Un ex policía del ejército imperial de Japón confirmó experimentos con armas biológicas siempre desmentidos por las autoridades en Tokio, en los que se empleó como cobayos a chinos, coreanos y rusos durante la segunda guerra mundial.
Yutaka Mio, de 84 años, presentó a comienzos de mes su testimonio ante una corte japonesa. Sus palabras se convirtieron en la primera versión ventilada de forma oficial sobre el programa de armas biológicas del Imperio en los años 30 y principos de los 40.
Con la voz estremecida por las lágrimas, Mio, ex oficial de policía del ejército imperial, recordó como arrestó hombres chinos y los condujo a la Unidad 731, complejo hospitalario en el que se desarrollaban experimentos con gérmenes en civiles capturados en Manchuria.
La mayoría de los cobayos de los experimentos de este programa secreto de armas biológicas fueron chinos y coreanos, y también se utilizó a algunos rusos blancos.
La responsabilidad de Tokio en las pruebas realizadas en la Unidad 731 es una de las cuestiones clave aún no resueltas en la guerra que enfrentó a Japón con el resto de Asia.
El gobierno japonés negó con persistencia haberse involucrado en el desarrollo de armas biológicas. En los años 60, incluso, ordenó a un profesor japonés que retirara sus referencias a la "agresión" contra China en sus textos escolares.
Mio aseguró que él en persona condujo a la Unidad 731 a cuatro jóvenes chinos acusados de espiar para la Unión Soviética o de pertenecer al Partido Comunista Chino, que a la sazón luchaba contra la ocupación japonesa.
"Podría decirse que soy un asesino", dijo Mio. Su testimonio es parte fundamental de las evidencias compiladas los abogados querellantes en tres causas contra el gobierno de Japón iniciadas por familiares de ciudadanos chinos asesinados en la Unidad 731.
El ex policía mencionó los nombres de los chinos y afirmó que aún podía recordar sus rostros mientras eran torturados por sus compañeros de armas.
Las "fábricas de muerte", como eran llamados por los chinos de la Manchuria ocupada, operaban en total secreto. Mio sostuvo que ni siquiera él supo exactamente entonces qué sucedía allí.
"Todo lo que sé es que las personas que entraban nunca eran liberadas. Cuando retorné a Japón años más tarde, me invadió el pesar", dijo.
El programa de armas biológicas de Japón continuó siendo un secreto cinco decenios después del fin de la segunda guerra mundial.
Los militares que revistaban en la Unidad 731 no fueron perseguidos por las victoriosas fuerzas aliadas debido a un pacto secreto con Estados Unidos, según una investigación histórica realizada por académicos japoneses y extranjeros.
Mio dijo que fue reclutado en 1934 por el ejército, que lo destinó el año siguiente a Manchuria, hacia donde viajó con su esposa e hijos. Allí, se dedicó a vigilar los movimientos de la resistencia antijaponesa en Dalien, una ciudad de 200.000 habitantes.
El ex policía del ejército imperial debía informar a sus superiores cualquier señal de disenso en la zona. Aquellos a quien él consideró sospechosos fueron enviados a la prisión o a la Unidad 731. Mio asumió la total responsabilidad por su papel en el desarrollo de armas biológicas de Japón.
Hoy, pertenece a un grupo de apoyo a las demandas iniciadas por chinos víctimas de guerra. La organización es integrado por académicos, abogados y ciudadanos que aspiran a que Tokio reconozca su papel de agresor durante el conflicto.
Ese reconocimiento, afirman, que allanaría el camino hacia la paz y la reconciliación con los países vecinos.
"Puedo afrontar las amenazas de muerte que me enviaron derechistas japoneses. Pero el peor golpe psicológico es que los más destacados historiadores y los políticos de mi país también niegan estos hechos", afirmó Mio.
Más de medio siglo después de la guerra, la colonización japonesa de Asia oriental en los años 30 constituye aún un asunto conflictivo en el país.
Sucesivos gobiernos se han resistido a ojear esas páginas oscuras de la historia. Los académicos encuentran dificultades para cotejar informes sobre actos crueles cometidos por el ejército imperial contra miles de ancianos sobrevivientes asiáticos.
Algunos estudios hasta hace poco inéditos revelan que desde la Unidad 731 se dirigieron bombardeos con bacilos desde aviones, lo que ocasionó plagas masivas en poblados chinos. Los oficiales de la unidad, afirman, llegaron a ordenar operaciones quirúrgicas sobre civiles inocentes sin anestesia.
Osamu Fujimoto, profesor de la Universidad Shizuoka, reveló en agosto que descubrió documentación que comprueba que el ejército imperial había decidido en 1942 realizar una gran ofensiva con gérmenes y gas venenoso en China.
Después de la rendición de Japón, Mio fue capturado por el ejército soviético y enviado a una prisión en Siberia, donde estuvo cinco años. Luego, pasó otros seis años en una cárcel de China. Regresó a Japón en 1956, en condiciones psicológicas y físicas penosas.
"El gobierno japonés no hizo nada para ayudarme. Por eso peleo para que se diga la verdad en Japón. Ningún japonés deberá sufrir el indescriptible dolor que yo sufrí", dijo.
Mio recordó cómo le educaron para considerar al emperador Hirohito un dios incuestionable y afirmó que en tiempos de guerra creyó cumplir con su deber.
Además, afirmó que los soldados japoneses que se olvidaban de los rituales patrióticos diarios, como inclinarse ante fotos de Hirohito hasta que su nariz tocara el suelo o cantar el himno nacional varias veces al día, eran azotados o torturados por sus superiores.
Medios de comunicación nacionales informaron que ex soldados japoneses fueron obligados a comer carne humana luego de intentos de fuga en las selvas del sudeste de Asia tras la rendición y que disidentes pacifistas eran capturados y decapitados por la policía del ejército imperial.
Para Mio, Japón y su pueblo deben reconocer lo hecho en el pasado para encaminarse hacia el futuro. "Est tan importante enfrentarse a los hechos históricos deplorables como comprometerse a trabajar por la paz", afirmó. (FIN/IPS/tra-en/sk/js/mj/hd ip/97