La mujer latinoamericana comienza a percibir que el sistema electoral uninominal es un nuevo muro que se alza entre ella y el poder, después de haber estado en la vanguardia del movimiento de la sociedad cívil que lo impulsó.
"La uninominalidad representa ni más ni menos que la privatización electoral", sentenció la senadora liberal colombiana Piedad Córdoba durante un encuentro de mujeres políticas andinas realizado en Venezuela.
La situación es igual en toda América Latina y los efectos de la uninominalidad "son perversos porque los candidatos con posibilidades son los que tienen dinero para las campañas, lo que 'elitiza' y corrompe la política", explicó.
Se trata de una realidad de impacto general, pero que en el caso de la mujer la "victimiza" de manera particular, porque anula o relativiza las medidas positivas que se han aprobado para promover la igualdad mediante el sistema de cuotas partidarias.
La no gubernamental Coalición de Mujeres Políticas Andinas llegó a la misma conclusión negativa sobre la elección por nombre y apellido de los representantes en los poderes públicos, tras las primeras experiencias con la uninominalidad en sus países.
"Resulta chocante decirlo, pero las listas por partidos son las únicas que garantizan el ejercicio de medidas positivas para que la mujer pueda acceder al poder", indicó la coordinadora venezolana de la coalición, Nora Castañeda.
Pero la boliviana Cecilia Estrada matizó que si bien resultó un sistema perverso para la mujer, es algo que cuesta decir públicamente aun por dos razones: la mujer tuvo un papel protagónico en la batalla por la uninominalidad y ésta es percibida como una gran victoria democrática del electorado.
"Si pasamos a denostar la uninominalidad en estos momentos, nos cuelgan en la plaza pública", dijo Estrada, en un encuentro de la coalición de organizaciones no gubernamentales (ONG) de Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela.
"No nos dimos cuenta", dijo la ecuatoriana Miriam Garcés en un conclave al que tuvo acceso IPS, donde se resaltó que las mujeres son las que menos recursos pueden sumar para participar en las campañas, cuando rompen con el modelo dominante, son nuevas en la política y no representan intereses económicos.
La elección nominal en reemplazo a las listas de partidos fue batallada como una manera de "democratizar la democracia" por la sociedad civil regional, un nicho de actuación pública de la mujer ante las barreras para acceder al poder formal.
Frente a la desacreditada partidocracia en la que las responsabilidades se diluyen y las cúpulas actúan como electoras reales de quienes participan en los poderes públicos, la elección nominal representó una conquista junto con la descentralización.
Pero lo que ocurrió es que con la uninominalidad comienzan a prevalecer las candidaturas de quienes tienen posibilidades de financiar campañas cada vez más costosas, ya que los partidos limitan la injerencia en esa modalidad, explicó Castañeda.
El efecto perverso es doble, acotó, porque los recursos de los hombres y las mujeres no son los mismos, y las candidatas son mujeres que representan a las elites nacionales y no tienen una visión de género, la que promueve la igualdad de oportunidades.
"Las mujeres que participan lo hacen como parte de grupos económicos de elite y responden a ese grupo", detalló.
Adicionalmente, "con la uninominalidad lo que funciona es la cultura dominante de que la política es cosa de hombres, así que las mujeres no votan por mujeres", dijo la coordinadora venezolana de mujeres políticas.
La periodista boliviana Miriam Suárez vivió en carne propia la experiencia, cuando fue candidata a un cargo municipal este año en su país, sin apoyo partidario. "En la pelea por la autonomía de la mujer no nos dimos cuenta que estábamos compitiendo con grupos de poder", reflexionó la activista social.
"Me sentí más huerfana que nunca porque a las mujeres nos falta solidaridad de género y queremos que las cosas cambien para nosotras como colectivo, pero no usamos nuestro poder de electoras para lograrlo", señaló.
El resultado fue "una candidatura a puro pulmón", sin recursos y donde por ello los candidatos varones se permitían la benevolencia de alabar en foros públicos sus cualidades de promotora social e innovación de propuestas.
"En la uninominalidad la mujer es penalizada por un patrón de socialización patriarcal que influye en el voto tanto o más que la conciencia", y no hay forma de que funcione "la acción positiva" de cuotas para la mujer, indicó Castañeda.
Bolivia fue el tercer país latinoamericano, detrás de Argentina y Brasil, en establecer cuotas para la mujer en las listas de los partidos, dentro de los compromisos mundiales en este aspecto, que buscan romper con los techos visibles e invisibles que frenan la participación femenina en el poder.
También Ecuador y Perú cuentan con un sistema de cuotas, mientras que en Colombia ese compromiso choca con la Constitución de 1991, que impide poner cualquier cortapisa a los partidos en la selección de sus candidatos.
En Venezuela, una medida similar está por sancionarse y es ya un ejemplo de cómo su efecto positivo puede diluirse, antes de pasar a ser usada en los comicios presidenciales, legislativos, regionales y municipales de dentro de un año.
La reforma electoral contempla que 30 por ciento de las listas de los partidos deberán ser de mujeres, pero dentro del sistema venezolano la mitad de los cargos en el Congreso, las asambleas estaduales y las cámaras edilicias se eligen uninominalmente.
Eso se traduce en que la cuota real para la mujer es de 15 por ciento, y se diluye aún más porque en el caso venezolano, a diferencia de otros países que mantienen listas partidarias cerradas, no se fija el lugar donde deben ir las candidatas.
Resulta una paradoja, analizaron las ONG andinas, que una vez que el movimiento organizado de la mujer rompe con su rechazo a la política formal, asume que el acceso al poder es esencial para modificar un modelo de sociedad discrminatorio y conquista las cuotas, el proceso es anulado por un logro que sintió propio. (FIN/IPS/eg/dg/ip-pr/97