AMERICA LATINA: Bosques y manglares para aliviar la pobreza rural

Integrar a las comunidades rurales al manejo de los bosques y los manglares no ha sido una política asumida por los gobiernos en America Latina, pero en zonas del subcontinente esas áreas pueden ser un alivio a la pobreza de la población.

En Honduras la flor de una palmera es comercializada como alimento por la Cooperativa Industrial de Alimentos, en la selva del Petén se extrae látex y plantas ornamentales y habitantes de Bolivia viven de productos forestales cuya extracción fue certificada como producto sostenible, dirigido a mercados verdes.

En América Central, donde seis por ciento de la población posee 71 por ciento de la tierra, las experiencias probadas hasta ahora han mostrado que la explotación sostenible mejora la situación del empleo de esas poblaciones sin tierra y sin opciones.

En El Salvador, una cooperativa rural explota el bálsamo, en Talamanca de Costa Rica, en el Atlántico, una planta ornamental está en proceso de domesticación por los vecinos de un parque nacional.

Con los manglares se repiten experiencias similares. En Costa Rica se formó una cooperativa para producir carbón a partir de madera de desecho y, tras una experiencia negativa con intermediarios, lo venden ahora directamente en bolsas a los supermercados con ganancias superiores a 40 por ciento.

Curiosamente, Coopemangle rechazó una oferta para septuplicar la producción de carbón, pero lo hizo en razón de que sus asocados estimaron escasa su capacidad de producción y que la sostenibilidad del uso del manglar se podría ver am nazada.

También en Costa Rica, en el Pacífico Norte, un grupo de mujeres obtuvo una concesión del gobierno para explotar una pequeña área de manglar, de donde extraían peces y moluscos.

Ahora trabajan en la reproducción y siembra de un mulusco mucho más grande y apetecible, pero muy escaso, con ayuda de varias universidades.

Estas experiencias exitosas fueron parte de las discusiones sobre el uso sostenible de la biodiversidad en el Congreso Mundial de Conservación, convocado por la Unión Internacional para la Conservacion de la Naturaleza (UICN) y concluido este miércoles en Montreal, Canadá.

Para Alberto Salas, director del programa de Conservación de Bosques de UICN en Costa Rica, en América Central, donde 60 por ciento de la población es pobre, el uso sostenible del bosque por las comunidades rurales puede, además de aliviar la pobreza, reducir la presión sobre la tierra que amenaza a los parques nacionales.

Salas aseguró que cerca de 40.000 familias subsisten en el istmo comercializando productos de la selva en forma sostenible, como parte de los esfuerzos por integrar a las comunidades rurales a las áreas protegidas.

En América del Sur, hay ejemplos del mismo tipo. Eduardo Manzur, funcionario de UICN con sede en Quito, contó la experiencia de una comunidad cercana al bosque de Capirona que pasó de la ganadería a la tala selectiva y al ecoturismo.

Los problemas políticos de Ecuador con Perú echaron abajo el proyecto, pero la comunidad no pudo ni quiso volver a sus hábitos de consumo ni a la ganadería. Este, dijo Manzur, es un ejemplo positivo de cómo la biodiversidad puede contribuir a la transformación de una población.

El técnico también mostró la otra cara de la moneda. En Panamá, en la costa del Pacífico, se inició hace poco tiempo la explotación de "tagua", una semilla de palmera que se utilizaba a principios de siglo para hacer botones.

En ese momento el quilo de semilla costaba tres dólares. Ahora, con el auge de productos naturales para evitar el plástico, el precio pasó a 11 dólares. Esto dio pie a que los habitantes iniciaran una deforestación acelerada y destruyeran otras especies.

"Estos dos ejemplos muestran que los proyectos comunitarios deben tener varios enfoques, para no caer en el subdesarrollo sostenible", afirmó Manzur.

El Fondo de Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO) gastó 10 millones de dólares en 15 años en proyectos forestales en América del Sur pero los gobiernos desecharon la participación de las comunidades en la protección de bosques ubicados fuera de áreas protegidas ni en la conservación de la biodiversidad.

Néstor Windevoxhel, director regional técnico de UICN para América Central, indico que a diferencia de los bosques, cuya destrucción se ha frenado en algunos países de América Latina, los manglares no son tranglares no son tratados como ecosistemas ricos. tados como ecosistemas ricos.

Y ello a pesar de que representan una de las principales fuentes de alimentos para las comunidades costeras, junto con los arrecifes de coral.

Son tierras estatales, pero no estan bajo ningún régimen de protección especial, lo que ha redundado en un fuerte deterioro en todos los sistemas de la región.

En México, según las cifras del experto, en los últimos 20 años se ha perdido 65 por ciento de los manglares y en América Central un minimo de 25 por ciento.

Entre las causas de ese fenómeno citó el cambio de utilización de esas tierras, a la que los campesinos buscan dar un destino agrícola y ganadero.

También el urbanismo, ya que urbes enteras se han construido sobre los manglares, como la ciudad de Panamá y Belice, y la acuacultura, asentada en casi todos los países, pero muy visible en el golfo de Fonseca, en Honduras.

La consecuencia, dijo Windevoxhel, es que se pierde un hábitat que soporta la actividad de pesca que se produce fuera del manglar, como el pargo y la lisa, que pasan parte de su vida en el manglar y se cosechan fuera de él.

La siembra de camarón requiere estar asociada al manglar, pero, afirmó, no deben desarrollarse los estanques en esos suelos, como se hace actualmente, porque están constituidos por gran cantidad de materia orgánica no siempre descompuesta.

La sedimentación que se va produciendo contribuye a enfermedades en los animales y a reducir la productividad, con lo cual a largo plazo la empresa no es tan rentable e inclusive puede tener pérdidas, agregó Windevoxhel.

El problema es que las empresas de acuacultura quieren tener, como cualquier otra, ganancias a corto plazo.

"La cuestión es definir si las comunidades y los gobiernos quieren ganancias a corto o largo plazo. Nosotros reconocemos que las comunidades necesitan el recurso ahora, pero les demostramos que es factible el uso en el largo plazo", señaló.

Pese las experiencias exitosas destacables en América Latina sobre aprovechamiento del bosque y de los manglares por parte de comunidades rurales, Windevoxhel indico que esos proyectos no han incluido los aspectos económicos.

Ello dificulta determinar si una familia o una comunidad es menos pobre ahora que antes del uso sostenible del recurso, consideró . (FIN/IPS/mso/dg/en/96)

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