Los miles de satélites artificiales que giran hoy alrededor de la Tierra como soportes fundamentales de la globalización tienen un padre común: el Sputnik I, lanzado el 4 de octubre de 1957 por la Unión Soviética.
Hace 40 años, ese acontecimiento fue la señal de partida de la carrera espacial, uno de los ingredientes más espectaculares y conflictivos de la guerra fría, pero que también abrió paso a una nueva revolución científico-tecnológica.
El Sputnik, voz rusa que significa "compañero de viaje", fue una pequeña esfera que se mantuvo dando vueltas sobre el planeta durante tres meses, mientras Estados Unidos colocaba en órbita su primer satélite, el Explorer I, el 31 de enero de 1958.
Entre el lanzamiento del primer satélite artificial y el acoplamiento de esta semana entre el transbordador estadounidense Atlantis y la estación espacial rusa Mir se acumula una larga lista de hitos en la aeronaútica.
En julio de 1969, Estados Unidos ganó por fin la delantera a los soviéticos en la proyección político-propagandística de la carrera espacial con la caminata sobre la superficie lunar de Neil Armstrong y Edwin Aldrin.
El 12 de abril de 1961 la Unión Soviética había puesto en órbita al primer cosmonauta, Yuri Gagarin, y en junio de 1963 Moscú había dado otro golpe: Valentina Tereshkova se transformaba en la primera mujer cosmonauta de la historia.
Hasta 1984 se habían colocado en órbita 10.079 satélites artificiales de diversos tipos y funciones, de los cuales 5.400 continuaban en órbita, entre los cuales 2.372 pertenecían a la Unión Soviética y 2.805 a Estados Unidos.
Para entonces, otros países y entidades estaban ya navegando en el cosmos. La Agencia Espacial Europea tenía 28 satélites en órbita, la Organización Internacional de Satélites de Comunicaciones otros 31 y la Organización del Tratado de Atlántico Norte, seis.
Alemania Federal, Australia, Canadá, Checoslovaquia, China Popular, España, Francia, Gran Bretaña, Italia, India, Indonesia, Japón y Países Bajos contaban igualmente con satélites artificiales a casi 20 años del Sputnik I.
América Latina se unió más tarde a este proceso a través de México, Brasil y Argentina, que poseen satélites con fines de información científica, en especial meteorológica, y de telecomunicaciones.
El interés mundial por los avances en la conquista del espacio tuvo desde su inicio el aliciente del progresivo desarrollo de los satélites de comunicación que permitieron a los televidentes de casi todo el mundo ser testigos directos del primer alunizaje.
La "aldea global" de Marshall Mac Luhan se fue haciendo realidad con los inventos que en materia de electrónica e informática se sumaron a los satélites para perfeccionar los sistemas de comunicación.
La televisión por cable de hoy, así como la red Internet, son los resultados más conocidos del impulso dado a la investigación científica y tecnológica por la carrera espacial desatada en 1957 por el Sputnik I.
Pero al margen de estos fenómenos, ya rutinarios y cotidianos para muchos habitantes del planeta, hay una extensa lista de descubrimientos y avances científicos vinculados de una u otra forma a la conquista del espacio exterior.
La tecnología láser con sus diversas aplicaciones desde la industria hasta la medicina, la cartografía satelital, los modernos sistemas de navegación marítima y aérea, de predicción del clima y control ambiental, son parte de este elenco.
Revolucionarias técnicas de producción de alimentos, como los cultivos hidropónicos, concebidos para tripulaciones en largas travesías cósmicas, están igualmente en el balance positivo de estas cuatro décadas de competencia por el espacio.
Claro que, en el escenario de la guerra fría, las aplicaciones de los experimentos vinculados al espacio en el campo militar llegaron a límites peligrosos, vinculados a lo que se conoció como el "equilibrio del terror".
La misma cohetería que se empleó para poner en el espacio satélites, transbordadores, sondas de largo alcance y estaciones orbitales, sirvió para un desarrollo masivo de los misiles nucleares de largo alcance.
El proceso alcanzó grados de paroxismo a mediados de la década del 80, cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, anunció la puesta en marcha del sistema de defensa y contrataque denominado "guerra de las galaxias".
El proyecto, afortunadamente, no se llevó a cabo, pues ya se perfilaba el fin de la guerra fría con una Unión Soviética exhausta económica y militarmente donde Mijail Gorbachov iniciaba el proceso de reformas que desembocaría en la crisis de los llamados socialismos reales.
Para entonces, la imagen del orgulloso líder soviético Nikita Jrushov, que en 1957 llegó a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York con una réplica en su mano del Sputnik I, representaba sólo un frustrado sueño de grandeza. (FIN/IPS/ggr/mj/sc-ip/97