(Arte y Cultura) CINE-ITALIA: La vida es bella, aunque te maten

En tiempos de rigidez, el humorista italiano Roberto Begnini acaba de salir airoso de un riesgoso examen político y cultural con su película "La Vida es Bella", ambientada en un campo de concentración nazi.

Como Charlie Chaplin, Begnini no se acomoda a la veneración de que es objeto. Y -también como Chaplin- deja tras las carcajadas, un perfectamente explicable nudo de angustia en las gargantas.

Begnini asumió todo el riesgo y tiene casi todo el mérito: es guionista, director y protagonista de la película, estrenada en diciembre, que relata los esfuerzos de un padre judío por salvar a su hijo de la muerte y ahorrarle los sufrimientos de un campo de concentración.

Inverosimil en esencia -el desafío del optimismo a la eficiencia bárbara- la película sin embargo gana rápidamente credibilidad.

Y adquiere también actualidad, a través de la delicada y constante mofa de las estupideces del racismo, en una Europa obsesionada por detener la anunciada "invasion" de los desheredados de piel oscura.

En los años 30, Guido, un joven intelectual judío se traslada con un amigo poeta a una ciudad de provincia con la intención de abrir una librería y trabajar en un hotel de un tío.

A poco de llegar se topa primero con el amor, y luego con la arbitrariedad del autoritarismo. En ambos casos, sale adelante empujado por el brillo de la imaginación.

Pero las cosas terminan mal de todos modos, con la hermosa familia internada en un campo de concentración nazi.

Con la angustia clavada en el alma (no en la cara), Guido convence a su hijo, y al público, de que todo se trata apenas de un juego en que sólo pueden vencer aquellos capaces de soportar el sufrimiento con astucia, solidaridad y buen humor.

Cada martirio no es más que una acumulación de puntos para la ilusión del único y gran premio final: un tanque de guerra.

La película no ahorra, en función del humor, las escenas reales del horror absurdo, del hambre, de las condiciones miserables de vida en los dormitorios fétidos de las fábricas de muerte del fascismo.

Y, sin embargo, todo parece posible en las manos y la cabeza de un hombre seria y alegremente enamorado.

La mujer, Nicoletta Braschi, es normal: no tiene aspecto heroico, no es opulenta, ni joven. Es en realidad la esposa de Begnini, compañera de todas sus obras, y al parecer objeto y sujeto de un amor tan vigoroso en casa como en la pantalla.

El punto de contacto entre Chaplin y Begnini es ir armado de risa al encuentro de las contradicciones sociales y políticas más dramáticas. Y es probablemente el único, para mérito de los dos, artistas de tiempos, culturas y, sobre todo, tecnologías diferentes.

Begnini, nacido en un pueblo campesino toscano y heredero de una vieja tradición teatral de la región, ha explicado que se inspiró para su película en los relatos de su padre, enviado en los años del fascismo a un campo de trabajos forzados en Albania, en que había también familias.

Pero el de Albania era un campo de trabajo, no de exterminio.

Otro antecedente legendario es el de un niño sobreviviente del campo de extermino nazi de Buchenwald, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Weimar (cuna de Goethe y Schiller).

Como Guido en "La Vida es Bella", los reclusos de Buchenwald lograron salvar al niño de la muerte que esperaba a todos los prisioneros incapaces de trabajar, y lo escondieron hasta el fin de la guerra en un complejo esfuerzo logístico y organizativo que a más de uno habrá parecido absurdo.

La película de Begnini está compitiendo dignamente en las salas italianas con el joven realizador, también toscano, Leonardo Pieraccioni, guionista, director y protagonista de éxitos avasalladores de taquilla como "Los graduados" (1995), "El Ciclón"(1996) y "Fuegos de Artificio" (1997).

Pero entre Begnini y Pieraccioni la única similtud es su origen geográfico.

Al contrario de su colega, Pieraccioni se inscribe en la escuela del humor de los tortazos, salpicados con chistes sexuales y las generosas dosis de senos y nalgas abundantes en que se basa la mayor parte del cine y la televisión en la Italia de hoy.

Las salas llenas de "La Vida es Bella" demuestran, sin embargo, que tales manifestaciones, aunque ruidosamente acogidas, no son necesariamente "lo que quiere el público", la clásica explicación de la chabacanería que reemplaza, siempre por poco dinero, al talento. (FIN/IPS/ak/ag/cr/98

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