Las familias de clase media de Tailandia gastan montañas de dinero para enviar a sus hijos a jardines de infantes concebidos para los más adinerados, donde aprenden buenos modales, golf o equitación.
El proberbio popular según el cual "tener un niño significa pobreza durante siete años" se repite por doquier en Tailandia cuando comienza el año escolar en mayo.
Las casas de empeño en Bangkok y otras provincias crearon fondos para abastecer la demanda de créditos por parte de las familias más pobres, que dejan sus posesiones en prenda con el fin de abastecer a sus hijos de los materiales requeridos.
Pero los tailandeses de las clases media y alta afrontan una lucha diferente, y compiten, con no menos ardor, por ubicar a sus hijos en los jardines de infantes más prestigiosos.
Los niños de entre tres y cinco años de edad se ven sometidos en estas instituciones a planes de estudio rígidos e incluso deben pasar exámenes. Sus padres pagan cuotas aun más altas que las exigidas en la enseñanza universitaria estatal.
La inscripción en 457 jardines de infantes de Bangkok cuesta, en promedio, 400 dólares al año, pero algunos de los centros más exclusivos cobran más de 12.000 dólares.
Los estudiantes de centros universitarios públicos, en cambio, pagan entre 240 y 280 dólares al año, o sea 42 veces menos que los padres de los jardines de infantes para niños de familias adineradas.
Pero la carrera por ubicar a los niños en los escasos pupitres de esas caras instituciones se ve alentada por la creencia, común entre padres de clase media, de que las escuelas primarias privadas son mejores que las públicas.
"Gasto 1.600 dólares al año en la educación de cada uno de mis hijos. El dinero que insumen los estudios de uno de mis hijos en un año equivale a lo que pagaron mis padres por mí en cinco", dijo el ejecutivo Piroj Wangpokin.
"Creo que es dinero bien gastado. Mis hijos comenzaron a leer más rápido que los de mis vecinos, que fueron a escuelas del montón", agregó.
Para los padres, además, las escuelas caras suponen un mejor ambiente. "Quiero que mis hijos tengan una buena vida social cuando crezcan", dijo Takeng Sappakij, trabajador de una aerolínea.
Los tailandeses pudientes envían a sus hijos a la escuela más temprano que los que no lo son. Los niños deben asistir a clase de forma obligatoria a los siete años, pero los jardines de infantes, todos los cuales son privados, admiten alumnos de entre tres y cinco años.
"Lo admito. Nuestras cuotas son altas. Esto se debe a que invertimos mucho en cuestiones que ayudarán a los niños a desarrollarse mejor que los de generaciones anteriores", dijo Rasmee Kleebbua, propietario del jardín de infantes Rasmee, uno de los más famosos de Bangkok.
Las familias deben pagar a Rasmee 6.000 dólares al año por cada niño. Al igual que otras instituciones célebres en Tailandia, éste posee un sistema de reservas que obliga a los padres a anotar a sus hijos con una antelación de uno o dos años, a veces aun antes del nacimiento.
Más allá de recibir ingresos que les permitan abonar las cuotas una vez que los niños sean admitidos, las familias deben aportar una cantidad de dinero en concepto de "donación" para garantizar la reserva en un jardín de infantes.
La variación de estas "donaciones" es, por lo general, de entre 10.000 y 120.000 dólares. Aquellas familias que aporten menos corren el riesgo de no obtener un lugar para sus hijos.
Pero los buenos contactos personales también cuentan. Un empleado administrativo dijo que las relaciones de su esposa fueron decisivas para que su hija de cuatro años accediera a un jardín de infantes a pesar de que entregaron una "donación" de "apenas" 1.200 dólares.
"Pagué 4.800 dólares el primer año en concepto de 'donación' por mi hijo. Pero al segundo pagué 2.400 dólares. La negociación con la escuela es igual que para un trato comercial. Si no pueden darme lo que prometen, deben reducir el costo", dijo el empresario Tanit Tangpitakwong.
"Si mi hijo, por ejemplo, aprendió a jugar golf en el primer año pero la escuela no pudo darle más clases en el segundo, debo reclamarles que me rebajen la cuota", explicó.
Muchos expertos advierten que la asistencia precoz de los niños a la escuela podría ser contraproducente.
Pibhop Dhonhchai, de la Fundación para la Infancia, dijo que las presiones que sufren los niños para que aprendan sin que sus padres o sus educadores sepan si están preparados para ello, así como los exámenes, pueden destruir su capacidad de aprendizaje en el largo plazo.
"Está bien enseñarles inglés, computación, equitación o golf si los niños están listos para aprenderlo. Pero los niños tienen diferencias entre ellos y no todos están preparados para aprender las mismas cosas al mismo tiempo", explicó Dhonhchai.
El experto alertó que "los estudios académicos con programas estrictos y exámenes suponen demasiada presión sobre los niños y pueden generar problemas mayores cuando crezcan, como adicción a las drogas y violencia".
Dhonhchai cuestionó la tendencia de los padres de clase media a enviar a sus hijos a escuelas exclusivas. "Pretenden que sus hijos vivan en una clase superior y pagan por un ambiente social. Pero los niños tienen así menos posibilidades para comprender cómo es en realidad la sociedad en que viven", dijo. (FIN/IPS/tra- en/pd/js/mj/ed/97