ARGENTINA: El gran salto de las telecomunicaciones

Hasta 1990, hacer una simple llamada telefónica en Argentina podía resultar una misión imposible. Hoy, privatización mediante, la telefonía básica se duplicó y ya roza su techo, los celulares son parte del paisaje urbano y rural, y se popularizaron los radiollamadas.

En apenas siete años, la frase "no me pude comunicar" dejó de ser una excusa creíble y certera entre los argentinos, acostumbrados al estigma del teléfono descompuesto. El milagro sobrevino con la privatización del servicio público, y una catarata de nuevas propuestas para estar comunicado.

El negocio fue uno de los más rentables de los últimos años. Las dos empresas que participaron en la subasta de la compañía estatal de teléfonos, fueron las que más ganaron en esta década junto con la petrolera YPF, la número uno de Argentina.

En 1990, había poco más de tres millones de residencias con – imprevisibles- teléfonos en un país de 33 millones de habitantes. En 1996, el número de aparatos instalados superó los 6,2 millones, el doble que en 1990.

Las instalaciones están llegando a los bordes de la demanda y la red tiende a un crecimiento coincidente con el vegetativo. Pero hay otras formas de comunicarse que crecen por fuera del sistema tradicional.

Entre 1990 y 1996, la telefonía celular saltó de 4.700 a 667.000 usuarios y podría seducir a mas de un millón antes del 2000, según pronostican empresarios del sector, quienes consideran que los inalámbricos dejaron de ser un símbolo destatus para ser un servicio necesario, aún en zonas rurales.

Hasta hace poco tiempo, el pequeño celular se había convertido en un símbolo de prestigio y ascenso social hasta tal punto que muchos usuarios se conformaban con los aparatos de juguete – auténticas réplicas de los verdaderos-.

Taxis y ómnibus ofrecen ahora el servicio de celulares a bordo, una tentación irresistible sobre todo en Buenos Aires, donde el tránsito intenso y el ritmo acelerado de vida en la ciudad transforman al teléfono en un bien indispensable.

Los aparatos de radiollamada dejaron de ser monopolio exclusivo de médicos: hoy más de 100.000 radios cuelgan de cinturones o faldas de comerciantes, amas de casa, taxistas, abogados, periodistas y, por supuesto, médicos.

La satisfacción de la demanda, unida a la fuerte competencia, provocaron una disminución de costos. Actualmente no resulta inalcanzable un celular -500 dólares- y los servicios de radiollamada se ofrecen por poco más de 30 dólares mensuales, con el aparato entregado en promoción.

Hasta principios de esta década, el problema no era sólo el colapso de la red existente sino la sobredemanda insatisfecha.

A modo de ejemplo un solo caso: a fines de los 80, una familia celebró los 30 años de espera de un teléfono de la empresa estatal y los medios periodísticos fueron convidados al insólito aniversario.

Antes, oficinas y casas particulares podían enfrentarse a la fatalidad de un tono mudo durante varios meses, un fenómeno que dio origen al surgimiento de organizacipnes ilegales de técnicos que pertenecían a la Empresa Nacional de Telecomunicaciones pero trabajaban en forma particular.

En 1990, el gobierno del presidente Carlos Menem convocó a la privatización de la empresa de teléfonos, dividida para tal fin en dos regiones geográficas, norte y sur. Las dos empresas que se adjudicaron el negocio -que incluía mercados cautivos- fueron la española Telefónica y la francesa Telecom.

Con el nuevo gerenciamiento, el número de teléfonos se duplicó. Las eventuales reparaciones -poco requeridas debido a la inversión tecnológica realizada- no demoran más que algunas horas, y abundan los teléfonos públicos en las calles.

En los últimos años en que la compañía era administrada por el Estado, las protestas de los usuarios por la ineficiencia del servicio se manifestaban con brutalidad y salvajismo en las cabinas de teélfonos públicos, símbolo de país incomunicado.

Hoy hay cabinas aún en los pueblos más remotos, se las encuentra por decenas en las cuadras más transitadas, y surgió un nuevo rubro de comercio: el de los locutorios telefónicos, que ofrecen a sus clientes confortables cabinas para hacer llamadas nacionales, internacionales y envíos de fax.

Fuentes de Telecom que prefirieron el anonimato admitieron a IPS que la demanda de telefona básica ya está prácticamente satisfecha y por eso la empresa comenzó a ofrecer nuevos servicios a los usuarios.

Despertador telefónico, llamada en espera -detecta que hay alguien queriendo comunicarse mientras dos personas están hablando-, servicio de contestador automático que guarda los mensajes, desvío de llamada -cuando el usuario pide que se le deriven sus llamadas a otra línea- o conferencias.

Pero el límite al que habría llegado el negocio no sólo se deduce de los nuevos servicios. La instalación de una segunda línea, que hace cinco años costaba cerca de 2.000 dólares, hoy se ofrece por apenas 100 y no hace falta pagarla al contado.

Habría otros datos aún más reveladores de los límites del negocio. Telecom y Telefónica ganaron en 1996 100 millones de dólares menos que en 1995.

Si en 1995, después de YPF, las dos telefónicas eran las empresas de mayor facturación, en 1996, una de ellas -Telecom- bajó al cuarto puesto al ser reemplazada por una petrolera privada. (FIN/IPS/mv/dg/if/97

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