Por primera vez en los últimos tiempos, los habitantes del este de Asia se enfrentan a un año nuevo que parece más sombrío que el que dejaron atrás.
Casi seis meses pasaron desde que la crisis monetaria provocó el caos financiero y desencadenó la estampida de los inversores extranjeros de la región donde se encuentran las economías de crecimiento más rápido del mundo, modelos para los países en desarrollo.
Pero luego de permitir los espectaculares colapsos de bancos y firmas financieras, aplazar la realización de grandes proyectos de infraestructura y recurrir a la ayuda del Fondo Monetario Internacional (FMI), existen pocos indicios de que la tormenta económica asiática vaya a amainar.
Los gobiernos del sudeste asiático redujeron sus estimaciones de crecimiento para 1997 y 1998. Algunos economistas esperan que el próximo año la recesión afecte a países como Corea del Sur, Tailandia e Indonesia.
El FMI estima que el producto interno bruto (PIB) de Indonesia y Corea del Sur crecerá tres por ciento el próximo año, aunque los analistas privados esperan una contracción. El Fondo prevé un crecimiento negativo de dos por ciento para Tailandia en 1998, comparado con la expansión de 0,3 por ciento de este año.
Los líderes asiáticos, habituados a las alentadoras proyecciones para el futuro, incluso el primer ministro de Malasia, Mahathir Mohamad, quien criticó a los especuladores extranjeros de la moneda, se volvieron cada vez más sombríos.
"Debemos gastar menos. Si seguimos gastando como en la época cuando nos sobraba el dinero, luego tendremos problemas", dijo el líder malasio este mes.
Este cambio de ánimo refleja el cambio de fortuna, que muchos aún consideran temporal, en la región que creció a un promedio récord de 6,5 por ciento al año entre 1965 y 1990.
Incluso si la mayor parte del sudeste de Asia crece entre tres y 3,5 por ciento en 1998, una cifra que muchas regiones envidiarían, quizá no baste para reducir la pobreza o crear nuevos empleos y mantener los existentes de la población de rápido crecimiento.
La crisis asiática está probando el temple de sus gobiernos, sobre todo de líderes longevos como el presidente de Indonesia, Ali Suharto, y Mahathir, cuyo país sólo experimentó la creciente opulencia durante su gobierno de hace décadas.
A medida que golpean las medidas de austeridad adoptadas por los gobiernos, crece la posibilidad de inquietud social y política en varios países, ya que la frustración aumenta no sólo contra los extranjeros y el FMI sino también contra los propios gobiernos.
Es probable que los sindicatos de Corea del Sur inunden las calles si el gobierno intenta cumplir las condiciones fijadas por el FMI en el intento de paliar los cierres de bancos y la disminución del crecimiento que aumentará el desempleo.
En Tailandia, obreros enojados esperan fuera de las fábricas cerradas. Los empresarios de Filipinas, que sufrió un daño relativamente menor en la crisis, están anunciando el aumento de los precios y la reducción de la producción para el próximo año.
La inquietud por la crisis económica y la caída de la moneda indonesia, la rupia, colocaron en primer plano la preocupación por la salud de Suharto, de 76 años, y su capacidad para gobernar.
La rupia cayó a niveles sin precedentes a mediados de diciembre luego de que Suharto, presidente durante tres décadas, no concurrió a una cumbre de líderes del sudeste asiático con el fin de descansar.
Desde entonces reapareció en público, pero la inquietud se mantiene con respecto a la celebración en marzo del próximo año de una asamblea prevista para elegirlo por un séptimo período de cinco años como presidente.
En definitiva, los problemas económicos del país están siendo exacerbados por la cuestión política de la sucesión, ya que Suharto no realizó comentarios sobre el asunto.
En el contexto de la incertidumbre, los líderes asiáticos se quejan de las recetas recomendadas por el FMI y están ocupados buscando sus propias maneras de atenuar el dolor de las medidas de austeridad.
El sentido de frustración fue evidente sobre todo cuando los jefes de gobierno del sudeste asiático se reunieron en Malasia este mes para interrogarse por qué la economía había mejorado tan poco, a pesar de los meses de austeridad recomendada por el FMI.
