Una importante disminución de los hogares con jefatura femenina en condición de pobreza se registra en Chile esta década, pero al mismo tiempo las estadísticas muestran que persiste la desigualdad salarial entre hombre y mujeres.
La ministra del Servicio Nacional de la Mujer (Sernam), Josefina Bilbao, señaló que uno de cada cinco hogares chilenos tiene jefatura monoparental femenina, y que de éstos, 19 por ciento estaban en condiciones de pobreza en 1996.
En 1990 esa proporción era de 33 por ciento, según datos de las respectivas Encuestas de Caracterización Socieconómicas (Casen) difundidos este miércoles por Bilbao y su colega de Planificación, Roberto Pizarro.
Desde el restablecimiento de la democracia en marzo de 1990, se efectúa un seguimiento regular de los índices de pobreza y en particular, de la forma en que este fenómeno se refleja en la condición de la mujer.
Con uno de los índices de crecimiento económico sostenido más altos de América Latina, Chile muestra una disminución relativa del número de pobres en esta década, pero al mismo tiempo un incremento de la brecha de ingresos.
La pobreza, del orden de 40 por ciento en 1990, fue calculada en la encuesta Casen de 1996 en 28 por ciento de la población, advirtiéndose que los sectores más golpeados por fenómenos como el desempleo son las mujeres y los jóvenes.
En el análisis más detallado de la encuesta, que presentaron Bilbao y Pizarro, se advierte que en estos seis años hubo un incremento de la incorporación de la mujer al mercado laboral, pero no de a calidad de los empleos.
La participación femenina en la fuerza de trabajo creció en estos seis años de 32,4 a 36,3 por ciento, lo cual significa que 361.000 mujeres se incorporaron a ocupaciones remuneradas, en un universo en que se crearon 872.000 nuevos empleos.
La tasa de desocupación de la mujer, de 9,6 por ciento en 1990, disminuyó a 7,6 por ciento en 1996, pero en todos los grupos o quintiles (20 por ciento) de ingresos el desempleo femenino supera al masculino.
En 1996, el empleo femenino se distribuyó en 64 por ciento en empresas, 17 por ciento en trabajos por cuenta propia, 2,8 por ciento en empresarias o empleadoras, 0,3 por ciento en las Fuerzas Armadas y 13 por ciento en el servicio doméstico, que es el peor remunerado.
No obstante, las mayores desigualdades salariales no están en los estratos o quintiles de ingresos más bajos, sino en los más altos, según los datos tabulados de la última encuesta Casen.
En el primer quintil de ingresos, el promedio de remuneración de un hombre equivale a unos 1.700 dólares, mientras la mujer, con menos de 1.000 dólares, percibe en este sector un ingreso equivalente a 54,2 por ciento de la paga del varón.
En los quintiles siguientes, en orden de mayor a menor ingreso, las relaciones son de 62,0 por ciento, 64,5 y 64,3 por ciento, hasta llegar a 70,3 por ciento en el quintil de menores ingresos, donde el salario de un hombre es de 160 dólares y el de la mujer de 120.
Lo paradojal de esta situación es que, de acuerdo con el estudio de Mideplan, es en los estratos más ricos donde las mujeres tienen similares posibilidades a los hombres de ser contratadas en un empleo, aúnque son peor pagadas.
Esto puede atribuirse a que el grado de instrucción en el quintil más alto muestra un promedio de 12,4 años de enseñanza, similar al de los hombres, mientras en el estrato más pobre la mujer no completa su enseñanza básica, con sólo 7,3 años de escolaridad.
Una tendencia significativa reflejada en las encuestas indica que las mujeres menores de 25 años de edad están alcanzando un promedio de escolaridad mayor que los hombres en esa misma categoría. (FIN/IPS/ggr/ff/lb-hd/97