Ruanda se las tiene que arreglar ahora con el retorno de cientos de miles de refugiados que hace dos años huyeron a Zaire, pese a que la población todavía lucha por una mera supervivencia después del genocidio que en 1994 interrumpió la vida y el trabajo en esta nación de Africa central.
En particular los artesanos y comerciantes informales se ven en inferioridad de condiciones ante el rápido crecimiento de las empresas de mayor tamaño en centros urbanos como Kigali.
Vendedores ambulantes, artesanos y personas de los más diversos oficios como fontaneros, carpinteros o soldadores, han vuelto ahora al mercado callejero de Gakinjiro, en Gitega, un suburbio de la capital.
Esos vendedores y artesanos habían desaparecido de Kigali durante el sangriento conflicto que asoló Ruanda entre abril y julio de 1994, pero ahora han renacido. Se quejan, no obstante, de los impuestos que deben pagar y de la negativa forma en que sus actividades son percibidas por el sector oficial.
Su queja se refiere concretamente a la falta de apoyo de las autoridades municipales de Kigali, que no les protegen de la acción de los recaudadores de impuestos, quienes suelen caer de forma inesperada para exigir grandes sumas en los lugares donde ellos venden sus artesanías.
Otro problema, aun más grave, es la presión oficial para que se trasladen a otros lugares, supuestamente por razones de seguridad. En la actualidad se sitúan en las principales avenidas de la capital, cerca de las oficinas, los bancos, los restaurantes y los hoteles de lujo.
Los artesanos nucleados en Gakinjiro y los artistas que mantienen puestos en otras partes de la ciudad destacan la importancia de su trabajo para la economía general.
Por su parte, los vendedores ambulantes argumentan que el bienestar de otros artesanos y artistas esparcidos por todo el país depende de que ellos puedan vender en la ciudad.
"Lo que vendemos proviene de todos los rincones de Ruanda. Cuando nuestra actividad es perjudicada, también se perjudica la vida de mucha gente en el campo", señaló el vendedor Noël Habiyaremye.
Los que trabajan en la economía informal también sufrieron las consecuencias del colapso del banco cooperativo Kora, que había sido fundado en 1982 y tenía el auspicio de la Organización Internacional del Trabajo.
Formado con la finalidad de reunir a los artesanos en cooperativas, encontrarles mercados y garantizarles préstamos de otros bancos, el Kora contaba con 117 cooperativas que alcanzaban a más de 3.000 personas antes del conflicto de 1994, que causó su desaparición. (FIN/IPS/tra-en/jbk/jm/kb/arl/dv/96