Los gobernantes de China huyen a esta localidad turística sobre el mar de Bohai para eludir el agobio de Beijing en el verano boreal. Pero aun aquí, mientras nadan y se relajan, siguen la máxima comunista del trabajo duro.
Desde hace casi medio siglo hasta ahora, las decisiones tomadas por dirigentes clave en Beidahe, a la sombra de los bosques de pinos y terrazas bien ventiladas, han afectado las vidas de cientos de millones de chinos.
Fue en este otrora pueblo de humildes pescadores que el líder supremo Mao Zedong resolvió en 1958 la creación de las Comunas Populares, un programa que generó hambrunas masivas durante los siguientes tres años.
También fue en Beidahe que su sucesor Deng Xiaoping dio inicio en 1982 a la primera campaña de "mano dura" contra el crimen. La decisión, según los memoriosos, fue consecuencia de una escena de violencia que el propio Deng presenció mientras se dirigía en su automóvil oficial a su residencia de descanso.
Ubicada unos 300 kilómetros al este de la capital, Beidahe fue otrora el lugar de veraneo reservado a diplomáticos y misioneros occidentales.
Hoy, es más conocido como el refugio donde los líderes de China realizan su cónclave anual, la reunión política más importante que, en esta ocasión y por primera vez en muchos años, se celebrará sin la presencia de Deng, fallecido en febrero.
Las reuniones y discusiones se desarrollan en el más estricto secreto, dentro de las lujosas y exquisitas mansiones que abandonaron los capitalistas chinos y occidentales en 1949, cuando el Ejército Rojo de Mao llevó el comunismo al poder.
En el cónclave de este año, que comenzó el 25 de julio y concluirá a mediados de agosto, los líderes chinos discuten la nueva línea del Partido Comunista con miras al 15 Congreso que se celebrará en octubre, así como los dirigentes que se repartirán los cargos y la dirección de las reformas económicas.
La brisa salada del mar en Beidahe suele agriarse con rumores por estos tiempos, en especial las especulaciones en torno a la sucesión del primer ministro Li Peng, cuyo período de dos años en el puesto acabará en marzo.
La mayoría de los analistas creen que el presidente Jiang Zemin promoverá al viceprimer ministro Zhu Rongji, quien jugó un papel clave en las reformas económicas.
Además, se supone que el comité permanente del Politburó del Partido Comunista se ampliará de siete a nueve integrantes.
Las mayores inquietudes se refieren al nuevo plan de reformas dirigida a las desfallecientes empresas estatales y que Jiang revelará en los próximos meses, según la mayoría de las versiones que circulan en Beidahe.
Jiang no tiene la autoridad que concitaron líderes como Mao o Deng, por lo que las decisiones de gobierno requieren ahora un consenso más amplio. Por lo tanto, el cónclave en esta localidad es el escenario de discusiones más arduas que deberán concluir en compromisos más estrictos.
Las medidas que se adopten frente a elegantes platillos rebosantes de frutos del mar serán selladas con todas las formalidades en el congreso partidario. Pero los líderes aspiran a asegurarse de que habrá un consenso importante en la mayoría de los asuntos.
Lo que sucede en Beidahe es un misterio para los chinos de a pie. Nadie sabe exactamente cuándo llegan o se retiran los líderes al balneario, ubicado apenas a cinco horas de automóvil de Beijing.
Pero los habitantes de la localidad aprendieron, luego de casi medio siglo, a reconocer el cambio de clima.
"Cuando los policías comienzan a hacer guardia, uno debe mirar hacia otro lado", dijo Zhu Mingguang, un taxista que no oculta su nerviosismo al manejar por las calles del centro de Beidahe.
Toda una zona cercana a la playa está clausurada al público en estos días, señal de que los líderes máximos del comunismo chino han abierto sus ventanas para ventilar las residencias.
Los primeros en poner un ojo sobre este verde y tranquilo pueblo de humildes pescadores fueron los ingenieros británicos que en los años 90 del siglo pasado instalaban la vía férrea entre Beijing y el puerto de Quinhungdao.
El misionero británico George Thomas Gandlin no tardó mucho en construir la primera residencia en la ladera de una montaña. Otras surgieron como hongos.
Muy pronto, empresarios y diplomáticos apostados en Beijing y en la vecina ciudad de Tianjin adoptaron como hábito pasar los tres meses del verano a Beidahe para escapar al ubicuo calor que hace presa del resto del país.
En las primeras décadas del siglo XX, ya había unas 600 residencias en Beidahe, algunas sencillas y otras lujosas, con fachadas plenas de adornos y columnas de piedra.
Hoy, las mansiones más espléndidas están ocultas entre la lujuriosa vegetación y custodiada por altos muros y guardias armados, fuera de la vista de los chinos comunes y corrientes que también acuden al lugar a pasar unos días de vacaciones.
Mientras los gobernantes chinos nadan en aguas desiertas y cerradas al público, los funcionarios de bajo rango acuden con sus familias a atestadas playas públicas. Cada unidad de trabajo tiene la suya. Todas ellas están segregadas con rigidez.
De trajes de baño holgados y zapatillas, los burócratas chinos se divierten en grandes fiestas colectivas. La brisa del atardecer los encuentra en restaurantes al aire libre donde disfrutan de platillos con cangrejos, delicadas ostras y anguilas.
Los policías sudan debajo de sus uniformes cubiertos por sombrillas coloridas. "Siempre es así en el verano", dijo Zhang Rui, que posee un pequeño restaurante sobre el bulevar que bordea la costa.
Pocos turistas de los que se aglomeran para saborear las ostras y el pescado que elabora Zhang prestan atención a las columnas de soldados que marchan en formación cerca de allí.
"Nunca vemos a los líderes", dijo Yan Ning, una mujer de mediana edad que vende limonada y sombrillas. "Ni siquiera sabemos si Jiang Zemin suele nadar en la playa. Eso es un secreto de estado." (FIN/IPS/tra-en/ab/js/mj/ip/97