La depreciación de las monedas asiáticas continuó a "pesar de que los principios básicos de las economías regionales fueron corregidos y mejorados a través del apoyo y consejo del FMI", declararon los líderes de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).
Meses después de que Tailandia devaluara su moneda en julio y provocara acciones similares en otros lados, algunos expertos afirman que la crisis seguramente trascendió la esfera de la lógica más liberal del libre mercado.
El viceprimer ministro de Tailandia, Supachai Panitchpakdi, frente a la noción de que las monedas asiáticas estaban sobrevaluadas y necesitaban ser corregidas, dijo este mes en Tokyo: "No podemos permitir que continúe el actual proceso de devaluación. Las monedas asiáticas no estaban sobrevaluadas entre 40 y 60 por ciento".
Las dudas sobre las soluciones del FMI también se expresaron entre los analistas económicos, además de parte de los líderes regionales.
Más expertos se preguntan si el Fondo, que encabezó recientes paquetes de rescate por un total de 100.000 millones de dólares, está recetando la medicina apropiada a las economías de Asia oriental.
Jeffrey Sachs, asesor de varios gobiernos asiáticos del Instituto Harvard de Desarrollo Internacional, afirmó que llegó la hora de detenerse y ver cuál es la enfermedad antes de suministrar la medicina.
"El FMI llegó pronto a la escena pero la crisis financiera de Asia oriental es muy distinta al conjunto de problemas que la institución intenta resolver por lo habitual", escribió Sachs en un comentario publicado recientemente en el periódico Asian Wall Street Journal.
Hasta el momento, el FMI utilizó el mismo remedio que empleó durante décadas: severos recortes presupuestales, drásticos aumentos de las tasas de interés, cierres de bancos y autorizar en forma más severa el crédito.
Pero Sachs sostiene que estas recomendaciones son para las economías que despilfarran el gasto, que no es el caso de los países asiáticos, a pesar de lo que los críticos dicen son excesos cometidos en grandes proyectos de infraestructura.
"La crisis monetaria no es el resultado del derroche de los gobiernos asiáticos. Es una crisis producida en gran medida en los mercados financieros privados aunque poco regulados".
El FMI está habituado a rescatar gobiernos al borde de la bancarrota, no a sus sectores financieros. La crisis de confianza de la región fue generada por problemas causados por el sector privado y no por fondos públicos.
A medida que la región se sume en la crisis, pocos recuerdan el poderío asiático detrás de su "milagro económico", entre ellos las altas tasas de ahorro y los superávits presupuestales. En 1996, Indonesia, Malasia y Tailandia tuvieron récord tasas de ahorro de más de 33 por ciento del PIB.
Algunos arguyen que el FMI se apega demasiado rígidamente a la única fórmula que conoce, aún cuando la situación en Corea del Sur difiere a la de Indonesia. Ellos advierten que el remedio del FMI, aplicado con demasiada severidad y de manera uniforme a los distintos "pacientes", podría empujarlos hacia la recesión y dificultar la recuperación.
Hasta el momento, la participación del FMI ha sido percibida como refuerzo de confianza. "Pero si está ligada a condiciones financieras ortodoxas, el paquete podría hacer más daño que bien, transformando la actual crisis monetaria en una tremenda depresión económica", dijo Sachs.
Los próximos meses demostrarán si el FMI podrá impulsar la recuperación de las economías de Asia oriental o si el mal asiático seguirá cobrando nuevas víctimas.
Japón teme que los problemas de la región lleguen a su territorio, ahora que Corea del Sur sucumbió a la inestabilidad financiera. China observa cuidadosamente la situación para extraer lecciones sobre la apertura de los mercados y la dependencia del volátil capital privado.
Los gobiernos asiáticos comenzaron a pensar en sus propias soluciones para la crisis, entre ellas el empleo de las monedas locales para pagar el comercio intrarregional. También alertan sobre las consecuencias para la economía mundial si la región cae en una crisis prolongada, esperando que la misma impulse a las naciones industrializadas a tomar más acción. (FIN/IPS/tra-en/js/ral/aq/if-dv/97