La retórica triunfalista de los heraldos de la integración en América Latina no logra ocultar que la concertación de nuevas reglas comerciales se parece cada vez más a una carretera llena de huecos, donde los conductores deben manejar en zig zag para no estrellarse.
Las perspectivas optimistas de un avance rápido hacia la conformación de nuevos bloques económicos se han visto perturbadas por una serie de conflictos entre los principales protagonistas del juego integracionista en el continente.
Argentina y Brasil se enfrentan dentro del Mercosur, Perú abandonó la Comunidad Andina y la polémica en torno a la creación del Area de Libre Comercio de América (ALCA) acentúa las diferencias entre sudamericanos y norteamericanos en materia de estrategias comerciales.
Casi todos los países latinoamericanos se suman hoy en forma incondicional al credo de la globalización, la privatización y el libre mercado. Pero los sucesos recientes comprueban que cuando se pasa de la retórica a la práctica, se observa que lo que se proclama muchas veces está muy lejos de la realidad.
Aún hay fuertes resistencias al cambio y los principales protagonistas del juego integracionista todavía necesitan clases adicionales en materia de negociación. A nadie debería sorprender que la transición de un sistema a otro provoque traumas. Tampoco que la adaptación implique riesgos y mucha reflexión.
Los problemas entre teoría y práctica aparecen en el momento en que el riesgo y la necesidad de concertación son puestos sobre la mesa. Cuando eso ocurre, tanto los gobiernos como los empresarios olvidan el discurso y se contagian del temor al cambio y a los dolores del parto de una nueva realidad económica.
Esas características, comunes a todos los problemas actuales en la marcha hacia la integración en América Latina, revelan que aún es poco nítida la cara final del nuevo espacio económico integrado en el continente.
Esa preocupacisn es aún más significativa si se toma en cuenta que hay actores políticos y económicos, como los sindicatos y la sociedad civil, cuyo protagonismo todavía es reducido pero que a la larga tendrán un papel mucho más importante que el actual.
La realidad actual en el mundo y en América Latina indica que no hay retroceso posible en la carretera hacia la formación de espacios económicos supranacionales. Pero los heraldos actuales de la integración no necesariamente serán los mismos en los próximos años.
El Mercosur se perfila como el nuevo "tigre latino" por sus potencialidades económicas, pero todo dependerá en la práctica de que los países miembros generen nuevas estrategias agroindustriales.
El empuje inicial de la integración regional fue alimentado básicamente por coincidencias comerciales, pero cada vez más el proceso exigirá ajustes más profundos en la estructura productiva de los países del Mercosur, lo que implica riesgo y dolor, sobre todo para Brasil y Argentina, los dos socios mayores del bloque.
En el caso de la ALCA, la cuestión básica es la pretensión hegemónica de Estados Unidos, el gigante económico hemisférico. La integración no elimina las diferencias naturales entre países en materia de producto interno bruto, pero es incompatible con la tutoría y la imposición.
Toda la retórica altisonante de Washington resultará inocua si Estados Unidos no enfrenta los dolores internos inevitables en el establecimiento de una nueva relación con sus vecinos del sur.
"Los políticos norteamericanos no pueden seguir obligando a los latinoamericanos a bailar según los ritmos electorales de Estados Unidos", conforme a la imagen creada por el politólogo Riordan Roett, de la Universidad John Hopkins. (FIN/IPS/cc/ag/if/97