¿QUE MODELO PARA LA INTEGRACION?

Este siglo que está acabando ha visto proliferar en su último tercio un fenómeno económico- político que es nuevo: la integración regional.

Con este nombre nos referimos a un proceso tendente a poner en común a nivel regional una serie de esfuerzos tanto en el orden económico, político como social que permita al conjunto afrontar la realidad internacional en condiciones mejores para defender los intereses del grupo.

En efecto la historia se ha encargado de mostrar que la unión hace la fuerza y este adagio es particularmente oportuno en la época de la globalización.

Es un concepto comúnmente aceptado en la práctica de las relaciones internacionales que la integración bajo cualquier modalidad es hoy un instrumento útil para una inserción competitiva en la comunidad internacional, de forma que en la actualidad es posible decir, junto con Daniel Bell, que los Estados son demasiado pequeños para responder a los grandes problemas y demasiado grandes para responder a los pequeños problemas.

Tenemos así dos tendencias definitorias de este fin de siglo. Por un lado, el agrupamiento para beneficiarse de sinergias, y por otro, en el plano interno, una tendencia hacia la descentralización y desconcentración del poder. Llamamos a ésta última una política de proximidad al ciudadano.

Centrándonos en la idea de integración regional, hay que empezar por señalar que existen varios modelos y que los procesos de integración no son en absoluto unívocos, de forma que sus orígenes y sus destinos pueden diferir de unos a otros y sus desarrollos se producen con distintos grados de intensidad.

Por otra parte, no todos utilizan la misma metodología. Los fines además pueden ser muy diversos y su nivel de ambición dependerá en última ratio de la voluntad política de los participantes.

El caso de la Unión Europea es paradigmático en lo que se refiere al nivel de ambición que allá por los años cincuenta se fijaron los llamados Padres de Europa. En efecto, ya en aquel momento se expresó claramente una voluntad de avanzar hacia un horizonte común de naturaleza política.

Así pues, expresiones como "Mercado Común", "Comunidad Europea", y más recientemente "Unión Europea", reflejan claramente una voluntad de integración inequívocamente ambiciosa. Estamos pues en presencia de un proceso de integración global.

Para este modelo, toda temática que interese a los ciudadanos – muchos o pocos- interesa necesariamente al colectivo, es decir a la Unión. Este principio general encuentra su límite en el concepto de subsidiaridad, según el cual, las políticas son preferentemente aplicadas por las administraciones más próximas a los ciudadanos teniendo en cuenta un criterio de eficacia.

El principio de subsidiaridad no significa que la administración europea se desinterese por cierta categoría de temas, sino que se considera que dichos temas son mejor gestionados con las llamadas políticas de proximidad características de las administraciones locales y regionales.

En cuanto a la metodología, el proceso europeo de integración, siguiendo la concepción de los Padres de Europa, ha venido utilizando la integración económica como un medio para conseguir la integración de carácter global.

Este método ha dado sus frutos. El modelo europeo es ciertamente imperfecto, pero ha conseguido tras algo más de cuatro decenios alcanzar notables éxitos en sus objetivos incluido el reforzamiento de la identidad europea.

Existen, claro está, otros modelos de integracíon regional. La mayoría se limita a un acercamiento de posiciones en un mero sector, por ejemplo el comercial.

Según este modelo, los Estados participantes no manifiestan la vocación integradora más que para los puros temas de comercio internacional.

Se parte de la idea que la globalización afecta básicamente al comercio o, dicho de otra manera, los Estados están en condiciones de afrontar el proceso de globalización, excepto en lo que atañe al comercio mundial, donde al parecer es más eficaz ir a la batalla por la competitividad en grupo que por separado.

De este último modelo cabe destacar su carácter instrumental y limitado, por oposición al carácter identitario del modelo global al que me he referido anteriormente. Este debate está lejos de tener solamente una relevancia académica, la tiene también política y social.

Porque, ¿cómo será el mundo político-económico del siglo XXI? ¿Multipolar, con un sistema de equilibrios entre unos y otros, donde cada cual puede encontrar, con mayor o menor fortuna, su referente en el abanico internacional; bipolar, como hemos conocido y padecido durante casi 50 años, o bien permitiremos imponerse un modelo unipolar, sin discusión ni reacción?

Creo firmemente que las Américas, es decir las distintas realidades regionales y/o subregionales del continente americano deben posicionarse sobre el tipo de integración que desean promover. De ello dependerá, no sólo su salud económico-comercial, mas también la expresión diferenciada de su identidad y su visualización en el mundo.

Algunos países han tomado ya partido. El Mercosur, por ejemplo, sigue un modelo general de vocación no sólo económica sino también política y social. En ese sentido, las coincidencias con el modelo de integración seguido en Europa son numerosas, lo que ha permitido muchas sinergias en estos últimos años de asociación Unión Europea – Mercosur.

Estoy convencido que detrás del modelo integracional hay un modelo de sociedad. En Europa, la aplicación del concepto de regionalismo abierto ha llevado a una consolidación de la identidad europea y ha hecho para ella un lugar en el mundo.

Un mundo en el que hay ciertamente un puesto para las sociedades latinoamericanas. El camino está trazado, sólo falta andarlo, con la voluntad política y el espíritu de sacrificio necesario para ello. La Historia está por escribirse. Los ciudadanos y sus líderes en América Latina tienen la palabra. —— (*) Manuel Marín es vicepresidente de la Comisión Europea

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