El uso de los resultados de sondeos de opinión pública como herramienta estratégica introduce un nuevo elemento en la interpretación de los fenómenos políticos en América Latina. Esto quedó de manifiesto con toda claridad en el desenlace de la crisis de los rehenes en Perú.
Los gobernantes deciden sus grandes acciones estratégicas cada vez en mayor medida en función del barómetro de las encuestas.
Ya no se trata del uso inmediatista de índices de simpatía o rechazo, rutinaria en las campañas electorales. Ahora se ha pasado a una etapa más sofisticada, donde los índices de popularidad deciden el "timing" de importantes iniciativas oficiales, en política, economía, seguridad o diplomacia.
El presidente de Perú, Alberto Fujimori, ordenó el ataque a la embajada de Japón en Lima, tras cuatro meses de indecisión, en el momento en que las encuestas señalaron una dramática caída de su popularidad.
Cuando el barómetro de la opinión pública peruana tocó el 22 por ciento, el nivel más bajo de sus siete años de gobierno, el mandatario peruano llegó a la conclusión de que debía buscar una salida estilo "ahora o nunca".
Los altos riesgos políticos, diplomáticos y operativos perdieron importancia ante los datos divulgados por las empresas encuestadoras.
La peligrosa apuesta acabó por dar buenos resultados porque, menos de 48 horas después de la liberación de los rehenes y la ejecución de 14 secuestradores, la popularidad de Fujimori saltó a 72 por ciento.
El caso peruano mostró, con colores espectaculares, lo que la abrumadora mayoría de los gobernantes latinoamericanos ya han incorporado a su rutina política. El uso de resultados de sondeos es una herramienta esencial en el arte de gobernar y, sobre todo, en el manejo de la imagen pública de un presidente.
Esto coloca el tema de las encuestas en una posición destacada en la agenda de debates de la sociedad civil en América Latina. Quienes disponen de datos y equipos de interpretación pueden planificar estrategias y jugar con más eficacia.
Los que no tienen la información sobre el estado de la opinión pública, de cierta forma, tienen que manejarse a ciegas, con altos riesgos.
La vieja polémica sobre si los sondeos de opinión son o no indicadores confiables quedó superada por el hecho de que las encuestas ya constituyen un dato de la realidad en la política latinoamericana. Es como discutir si los automóviles son buenos o malos.
"Ya están en la calle", afirma Daniel Yankelovich, un experimentado encuestador norteamericano.
La nueva cultura de los sondeos seguramente llevará a una democratización de las técnicas y teorías sobre cómo conocer lo que la gente piensa o desea.
Hay una tendencia al uso intensivo de encuestas como elemento indispensable para la toma de decisiones a todos los niveles, pero sobre todo en el de las iniciativas sociales. La diferencia ya no será entre usar o no el barómetro de la opinión pública, sino quienes logran interpretarlo bien.
Un elemento que seguramente será puesto en discusión es la posibilidad de que los resultados de las encuestas sean de conocimiento público, mediante una reglamentación que torne obligatoria la divulgación de todas las consultas para que todos tengan el mismo acceso a una información estratégica.
La diferencia se ubicará entonces en cómo se interpreten los resultados y las tendencias. (FIN/IPS/cc/ag/ip/97