/CIUDADES DEL MERCOSUR/ARGENTINA: Mujer y ciencia, incompatibilidad y costos personales

En Argentina, las mujeres que deciden ingresar a una carrera científica o tecnológica, tienen mayores dificultades que los hombres. Como resultado de esa diferencia, son mayoría en las categorías más bajas de la carrera de investigador y docente, y minoría en las superiores.

Ese es el resultado de una investigación de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología, que nuclea a mujeres de las ciencias preocupadas por detectar y remover prejuicios de género en sus ámbitos de trabajo académico, y estimular la vocación de niñas y jóvenes por carreras consideradas "masculinas".

Las coordinadoras de la red hallaron que muchas mujeres de más de 50 años, que se dedicaron a la ciencia y lograron inserción destacada en su profesión, debieron pagar costos muy altos, como trabajar el doble, renunciar a la maternidad o al matrimonio, o simplemente tolerar situaciones de grave discriminación.

"Detrás de cada biografía de estas mujeres hay patrones sistemáticos de discriminación de los cuáles ellas muchas veces no fueron conscientes o lo fueron pero cuando ya habían sufrido una postergación", dijo a IPS la filósofa Diana Maffía, coordinadora de la Red.

Una de las primeras tareas que se propuso realizar la Red encontró un obstáculo. "Como no se considera relevante hacer estadísticas por sexo, debimos hacer un trabajo artesanal para contabilizar cuantas mujeres hay en las distintas carreras, instituciones y cargos", detalló Maffía.

Finalmente, la investigación concluyó que las mujeres son 93 por ciento de los docentes de escuelas primarias y 67 por ciento en la enseñanza media, pero caen a 31 por ciento en la docencia universitaria.

A su vez, a menor jerarquía en los puestos hay más mujeres. En la universidad, ellas son 58 por ciento de los auxiliares, el cargo más bajo, mientras en los más altos los hombres acaparan 74 por ciento de los puestos.

Nunca hubo una rectora mujer en la Universidad de Buenos Aires, la principal de Argentina, y hubo sólo unas pocas decanas.

Una de ellas es la decana de la Facultad de Farmacia, Juana Pasquini, que reconoce que postergó su matrimonio hasta los 40 años y no tuvo hijos, porque debió volcar todo su esfuerzo en la carrera, un renunciamiento al que no se ven forzados los hombres.

Pasquini recuerda que en una reunión de decanos, debía sortearse el tribunal que juzgaría el comportamiento de un decano, y ella, como única mujer, fue "invitada" por el rector a sacar un papel de la bolsa, un gesto que, por lo general se les pide a los niños por considerarlos incapaces de una trampa.

Algo similar que en la universidad ocurre en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnolgicas (Conicet), el sistema de investigación más importante de los sostenidos por el Estado, que financia 97 por ciento de la investigación que se realiza en Argentina.

Allí, casi 60 por ciento de las investigadores con categoría de "asistentes", la inicial de la carrera, son mujeres. Pero al llegar al puesto de investigador superior, ellas son sólo ocho por ciento del total.

Los hombres son proporcionalmente menos al ingresar, pero logran en mucha mayor medida llegar a la cima de la carrera. "Las mujeres van dejando a medida que tienen los hijos, porque priorizan su dedicación a la familia, al hogar o el progreso profesional del marido", sostiene Maffía.

En un video de entrevistas recopiladas por la Red, la médica Martha Fernández, de 58 años, dice que ella hizo la carrera en una época en que era poco usual la presencia femenina en la universidad y se graduó junto con el que fue poco después su marido.

Iniciaron juntos la carrera de investigadores en el Conicet, llegaron al mismo cargo y decidieron postularse para una beca en el exterior. Ambos ganaron, pero él obtuvo una beca entera y ella media "porque se consideraba que el matrimonio podía arreglarse con esa beca y media, aunque a él se la daban entera", recuerda.

En el exterior tuvieron un hijo, y fue ella quien lo llevaba consigo a su laboratorio durante el primer año, a pesar de que su esposo tenía el mismo puesto. Al regresar, el puntaje de ambos por la experiencia externa había crecido, pero a ella le dieron tres categorías menos que a él.

La socióloga Catalina Wainerman se sorprendió al saber que a Martha Fernández le había pasado lo mismo que a ella.

Wainerman y su marido ganaron becas externas del Conicet, pero a ella -y no a él- se le asignaba la media beca. "Nunca entendí por qué no nos daban lo mismo, aunque fuera menos para cada uno, pero lo mismo", expresa ahora.

Maffía dice que en el Conicet -que nunca fue presidido por una mujer- no hay una norma explícita que discrimine a las mujeres, y sin embargo, para las becarias no hay prestaciones de salud en caso de embarazo ni licencia posparto, un hecho que disuade a unas de la carrera y a otras de la maternidad.

Las coordinadoras de la Red -todas casadas y con hijos- destacan que es necesario que las mujeres científicas entiendan que no deben renunciar a la maternidad, sino trabajar para remover esos prejuicios que las marginan.

Muchas de las que optaron por tener hijos, como la astrofísica Gloria Dubner, dice ahora que si bien fue difícil, sus hijos no se criaron con una "madre ausente". De todos modos, recuerda que muchas veces debió haberse quedado trabajando 12 horas y no pudo hacerlo, aunque su marido lo hacía cuando lo necesitaba.

Las mujeres de la Red realizaron una serie de talleres en escuelas primarias y en escuelas técnicas secundarias. Allí descubrieron que en las experiencias de laboratorio, las maestras estimulan más la curiosidad del varón y esperan de ellos más que de las niñas.

Por eso, la Red realizó una propuesta que obtuvo el premio del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) 1997 de "Ciudadanas del próximo siglo".

Esto consiste en estimular la vocación de las pocas niñas que eligen las escuelas técnicas en la enseñanza media y desarrollar programas de discriminación positiva para facilitarles el acceso al trabajo.

Para la médica Evangelina Sacerdote, de 80 años, eso hubiera sido un sueño.

Ella estudió en Italia en un liceo de mujeres, que no le permitía ingresar a la universidad. Entonces, decidió preparar con su prima todas las materias de la escuela secundaria de varones, presentándolas libre en poco más de un año, para luego ingresar a la Facultad de Medicina.

Su prima es Rita Levi Montalcini, Premio Nobel de Medicina 1986. Pero Evangelina debió emigrar en los años 30 junto con su marido y sus tres hijos, y al llegar a Buenos Aires, ninguna autoridad se animó a reconocerle el título.

"Querían que hiciera de vuelta la primaria y la secundaria, y después la universidad otra vez. Finalmente, como yo ya había realizado prácticas en laboratorio, me permitieron ejercer con ratones, pero me alejé para siempre de los pacientes que era lo que me gustaba", afirma.

Hoy, Evangelina sigue trabajando en investigaciones sobre cáncer. (FIN/IPS/mv/ag/la-pr-sc/98

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