AMERICA LATINA: Las Cenicientas modernas

A Isolina, doce horas diarias de trabajo no le alcanzan para la cantidad de tareas que debe cumplir: barrer, lavar, cocinar, atender a los niños, planchar y un largo etcétera que la mantiene ocupada hasta más allá de la medianoche.

¿Estudiar? Imposible, dice. "Además no sé de dónde sacaría ánimo si los ojos se me cierran de puro cansancio".

A sus escasos 14 años, Isolina Puertas duerme apenas seis horas diarias y conforma ese 43 por ciento de adolescentes peruanas entre 14 y 17 años que de acuerdo a cifras oficiales trabajan como empleadas domésticas, y ese otro 30 por ciento de trabajadoras precoces que abandonan tempranamente los estudios.

El servicio doméstico es la actividad que emplea a mayor cantidad de niñas pobres de América Latina, que de esta forma se ven sometidas a jornadas que a veces se prolongan más de 12 horas, remuneraciones magras o inexistentes, privadas de estudiar y en muchos casos en riesgo de abuso sexual.

Según Jeanine Anderson, autora del libro "Desde Niñas, género y postergación en el Perú", de todo el contingente de trabajos infantiles, el del servicio doméstico es el peor pagado y el más recortado en su autonomía.

Además, es el que mejor reproduce las diferenciaciones de género, porque mientras los niños desempeñan actividades que les significan movilidad e independencia, a las niñas se les asignan los sedentarios y domésticos, "preparando las opciones laborales y vitales que tendrán de adultos", subraya.

Aventurar una cifra sobre la cantidad de niñas y adolescentes que se dedican a esta actividad en la región es muy difícil, porque muchas veces la situación se halla encubierta bajo el rubro de "trabajo familiar no remunerado".

Pero las pocas cifras disponibles reflejan una situación alarmante. Alrededor del 20 por ciento de niñas entre 10 y 14 años que trabajan en Brasil, Colombia y Ecuador lo hacen en el servicio doméstico, según estudios de la Organización Internacional del Trabajo basados en encuestas de hogares.

En el sector rural las proporciones aumentan. En Brasil ascienden a 35,6 por ciento, en Colombia a 32 y en Ecuador a 43,8.

Otros estudios han encontrado además que el trabajo doméstico no es percibido como tal por una gran cantidad de hogares, especialmente del sector rural y en aquellos en los que permite el trabajo de un adulto.

En esos últimos, la niña o adolescente queda al frente de todas las responsabilidades domésticas, que generalmente van más allá de sus posibilidades, constituyendo por tanto una forma de explotación infantil, en opinión de los expertos.

Existe, además, una costumbre muy arraigada entre las familias pobres de muchos países de la región: entregar a sus hijas a "madrinas" o familias pudientes a cambio de vivienda, alimentación y educación, lo que en la práctica se traduce en una cruel forma de explotación y separación familiar.

Un estudio realizado por el Fondo de Naciones Unidas para Infancia en Paraguay a comienzos de la década, descubrió alrededor de 15.000 niñas entre 11 y 18 años trabajando como "criaditas" en hogares de Asunción, sin percibir remuneración y con notable retraso en su vida escolar.

La investigación encontró incluso niñas de cinco años en esta situación, las cuales habían sido entregadas voluntariamente por los padres a familias extrañas para que realizaran tareas domésticas.

Una característica destacada en el estudio fue el grado de desarraigo familiar de las "criaditas", que rara vez reciben visitas familiares, generándose en ellas una sensación de abandono.

Isabel Chirinos, nacida en los Andes centrales de Perú, tiene actualmente 32 años y todavía guarda rencor a sus padres por haberla entregado a su "madrina" cuando tenía ocho.

"Ella era pediatra, pero qué mala era", recuerda. Su madre hacía que Isabel durmiera en un colchón en un rincón de la cocina y la puso al colegio a los 15 años, a insistencia del cura de la parroquia.

"Sus hijos se burlaban de mí, me decía la india porque yo hablaba mal el castellano". De poco le valieron los estudios a Isabel: sólo llegó hasta cuarto grado y ahora continúa trabajando como doméstica.

Según la Comisión Económica para América Latina, la incorporación temprana de los niños al mercado laboral apenas alivia la pobreza familiar entre 0,5 a 1,5 por ciento.

En cambio, incrementa las posibilidades de los niños trabajadores de seguir siendo pobres, al recortar sus expectativas de estudio.

Cursar al menos diez años de estudio determinan 80 por ciento de probabilidades de no caer en la pobreza.

Y está comprobado que la deserción escolar de los niños que trabajan comienza a partir del tercer grado, cuando ya saben leer y escribir, nivel óptimo de educación en opinión de muchas familias pobres. (FIN/IPS/zp/dg/pr/97

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