengue registrados oficialmente, pero se sabe que otros miles no fueron notificados a las autoridades sanitarias. Minas Gerais, un gran estado del sureste, sufre la peor epidemia, con más de 50.000 enfermos, 116 de ellos probablemente con dengue hemorrágico.
Así mismo, la Organización Mundial de la Salud ha advertido que Brasil concede insuficiente atención a la tuberculosis, que está nuevamente en expansión.
Mientras, la fiebra amarilla, a la que se creía eliminada de las ciudades del país hace 50 años, vuelve a preocupar al Ministerio de Salud, debido a brotes en la limítrofe Bolivia y a la posibilidad de que sea transmitida por el mismo mosquito del dengue, el aedes aegypti.
La semana próxima comenzará una campaña de vacunación contra la fiebra amarilla con la meta de inmunizar a ocho millones de personas en 12 de los 27 estados brasileños. La amenaza es especialmente cierta en áreas urbanas del norte y centro-oeste, dos regiones fronterizas con Bolivia y Perú.
La vacunación ya es exigida a viajeros procedentes de esos dos países y también a los brasileños que se desplazan a la Amazonia, donde siempre se registraron casos de fiebre amarilla. La amenaza, por tanto, viene también del interior del país.
José Serra, investido el martes, es el tercer ministro de Salud al que recurre desde 1995 el presidente Fernando Henrique Cardoso para poner en orden la gestión del sector.
Dos médicos reconocidos por su buena gestión de grandes hospitales, Adib Jatene y Carlos Albuquerque, debieron abandonar el Ministerio de Salud ante una crisis financiera, la corrupción y la ineficacia del sistema.
Ahora Cardoso confía en un economista y político de su mismo partido, el Socialdemócrata, para atender uno de los flancos más débiles de su gobierno, a seis meses de las elecciones en que intentará lograr un nuevo mandato de cuatro años.
Senador y ex ministro de Planificación, Serra aceptó el reto con un ojo en las elecciones de 2002, cuando podrá ser candidato a la sucesión de Cardoso. El riesgo es grande, pero el éxito aseguraría su futuro políico.
El Ministerio de Salud debe habérselas también con la malaria, que usualmente afecta a cerca de medio millón de brasileños cada año. Los devastadores incendios de los dos últimos meses en Roraima, en el extremo norte, tienden a agravar el problema.
En las cenizas y en aguas estancadas proliferan los mosquitos y un brote de malaria amenaza a grupos indígenas, también expuestos al hambre, a causa de la destrucción de sus cultivos, arrasados por el fuego.
Una sequía de más de seis meses, interrumpida esta semana por lluvias que apagaron la mayor parte de los incendios, convirtió muchos riachuelos en charcos propicios a la poliferación de los mosquitos, explicó Carlo Zacquini, un misionero italiano que asiste a los indígenas yanomami en Roraima.
La malaria fue introducida entre los yanomami por los "garimpeiros" (mineros informales) que invaden insistentemente el territorio indígena.
Pero la gran prioridad sanitaria en la actualidad es el dengue, que se extiende de modo acelerado por el sureste, la región más rica y poblada del país. Se teme el aumento de los casos de dengue hemorrágico, que resulta mortal si no es tratado con urgencia y medios adecuados.
En Río de Janeiro ya se comprobaron cinco casos de dengue hemorrágico. En Pernambuco, en el nordeste, son siete desde enero, frente a los 12 registrados en todo el año pasado.
En Minas Gerais, la situación es alarmante, aunque las autoridades no confirmaron ninguno de los 116 casos sospechosos de dengue hemorrágico.
El dengue es endémico en Brasil desde la década pasada y es entonces grande la posibilidad de una epidemia hemorrágica, ya que esa forma violenta puede presentarse en personas que han padecido la enfermedad más de una vez, y tiene origen en dos tipos de virus. (FIN/IPS/mo/ff/he/98