Las reservas de armas químicas de Rusia nunca se utilizarán y su existencia sólo significa un riesgo para la población, afirmó el general Stanislav Petrov, comandante de las fuerzas de defensa nucleares, químicas y biológicas.
Petrov no concibe ninguna situación en que tales armas puedan o deban ser usadas por Moscú, y cree que su sola existencia constituye una tentación para "locos" o "terroristas". Cuanto antes sean destruidas, mejor, dice.
Aunque finalmente obtuvo el consentimiento de seis regiones rusas con el fin de establecer las instalaciones necesarias para destruir las 40.000 toneladas de armas químicas que aún quedan en el país, Petrov carece de los fondos necesarios para iniciar las obras.
"Si tuviéramos los fondos, podríamos comenzar", manifestó, pero el gobierno federal asigna a las regiones apenas el dinero suficiente para mantener la provisión de armas en condiciones seguras.
"En 1996, obtuvimos sólo uno por ciento de los fondos solicitados y únicamente 5,5 por ciento de los finalmente asignados en el presupuesto", explicó Petrov en entrevista con IPS. La cifra totalizó 1,4 millones de dólares.
"Esto nos permite mantener el equilibrio y prevenir un colapso, pero ni pensar en realizar cualquier obra significativa", dijo.
En Kambarka, en la región de Udmurtia, hay 6.400 toneladas de leuisita, y en Gorny, en la región de Saratov, existen 1.125 toneladas de gas mostaza y leuisita.
Las otras provisiones se encuentran en Kizner, Udmurtia, en Shchuchye, cerca de Kurgan, en Maradykovsky, Kirov, y en Leonidovka, Penza, donde se almacenan gases neurotóxicos.
Las autoridades de la región de Bryansk aceptaron en principio la construcción de instalaciones para destruir gases neurotóxicos almacenados en Pochep, pero la ubicación aún no fue decidida.
Mientras Estados Unidos favorece la simple incineración de las viejas provisiones de armas químicas, Rusia desarrolló una tecnología de dos etapas que implica la neutralización inicial de las sustancias tóxicas antes de su destrucción.
Este proceso produciría desechos sólidos compuestos por sales no más peligrosas que cualquier residuo químico industrial, señaló Petrov.
El material "podría transformarse en hormigón o incinerarse para producir desechos sólidos, tras lo cual sería enterrado en un vertedero subterráneo", explicó. Los residuos solidificados podrían incinerarse posteriormente.
Las mortíferas armas -desde gases mostaza del tipo de la primera guerra mundial hasta armas neurotóxicas de la guerra fría- , almacenadas durante décadas, debieron ser destruidas hace ya mucho tiempo, opinó Petrov.
Rusia nunca utilizará armas químicas, aseguró. "Aun en las extremas condiciones de 1942, cuando los alemanes estaban en la ribera del río Volga y sólo retrocedieron a 300-400 kilómetros de Moscú, cuando el frente de batalla estaba allí y Leningrado estaba sitiada, nuestro gobierno no recurrió a las armas químicas".
Actualmente, con la convención sobre armas químicas, es seguro que Rusia nunca las usará. Entonces, "si no planeamos utilizarlas, ¿por qué conservar esas reservas que podrían poner en riesgo a nuestra propia población?", preguntó Petrov.
"Las armas químicas están bien guardadas, pero en las actuales condiciones de nuestro país no se puede ofrecer una garantía de 100 por ciento de que a algún demente no se le ocurrirá realizar un acto terrorista sin medir las consecuencias, aunque disponemos de sistemas terrestres y aéreos para detectar intrusos", dijo.
Las fuerzas de armas químicas siempre tendrán una función que cumplir, sostuvo Petrov.
"Aunque hacemos todo lo posible para lograr una seguridad de 100 por ciento, no es posible impedir algún incidente fortuito. Para ello tenemos los soldados, de modo de poder afrontar las consecuencias de cualquier desastre, natural o de otro tipo", agregó. (FIN/IPS/tra-en/ai/jmp/rj/ml/ip/97