Si alguien le pregunta a Juana Chuquisondo a qué se dedica, dirá que sólo es "criadora de papas". Pero ella es una campesina de Cajamarca, en el noreste peruano que, como miles de sus congéneres andinas, tiene la gran tarea de conservar la biodiversidad y recursos genéticos de su entorno.
Varios estudios demuestran que las campesinas de los Andes cumplen un papel fundamental en la preservación de la diversidad biológica y que está en sus manos frenar o potenciar cualquier cambio tecnológico en el uso de los productos vegetales.
Aproximadamente 60 por ciento de las tareas agrícolas en los Andes son realizadas por las mujeres, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO),
Esas tareas incluyen siembra, cosecha, selección y otras labores de cultivo, así como la conservación y cuidado de los animales y, a menudo, intervienen también en la planificación del uso de las tierras y del destino de las cosechas.
Pero la responsabilidad prioritaria de las mujeres en la división del trabajo campesino en la zona es la conservación de las semillas.
Para el pensamiento andino, el hombre deposita la semilla y la mujer la recibe, la guarda y la cuida, sea en el útero materno o en el hogar. Es decir, se responsabiliza de ella hasta depositarla en la tierra, explica Mario Tapia, experto en cultivos andinos.
Esta relación ancestral con las semillas ha permitido a las mujeres desarrollar conocimientos sobre su uso, conservación y adaptación a las necesidades alimentarias y productivas en un medio hostil para la agricultura como es la zona alto-andina, ubicada entre los 1.500 y 4.200 metros sobre el nivel del mar.
La FAO estima que alrededor de 100.000 campesinas andinas pueden ostentar con justicia el título de conservacionistas de biodiversidad. Ellas habitan en 3.000 comunidades campesinas de Bolivia, 2.000 de Ecuador y 5.000 de Perú.
Por eso, cuando Chuquisondo y otras mujeres se definen a sí mismas como criadoras, están diciendo la verdad. Son ellas las que seleccionan las semillas y deciden la utilización de tal o cual variedad.
Incluso, en algunas comunidades campesinas de Bolivia y Perú, las más ancianas están dedicadas a la propagación de papa mediante las semillas contenidas en los frutos, para incrementar la diversidad y seleccionar nuevas variedades.
Los científicos redescubrieron esta técnica hace menos de 15 años, pese a que data del tiempo de los Incas y es practicada por las mujeres de la región desde hace miles de años.
Para Chuquisondo no hay papa mala. Sólo se debe saber cuándo y dónde sembrar y en qué momento usarlas, explica, mientras va separando las que usará como semilla.
Las papas son nativas, de toda gama de colores y formas. No tienen valor para el mercado pero son un manjar para comer. La mayoría son negras, algunas alargadas, otras redondas o de caprichosas formas y diferente textura de cáscara.
En la zona se dice que, para probar si la futura nuera será una buena esposa, la suegra le ofrece una papa chiquitita y llena de "ojos" para que le quite la cáscara y, si logra pelarla totalmente, significa que está preparada para sus responsabilidades futuras.
Son papas campesinas, indica Chuquisondo con orgullo, y afirma que en su terreno tiene alrededor de 29 variedades y recuerda que muchos tipos de papas sólo existen en esta región.
Pero la labor de conservación genética no se circunscribe sólo a la papa. Un estudio del National Research Council de Washington, realizado en 1989 en la zona andina, encontró otras 12 especies alimenticias de importancia.
También detectó alrededor de 20 frutales y hortalizas que se siguen cultivando gracias a las labor de conservación de las mujeres. Muchas de esas especies pueden jugar un importante papel en la preservación alimentaria del mundo, según el instituto de Washington.
El especialista Tapia asegura que la mujer campesina ha sabido mantener la producción de otras especies menos conocidas, no sólo para adecuar el nivel nutricional de la dieta familiar, sino para posibilitar un uso más racional e intensivo de la tierra.
Concepción Quintos, otra campesina de Cajamarca, tiene su propio sistema de selección de semillas de maíz y oca (oxalis tuberosa), un tubérculo muy usado en sopas y guisos andinos.
Según explica Quintos, hay que separar los granos de maíz, de acuerdo con su calidad, para usarlos como semilla, hacer mote, o para tostar, hervir o fermentar. Lo mismo ocurre con la oca: hay que desechar las manchadas, ya que para semilla sólo sirven sanas y no muy grandes.
Esta campesina andina es toda una autoridad en semillas entre hombres y mujeres: es capaz de reconocer al ojo más de 20 variedades de oca, 10 de maíz y frijol y hasta 30 de papas.
La consideran una enciclopedia de biodiversidad que no guarda sus conocimientos para sí. Está entrenando a sus cuatro hijas, la menor de seis años y la mayor de 15, en la selección y preservación de semillas.
"Yo lo aprendí de mi mamá y ella de mi abuela, y mis hijas tienen que continuar, porque las semillas es responsabilidad de mujer, es su obligación y tienen que saber", afirma Quintos.
La antropóloga Ana Maria Fries, por otra parte, dice que la mujer conservacionista relaciona color, tamaño y rendimiento y sabe identificar el sabor y la textura de cada variedad, todo ello con el fin de asegurar la continuidad de la alimentación tradicional.
Fries señala que es preocupante la invasión de alimentos extraños al medio rural, que ponen en riesgo no sólo los hábitos alimentarios tradicionales, sino que pueden conducir a la pérdida de interés por la conservación de la biodiversidad.
La mujer campesina debe recibir apoyo y sobre todo información acerca de la importancia de mantener la diversidad de productos en su terreno. Necesita capacitación para ofrecer una alimentacion variada y nutritiva a su familia, subraya Fries. (FIN/IPS/zp/dam/dv-ff/97)