Entre 1930 y 1940, aquellos almanaques de una fábrica de calzado para consumo popular pendían en las paredes de miles de hogares humildes en Argentina y Uruguay más por la belleza de sus atípicas ilustraciones que por su uso como calendario.
Casi medio siglo después, esas ilustraciones publicitarias cobraron un valor artístico que trascendió la intención de su autor, Florencio Molina Campos, un argentino que nació en 1891 y murió en 1959.
Su obra ilustra hoy una prolija edición de "La tierra purpúrea", una novela que Guillermo Hudson publicó por primera vez en 1885, que se convirtió en una de las principales atracciones de la reciente Feria Internacional del libro realizada en Uruguay.
Hudson, nacido en Argentina en 1841, fue un destacado ornitólogo que clasificó miles de aves sudamericanas. A los 33 años se trasladó con sus vivencias a Inglaterra, donde falleció en 1922.
Toda su obra fue escrita en inglés y su novela fue elogiada, entre otros, por Jorge Luis Borges, que la consideró uno de los más formidables relatos de la literatura gauchesca.
La inspiración para escribir "La tierra purpúrea", una aventura que lleva al protagonista por el interior del país y lo involucra en una lucha entre blancos y colorados, los partidos políticos que se enfrentan desde mediados del siglo XIX, le surgió a Hudson durante una breve permanencia en Uruguay.
En la novela, que fue reeditada varias veces, pinta un cuadro minucioso de los personajes camperos. Como describió Miguel de Unamuno, a Hudson "le ganó la vida del gaucho oriental" (uruguayo).
El rechazo inicial de la novela a la sangrienta brutalidad de los uruguayos del siglo XIX, evoluciona luego hacia la admiración, que contrasta con la decadencia alcohólica de los pocos ingleses que aún poblaban este suelo, comentó el crítico Carlos Domínguez.
"Adiós, hermoso país del sol y de tormentas, de virtudes y de crímenes, que los invasores que pudieren en el futuro pisar tu suelo tengan la misma suerte de aquellos del pasado, y te dejen librado, por último, a tus propios recursos", dice Hudson.
Y augura: "Que el tizón de nuestra superior civilización jamás toque tus flores silvestres ni caiga el yugo de nuestro progreso sobre tus pastores -atolondrados, airosos y amantes de la música como los pájaros- transformándolos en el abyecto campesino del Viejo Mundo".
Domínguez sostiene que se ha discutido muchas veces si el título de la obra aludía a una exaltación romántica de la flora autóctona o a la sangre que se derramaba en las guerras fratricidas.
"La disyuntiva hoy, parece pueril. El autor tomó la sangre como una metáfora contradictoria de la realidad uruguaya y de su propia mirada", afirma Domínguez.
La lujosa edición encontró el complemento ideal en Molina Campos porque las ilustraciones se fusionan al texto en forma casi perfecta.
Esa amalgama comienza desde la tapa, en la que varios gauchos cabalgando a galope tendido son conducidos por un uniformado que blande un sable con gesto feroz.
Las obras del pintor fueron pensadas para una edición en Estados Unidos que nunca llegó a concretarse, y ahora salen a la luz por primera vez, tras ser conservadas durante varias décadas por su esposa.
La edición en Argentina y Uruguay de la novela coincide con una gran exposición de obras de Molina Campos en Buenos Aires, con 240 pinturas originales y unas 200 ilustraciones de los históricos almanaques, que hoy provocan pujas entre los coleccionistas.
El crítico argentino Fermín Fevre considera que Molina Campos, "sin caer en pintoresquismos, supo hacer de su mirada, profundamente sabia, algo socarrona y mordaz", una "verdadera creación artística que sigue atrayéndonos hoy, redescubierta y enriquecida ante el contacto con cada una de sus obras".
A su juicio el plástico "supo ver nuestra idiosincracia recogiendo mil y un detalles de la vida en el campo argentino. Fue un observador ejemplar y un documentalista atento a nuestra realidad" a la cual "le agregó fantasía, creatividad y buen humor". (FIN/IPS/rr/jc/cr/96