La crisis entre la Organización de las Naciones Unidas (ONU) e Iraq reveló fisuras en el apoyo tradicional que la opinión pública de Japón brinda a la política exterior de Estados Unidos, su principal aliado.
"Estados Unidos está loco por la guerra. Japón es pacifista", sentenciaba una pancarta que manifestantes portaban frente a la embajada de Washington en Tokio hace unos días.
El apoyo que brindó Japón a Estados Unidos, pilar de seguridad para Tokio desde su derrota en la segunda guerra mundial, se expresó en el aporte de 13.000 millones de dólares para la coalición liderada por Washington contra Iraq en la guerra del Golfo, en 1990.
La constitución japonesa impide que Tokio envíe soldados a acciones militares en el exterior por lo que la contribución de Japón también tuvo el fin de acallar las críticas estadounidenses que afirmaban que el país asiático no hacía lo suficiente para resolver la crisis del Golfo.
Esta vez, los analistas consideran improbable que este tipo de generosos aportes y diplomacia monetaria se reitere, a pesar del interés que tiene Japón en asegurar el flujo sin interrupciones de la oferta de petróleo de Medio Oriente.
Parte de la razón yace en la recesión económica de Japón y en la creciente oposición del público japonés a respaldar los planes de Washington para realizar ataques aéreos que obliguen a Iraq a permitir la inspección de la ONU de sitios donde se sospecha que existen armas químicas y biológicas.
Pero "el otro aspecto importante es que Japón está madurando lentamente", explicó el experto de Medio Oriente y profesor de relaciones internacionales Ryoji Tateyama, de la Academia de Defensa.
En definitiva, la posición de Japón sobre las gestiones de Washington para reunir apoyo para su acción militar contra Iraq surge como una prueba de la independencia de la política exterior de Tokio.
"Tokio transita por la cuerda floja entre su desigual relación con Washington y su deseo de liberarse de las restricciones adheridas a esta dependencia", añadió Tateyama. "Una nueva agresión en Medio Oriente podría ser una prueba crucial para su futuro".
Por tanto, los analistas afirman que aunque es probable que al final Japón apoye el posible bombardeo de Iraq, lo hará con cierta renuencia.
Como otros países de Asia, Japón considera que la situación actual difiere a la del conflicto de 1990 que sucedió luego de que Iraq ocupara al vecino Kuwait. "Estados Unidos puede confiar en el respaldo de Tokio, pero este no será tan inminente" como en la guerra del Golfo, sostuvo Tateyama.
Públicamente, el gobierno japonés se inclinó por apoyar las acciones de Estados Unidos en el Golfo, pero el primer ministro Ryutaro Hashimoto solicitó a Washington que se abstenga de realizar un ataque durante los Juegos Olímpicos de Invierno que se llevan a cabo en la ciudad japonesa de Nagano.
"Japón comparte la opinión de Estados Unidos de que una solución diplomática basada en el pleno cumplimiento de Iraq de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU es la mejor solución, y que todas las opciones siguen en pie", declararon ambos países tras una reunión el 13 de este mes de Hashimoto con Bill Richardson, embajador de Washington ante el foro mundial.
Funcionarios de ambas partes interpretaron que la declaración significa que Japón apoyará un ataque militar dirigido por Estados Unidos, si fracasan las gestiones diplomáticas. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, visitará Iraq esta semana en un intento final por impedir el enfrentamiento.
La prensa japonesa señaló que Tokio había confirmado nuevamente su compromiso a la alianza con Estados Unidos, pero Tateyama sostiene que los términos del apoyo de Japón siguen siendo "vagos".
"Por ejemplo, el primer ministro también dijo que valora en gran medida las gestiones diplomáticas de Washington y manifestó la necesidad de una nueva resolución del Consejo de Seguridad que legitime un ataque contra Iraq", explicó.
"Estas declaraciones indican una extrema renuencia, aun entre los ámbitos más elevados, a respaldar un ataque que podría tener terribles consecuencias en toda la región" de Medio Oriente, dijo Tateyama.
La renuencia de Tokio también se ve incrementada por sus crecientes vínculos con Medio Oriente. Japón importa 82 por ciento de su petróleo de esta región, en su mayoría de Emiratos Arabes Unidos, Arabia Saudita e Irán.
En los últimos años, Japón promovió cuidadosamente sus lazos con los países árabes exportadores de petróleo. En noviembre, Hashimoto firmó un nuevo acuerdo de cooperación comercial, cultural y educativa con Arabia Saudita.
Hace un año, las fuerzas de paz japonesas ingresaron a los Altos del Golán para brindar su aporte al proceso de pacificación entre Israel y Siria.
Osamu Miyata, de la Universidad de Shizuoka, afirma que Japón debe hacer caso omiso de la presión de Israel y Estados Unidos y establecer políticas hacia Medio Oriente que se distingan de las de Washington y concuerden más con sus intereses.
Ocho años después de la guerra del Golfo, crece el sentimiento de que ya es hora para que Japón "afirme" sus diferencias con Estados Unidos, opinó Miyata.
De hecho, esta vez los comentaristas de televisión se abstuvieron de apoyar abiertamente a Washington y prefirieron ilustrar la actual crisis como una guerra entre Estados Unidos e Iraq, y no una acción internacional como en el caso del conflicto de 1990.
A la vez, Japón no puede darse el lujo de enfrentarse directamente a Estados Unidos, como lo hicieron, hasta cierto punto, Francia, Rusia e incluso China.
Los vínculos de defensa que Estados Unidos y Japón establecieron tras la segunda guerra mundial convirtieron al país asiático en el receptor de la mayor cantidad de soldados estadounidenses estacionados en Asia y el Pacífico y en su aliado más confiable en la región. (FIN/IPS/tra-en/sk/js/aq-lp/ip/98