La estratégica media luna de Asia occidental, zona comprendida entre Israel e India, será crucial para la diplomacia de Estados Unidos en 1997, cuando el presidente Bill Clinton abra su segundo período en la Casa Blanca.
Las preocupaciones de la política exterior de Washington son, obviamente, mundiales, y, por el momento, Bosnia-Herzegovina y Africa ocupan el centro de atención. Pero las grandes claves de la diplomacia de Occidente convergen en Asia occidental.
Allí se centran la contención al "fundamentalismo" islámico y a Irán, la seguridad del suministro de petróleo, el freno a la producción y el tráfico de armas de destrucción masiva y el aflojamiento de las tensiones en Palestina.
Uno de los primeros anuncios de Clinton tras su reelección fue la renuncia del secretario de Estado Warren Christopher, el arquitecto de la diplomacia en la región.
Sería una lástima que su sucesora, Madeleine Albright, continúe considerando que "el terrorismo, el extremismo y el fundamentalismo" continúan siendo el motivo de sus desvelos.
En su primer período, la gestión de Clinton respecto de Asia occidental y el mundo musulmán tuvo tres objetivos. El primero de ellos fue la promoción y protección de la seguridad de Israel a través del proceso de paz.
El segundo fue la contención y aislamiento de Irán y su influencia sobre las agrupaciones Hamas e Hizbullah y el tercero, impedir que cualquier estado musulmán desarrollara capacidad nuclear o mejorara sus sistemas de misiles.
En su segundo período, Clinton enfrenta una región que se ha transformado pero donde tampoco se colmaron los objetivos estratégicos establecidos por la Casa Blanca en los últimos cuatro años.
El ejército de Rusia sufrió una derrota en Chechenia. Los musulmanes lograron mantener la república de Bosnia-Herzegovina gracias al apoyo encubierto y coordinado de Pakistán, e Irán, Turquía, Arabia Saudita y Malasia se galvanizaron como estados islámicos.
La nueva coalición de gobierno en Turquía, un estado secular e integrante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), está encabezada por un islámico, Najamuddin Erbakan, quien mantiene los vínculos tradicionales entre su país y Occidente, pero también se acercó al mundo musulmán.
A pesar de los esfuerzos de Estados Unidos, Irán desarrolló vínculos económicos estratégicos con estados de Asia central como Turkmenistán, a quien le suministra una salida al mar por vía férrea.
Pakistán e India resistieron las presiones de Estados Unidos en torno a la firma del Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares.
India e Israel, países clave para la diplomacia estadounidense en la región, tienen gobiernos que no cuentan con el visto bueno de Washington como sí lo habían hecho los de Narashima Rao e Isaac Rabin y Shimon Peres.
A pesar de la oposición de Estados Unidos, Israel eligió como primer ministro a Benjamin Netanyahu, quien es menos permeable a las sugerencias de Washington que su sucesor.
Y la coalición de gobierno en India es un conglomerado de nacionalistas e izquierdistas. El nuevo ministro de Relaciones Exteriores es socialista, y el del Interior, un comunista.
En Medio Oriente, aliados de Washington como Egipto y Arabia Saudita están bajo presiones internas y sus gobiernos afrontan períodos de transición, mientras el presidente de Iraq, Saddam Hussein, continúa provocando molestias ocasionales.
Por su parte, el gobernante de Siria, Hafez al-Assad, se resiste a asumir un compromiso de paz con Israel.
La clave de la estrategia de Estados Unidos en la región bajo el primer gobierno de Clinton fue el acuerdo de paz entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
Hoy, el proceso está en entredicho, resistido por gobernantes israelíes de línea dura y radicales islámicos nucleados en torno a Hamas e Hizbullah, grupos decididamente opuestos a la línea de Yasser Arafat. Pero aún dentro de la OLP existen diferencias.
El ministro de Relaciones Exteriores de la Administración Nacional Palestina, Farouk Kadoomi, tampoco está en sintonía con su jefe. Kadoomi recomendó a Pakistán en septiembre que no reconozca diplomáticamente a Israel porque contribuiría a endurecer la intransigencia de Netanyahu contra los árabes.
El funcionario palestino llegó a decir en una visita a Islamabad que Arafat "saltó al río pero no sabe nadar".
El nuevo gobierno de Clinton parece haberse dado cuenta de la necesidad de modificar sus políticas respecto de Asia occidental.
El sentimiento predominante es que Washington debe revisar su obsoleta actitud hacia Irán. Los académicos han sido muy críticos en tal sentido. "La política estadounidense no ha logrado su objetivo y debe encontrar otros caminos", sentenció, por ejemplo, el Centro Nixon para la Paz y la Libertad.
"Estamos abiertos al diálogo con el gobierno de Irán y nadie cree que esta es una situación perfecta", dijo el mes pasado el subsecretario de Estado para Medio Oriente, Robert Pelletreau, de visita por el Golfo.
Un funcionario iraní replicó de inmediato que, "si Estados Unidos envía un mensaje a Irán, no se quedará sin respuesta".
De cualquier modo, Washington, tradicionalmente, ha reconocido tarde las realidades que, al principio, le parecían poco apetitosas. Tardó 16 años después de la revolución bolchevique para reconocer a la Unión Soviética. Tardó 22 años tras la revolución china para restablecer los vínculos en 1971.
Un acercamiento entre el gobierno de Clinton e Irán sería un avance positivo para la región, particularmente para el Golfo, Asia central, Medio Oriente y Afganistán.
Las políticas de Washington hacia Afganistán también necesitan una revisión. Este país asiático no debe ser considerado un peón en un juego de poder que tiene como premio la contención de Irán, como fue la reacción inicial tras el triunfo en Kabul de la guerrilla islámica Talibán.
Estados Unidos debe promover una solución a la guerra civil afgana, que constituye un factor de desestabilización para Asia Central, Pakistán e Irán. La estrategia de promover favoritos poco apetitosos solo porque son contrarios a Irán debería evitarse en favor de un acercamiento multilateral.
Estados Unidos no debería temer una cooperación económica que vincule a Asia central con sus vecinos musulmanes en el sur. Esos países desean acercarse a sus socios económicos naturales como Pakistán, Irán, Afganistán y Turquía.
Este proceso merecería aliento, pues contribuiría a que los países de Asia central salgan fuera de la órbita política y económica de Moscú.
Pocos presidentes de Estados Unidos tuvieron la oportunidad que se le presenta a Clinton de iniciar otro período con un acercamiento positivo al mundo musulmán.
Pero no se sabe hasta qué punto resistirá la presión de los proisraelíes en Washington, que parecen ser quienes determinan el rumbo de la política exterior. (FIN/IPS/tra-en/mh/an/mj/ip/96)
(*) Mushahid Hussain es un periodista y columnista de Pakistán