El enviado especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ante Afganistán, embajador Lakhdar Brahimi, terminó su visita al país en guerra sin conseguir que los principales bandos rivales aceptaran negociar la paz.
Brahimi, quien asumió su cargo hace tres semanas, informará de vuelta en Nueva York al secretario general de la ONU, Kofi Annan, sobre los resultados de su misión.
La información de Brahimi ayudará al secretario general a preparar el informe sobre Afganistán que deberá presentar este mes a la Asamblea General, en la inauguración de la sesión número 52.
Los observadores esperaban que Brahimi, diplomático de Argelia con experiencia práctica en la resolución de conflictos, lograra impulsar los esfuerzos de la ONU para mediar en la pacificación de Afganistán.
Desde que llegó a Islamabad el 15 de agosto, el enviado especial se reunió con todos los bandos en conflicto que luchan por el control de Kabul.
Los principales grupos en pugna son el movimiento fundamentalista Talibán, que tomó la capital en septiembre de 1996, y su rival, la Alianza del Norte, que detuvo el avance de aquél más allá de Kabul.
Brahimi también analizó las posibilidades de paz con las potencias involucradas en Afganistán, en prolongadas reuniones con funcionarios de gobierno de Irán, Pakistán, Rusia y Uzbekistán. En su viaje a Nueva York, el enviado hará escalas en Londres, París y Roma, donde mantendrá otros encuentros.
Las reuniones no dieron lugar a novedades. Brahimi desea que la Alianza del Norte y el movimiento Talibán entablen negociaciones y que éste sea menos estricto en su interpretación del Islam en las 24 provincias que controla.
El funcionario también espera que Islamabad pueda convencer a Talibán de aceptar negociaciones incondicionales.
Tanto Talibán como la Alianza del Norte fijaron condiciones previas a las conversaciones. El movimiento fundamentalista exige la liberación de sus prisioneros, mientras la Alianza reclama la desmilitarización de Kabul antes de proceder a negociar.
No hay dudas de que Brahimi comprende que sin un gobierno de amplia representación en Kabul, aun la idea de una conferencia para la paz es prematura. Se suma a la situación el hecho de que la historia de Afganistán no se decidió en las mesas de negociaciones sino en contiendas militares.
La fuerza y no la capacidad administrativa o intelectual es el factor que define la política afgana. El diálogo no produjo incorporaciones o exclusiones en la política de Kabul, salvo en el único caso de la salida del presidente Shbghatullah Mujjadadi, según el acuerdo firmado en 1994 por facciones de mujaidines.
Mujjadadi, que dirigió el primer gobierno de Kabul luego del régimen comunista de 1992, dio un paso al costado sólo porque no contaba con el respaldo de los militares.
Su sucesor, Burhanuddin Rabbani, apoyado por los partidarios tajikos de Ahmad Shah Masood, se negó a retirarse cuando terminó su período y fue obligado a abandonarlo por el Talibán, en septiembre de 1996.
Dada esta compleja situación, los diplomáticos de las naciones industriales en Islamabad opinan que la ONU podría ser de utilidad en la mediación entre las partes extranjeras del conflicto, incluyendo Estados Unidos.
El espinoso problema afgano podría resolverse con mayor facilidad en una segunda ronda de conversaciones en Ginebra, sostienen los diplomáticos. Un pacto negociado en esa ciudad generó el retiro de las fuerzas soviéticas de Kabul en 1988.
Afganistán fue motivo de discordia en el escenario internacional de la guerra fría, cuando Estados Unidos brindó armas y ayuda a las facciones mujaidines afganas a través de Pakistán, en su prolongada guerra contra la Unión Soviética.
La situación cambió en forma radical con la disolución de la Unión Soviética. El control de los yacimientos de petróleo y las inmensas riquezas naturales en Asia central se convirtieron en el objetivo de las potencias regionales que buscaban colocar a sus bandos en el poder en Kabul.
En el temprano intento de Pakistán de imponer su influencia en Afganistán, el general uzbeko Rashid Dostum, que luchó junto a los soviéticos contra los mujaidines, se volvió aceptable para el grupo Hizbe Islami, respaldado por Islamabad.
Pero la situación cambió una vez más con la aparición del movimiento Talibán, originario de seminarios religiosos en Pakistán. Ahora es Teherán, con una posición sobre Afganistán totalmente distinta, la que intenta atraer al Hizbe Islami.
Irán, de tendencia musulmana chiíta, desconfía del Talibán sunita y teme que tenga el respaldo de los rivales de Teherán, Arabia Saudita y Estados Unidos, para desestabilizar la frontera oriental iraní con Pakistán y Afganistán.
Las amargas diferencias sobre el Talibán afectaron las relaciones entre Teherán e Islamabad, que intenta convencer a Irán de cambiar su posición sobre el Talibán.
La desconfianza aumentó tras el rápido reconocimiento de Pakistán al Talibán como gobierno de Afganistán luego de su repentino avance en el enclave uzbeko de Abdel Rashid Dostum, en mayo.
Pakistán, Arabia Saudita y Emiratos Arabes Unidos son los únicos países que reconocieron al régimen del Talibán, aunque fueron expulsados de Mazar e Sharif por su nuevo aliado, el general Abdul Malik, debido a diferencias sobre la aplicación del Islam en el territorio del militar talibán.
La intervención de los vecinos de Afganistán en el conflicto sólo dificultó la situación para la ONU. Mientras todos los bandos aceptan la ayuda humanitaria que brinda el foro mundial, no demuestran el mismo respaldo hacia las negociaciones de paz.
Hasta que esa actitud de las partes rivales se modifique, la mediación de la ONU en la pacificación de Afganistán no tendrá posibilidades. (FIN/IPS/tra-en/nz/an/aq-ml/ip/97