El presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, enfrenta un año difícil, en especial porque muchas de las metas de política exterior que se fijó en 1997 no fueron alcanzadas, o están amenazadas.
Mientras las relaciones con Rusia y China parecen haberse estabilizado, el bloqueo del proceso de paz árabe-israelí y el continuo desafío del presidente de Iraq, Saddam Hussein, hacen de Medio Oriente el principal candidato a problemas el año próximo.
La crisis financiera asiática también plantea cuestiones clave sobre cómo Washington reaccionará ante un nuevo impulso exportador asiático, y demandas de más fondos de rescate.
La pérdida de cientos de miles de empleos podría provocar inestabilidad política en algunos países asiáticos, como Indonesia, lo cual a su vez presentaría desafíos impredecibles a la política e intereses de Estados Unidos en el área.
Clinton también enfrenta grandes luchas a nivel nacional en su intento de lograr respaldo del Congreso para iniciativas de alta prioridad rechazadas este año por los legisladores.
Entre estas, su pedido al Congreso de miles de millones de dólares para el Fondo Monetario Internacional (FMI), más cientos de millones de dólares para pagar las deudas de Washington con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y la autorización de la "vía rápida" para negociar nuevos acuerdos comerciales.
El hecho de que 1998 es un año electoral en el Congreso sin duda limitará su espacio de maniobra en estos temas, haciendo más difícil la tarea de lograr mayorías. También significa que grupos de interés bien fundados y organizados disfrutan mayor influencia que de costumbre.
Además, el hecho de que el Partido Demócrata de Clinton permanezca profundamente endeudado desde la campaña electoral de 1996 erosiona aún más la capacidad del Presidente de persuadir a congresistas a respaldarlo en políticas polémicas. Esto podría tener un fuerte impacto en varias iniciativas que Clinton tuvo la esperanza de zanjar el año pasado.
En Medio Oriente, por ejemplo, Clinton intentó obtener un sustancial retiro de Israel de la todavía ocupada Cisjordania y restaurar el proceso de paz.
Pero el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, congeló el proceso en marzo, dejando a un lado los llamados de Washington a diseñar planes para un retiro "creíble", y causando la indignación de los árabes.
El bloqueo del proceso de paz no sólo pone en peligro los llamados acuerdos de Oslo, sino también la posición de Washington en el mundo árabe, según lo demostró el fracaso de la tentativa de Clinton de lograr el apoyo de los líderes árabes frente a Saddam Hussein.
Como resultado, el proceso de paz y el desafío de Saddam Hussein quedaron en primer lugar de la agenda de Clinton para 1998. En efecto, Netanyahu y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, figuran en primera fila entre los líderes que visitarán este año la Casa Blanca.
Pero la cuestión para 1998 será si Clinton podrá reunir la voluntad política para aplicar una seria presión sobre Netanyahu, especialmente en un acto electoral, cuando los legisladores buscarán apoyo para la campaña tanto del poderoso grupo de presión israelí como de la Casa Blanca.
Una lógica similar se aplica con Irán. Clinton había esperado evitar una lucha perjudicial con la Unión Europea por una ley que penaliza a firmas extranjeras que inviertan en el sector de energía de Irán.
Los congresistas, ávidos por demostrar su dureza contra los ayatollahs, presionarán por la imposición de sanciones. El resultado podría ser un gran dolor de cabeza diplomático para Clinton y un mayor aislamiento de Estados Unidos en el Golfo en 1998.
Mientras analistas en Washington creen que Clinton logrará respaldo de legisladores de los dos partidos para ampliar la OTAN y la participación de Estados Unidos en la fuerza de paz liderada por la alianza atlántica en Bosnia, el Congreso y las elecciones se imponen sobre otras iniciativas consideradas prioritarias por su gobierno.
Clinton se ha propuesto presionar por fondos para la ONU y el FMI y la autoridad de "vía rápida" para negociar nuevos acuerdos comerciales, iniciativas que no logró concretar en 1997. Pero el éxito de su propósito no está garantizado.
La autoridad de la vía rápida, que impide al Congreso modificar acuerdos internacionales, ha sido una gran meta del gobierno, que cuenta el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre sus mayores logros.
Clinton alegó que el futuro de Washington en una era de globalización económica dependerá cada vez más de las exportaciones a mercados emergentes, en especial a América Latina y Asia.
Sin embargo, tres cada cuatro demócratas en la Cámara de Representantes se opusieron a la solicitud de Clinton, porque ésta no incluye una protección fuerte de los derechos laborales y el ambiente.
Incapaz de apoyarse únicamente en votos republicanos, Clinton retiró la propuesta en noviembre, prometiendo lograr apoyo entre los dos partidos para la propuesta en 1998.
Pero no hay indicios de que podrá superar la brecha entre los demócratas que buscan mayores garantías al trabajo y la ecología y los republicanos que se oponen a esas exigencias.
Con un resurgente movimiento laboral, sin fondos ni energía para las guerras políticas del próximo noviembre, la mayoría de los analistas consideran casi nulas las posibilidades de Clinton de lograr el apoyo demócrata para una ley similar.
La Casa Blanca renunció a su pedido de vía rápida, presentado para negociar acuerdos comerciales con Chile y otras naciones de América Latina, a pesar de la promesa de Clinton de lograr un Area de Libre Comercio de las Américas en el 2005.
A cambio, el presidente buscará la aprobación de una propuesta mucho más limitada, para liberalizar el comercio mundial y las reglas de inversión en sectores específicos, como alta tecnología y agricultura.
Clinton enfrenta dificultades similares para obtener los 3.500 millones de dólares que quiere para el FMI y casi 1.000 millones para la ONU.
Ambas solicitudes fueron bloqueadas en 1996, cuando fuerzas antiabortistas en el Congreso se negaron a aprobarlas si Clinton no aceptaba prohibir la ayuda a grupos de planificación familiar en el exterior que urgen a sus gobiernos a suavizar las leyes contra el aborto.
Con el respaldo de defensores de los derechos de la mujer, Clinton prometió vetar esa disposición si llega hasta él, pero la dirigencia republicana se alineó con las fuerzas antiabortistas, creando un bloqueo que será muy difícil superar.
Este bloqueo podría ser muy perjudicial para Estados Unidos, en particular a la luz de la crisis financiera en Asia, cuyos gobiernos dependen de los paquetes de rescate del FMI.
Si Washington no es visto cumpliendo su papel con justicia, los sentimientos contra Estados Unidos podrían aumentar rápidamente en la región. (FIN/IPS/tra-en/jl/mk/lp/ip/98