La creciente mecanización de la agricultura se extiende al café y tiende a agravar la miseria urbana en Brasil. La generación de empleos no agrícolas en el campo surge como alternativa.
Cultivos tradicionales que empleaban mucha mano de obra, como caña de azúcar, café y algodón, intensificaron la utilización de máquinas para su cosecha o sufrieron crisis, en un proceso que anula el efecto de la reforma agraria como vía de ocupación y manutención de familias en el campo.
La solución es estimular la generación de empleos rurales pero no destinados a la producción agropecuaria, una tendencia ya presente en Brasil, propone José Graziano da Silva, experto de la Universidad de Campinas, ubicada a cien kilómetros de Sao Paulo.
Desde la década pasada, se diversifican las posibilidades de trabajo en el medio rural, que comprenden la producción de artesanías y alimentos en conserva y la prestación de servicios como arrendamiento de tractores, hoteles-hacienda, clínicas de adelgazamiento y pesca deportiva.
De 1992 a 1995, los empleos no agrícolas aumentaron 3,5 por ciento en el país, mientras los vinculados a la producción agropecuaria cayeron 0,6 por ciento, señaló Graziano en un estudio presentado en el seminario internacional Campo-Ciudad que se celebra esta semana en Curitiba, en el sur de Brasil.
Además las familias que se dedican a esas nuevas actividades ganan 43 por ciento más que las que se limitan a la labor agrícola, un factor decisivo para su permanencia en el campo, argumentó el investigador.
La mecanización y las nuevas tecnologías reducen la cantidad de horas de trabajo en la siembra, cuidados y cosecha. Eso libera tiempo y mano de obra para las nuevas fuentes de ingreso.
El gobierno, hoy muy preocupado en reducir el desempleo que ya alcanza 7,25 por ciento en las áreas metropolitanas, deberá acelerar ese proceso estimulando su financiación y la capacitación de mano de obra para ese segmento de la economía rural, concluyó Graziano.
Brasil es un país que aún mantiene gran cantidad de trabajadores en el campo. Eran 16,6 millones en 1996, según estadísticas oficiales, lo que representa 22 por ciento de la población económicamente activa, índice diez veces superior al de algunos países industrializados.
El país tiene que reducir el empleo agrícola y lo está haciendo. En 1992 el sector ocupaba a 18,5 millones de personas, cifra que bajó 1,9 millones en los cuatro años siguientes. Gran parte de esa gente seguramente engrosó las periferias marginadas de las ciudades.
En un esfuerzo contra la marea, la reforma agraria impulsada por el gobierno tiene como meta asentar a 280.000 familias entre 1995 y 1998. Está, por lo tanto, lejos de neutralizar la expulsión de campesinos y trabajadores agrícolas.
Además de los avances tecnológicos, la agricultura sufrió en los últimos años una fuerte descapitalización, pues soportó el peso principal del combate a la inflación. El precio de sus productos bajó en comparación con otros sectores.
La mecanización se aceleró en especial en la caña de azúcar, ante las presiones ambientales contra los incendios en la preparación de la cosecha. El humo que provoca la quema de las hojas provoca problemas respiratorios y se sospecha que es cancerígeno. Además, ensucia las ciudades vecinas.
Pero sin eliminar las hojas, es prácticamente imposible el corte manual de la caña que emplea 350.000 personas solo en Sao Paulo, el principal estado productor. Por eso se difunde el uso de máquinas cosechadoras que sustituyen a 45 trabajadores cada una.
Las máquinas solo son factibles, sin embargo, en las tierras llanas, no en las accidentadas.
Esa es una limitación del café, cultivo que exige altitudes elevadas, su mayor producción se concentra en areas montañosas, en el sur del estado de Minas Gerais.
Pero en otras regiones empiezan a usarse cosechadoras que pueden sustituir el trabajo de hasta 500 personas. La más nueva es una adaptación de una máquina australiana, que cuesta 165.000 dólares, pero caficultores la consideran ventajosa ante el costo más elevado de la mano de obra.
Una máquina desarrollada en Brasil a partir de una cosechadora estadounidense de cerezas es vendida hace 22 años.
El café brasileño está migrando hacia zonas del centro del país, los denominados "cerrados", tierras semiáridas y poco fértiles, en parte porque son llanas y permiten la mecanización, según Ana Arakaki, dirigente de una cooperativa de caficultores en la localidad de Patrocinio.
Las máquinas permiten reducir a casi la mitad el costo de la cosecha. Por eso se estima que ya hay 300 cosechadoras operando en Brasil. Su proliferación amplía el reto de generar nuevos tipos de empleos, tanto en las ciudades como en el campo. (FIN/IPS/mo/mj/dv/98